Aquí no se obliga

Contra la libertad, del sociólogo Andrés Biehl y el economista Germán Vera, es un exhaustivo inventario de todo lo que no previó el diseñador ni enmendó después el continuador de nuestro sistema de seguridad social. El gran error de concepción: fundar el vínculo social en el consentimiento individual y en las relaciones contractuales que le darían expresión, sin reparar en que la pertenencia a una comunidad, la noción de responsabilidades compartidas y la legitimidad de las instituciones emergen de la convivencia y no de los contratos.

por Daniel Hopenhayn I 17 Agosto 2023

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El estallido de 2019 les confirió un estatus sapiencial a quienes habían advertido, durante años o décadas, que la arquitectura de nuestras políticas sociales (educación, salud, pensiones), antes de hacer aguas por la calidad de sus prestaciones, había modulado un ethos que contraponía los intereses del individuo a la lógica de un pacto social. Efectos culturales que, según esta crítica, fueron buscados —pero mal calculados— por la dictadura y luego tolerados —pero nunca asumidos— por la Concertación. Lo que tranquilizaba a unos, excusaba a los otros: la Constitución impedía ponerse graves con el asunto.

La hegemonía de este diagnóstico, que tras el 18 de octubre abarcó a numerosas voces de la derecha, se desdibujó del modo más inesperado: fue la propia izquierda, excitación y pandemia mediante, la que redirigió el concepto de derecho social hacia la simple obligación del Estado de dar satisfacción al individuo, lo antes posible y sin reparar en costos colectivos. La promoción de los retiros de las AFP, que a todas luces reforzaban el esquema a subvertir, marcó el norte de un torpe derrotero del que aún no se vislumbra escapatoria: las reformas de salud y de pensiones, al parecer, serán discutidas al margen del acervo reflexivo que ha contrastado los criterios de eficiencia con el modo en que las instituciones modelan conductas y subjetividades.

Como un pequeño dique contra este desborde de inercia, el libro Contra la libertad, del sociólogo Andrés Biehl y el economista Germán Vera (ambos egresados de la PUC y doctorados en Oxford), apuesta a reponer el debate con un título resonante, que el subtítulo acota de inmediato: “Por qué la ilusión de elegir dañó nuestra convivencia”.

Los ilusos, aclaran los autores, no fueron los ciudadanos, sino los ideólogos de la dictadura que tramaron nuestro sistema de seguridad social. Pretendieron reemplazar un régimen dirigista, clientelar, infestado de mediaciones, por uno centrado en la relación directa entre cada usuario y el proveedor de su elección (por doctrina, el que mejor se adecuara a su situación presente y expectativas futuras). Las ventajas del modelo no eran pocas: ampliación de la cobertura, menores costos de transacción y, lo esencial, individuos más libres, más responsables y menos expuestos a la captura ideológica. La silenciosa utopía de una sociedad racional.

Contra la libertad es un exhaustivo inventario de todo lo que no previó el diseñador ni enmendó después el continuador. Por detrás de los errores de diseño, el gran error de concepción: fundar el vínculo social en el consentimiento individual y en las relaciones contractuales que le darían expresión, sin reparar en que la pertenencia a una comunidad, la noción de responsabilidades compartidas, la legitimidad de las instituciones emergen de la convivencia y no de los contratos. Las instituciones de seguridad social, que en sociedades más libres y fragmentadas han concentrado los roles de antiguas redes de contención, son cada vez más relevantes en ese sentido: configuran identidades colectivas, ritos de pasaje, respuestas a temores y riesgos, en fin, “un aprendizaje de cómo ser personas responsables y vivir con otros”; trascienden por mucho, entonces, la racionalidad económica (“máquinas de preferencias”) en la cual se enmarcó al individuo convocado a elegir.

Allí donde otros autores acusan que elecciones tan segmentadas por el poder del bolsillo no merecen llamarse tales, Biehl y Vera, al acecho de la antropología liberal y no del capitalismo, enfatizan otro problema: forzado el ciudadano a escoger entre alternativas que le exigen una racionalidad de experto (y proyectar su vida entera para acertar en la decisión), ofertadas además por proveedores más adictos a la rentabilidad que a la veracidad, la libertad de elegir se extravió pronto en un cuadro de responsabilidades diluidas y desconfianzas recíprocas

Allí donde otros autores acusan que elecciones tan segmentadas por el poder del bolsillo no merecen llamarse tales, Biehl y Vera, al acecho de la antropología liberal y no del capitalismo, enfatizan otro problema: forzado el ciudadano a escoger entre alternativas que le exigen una racionalidad de experto (y proyectar su vida entera para acertar en la decisión), ofertadas además por proveedores más adictos a la rentabilidad que a la veracidad, la libertad de elegir se extravió pronto en un cuadro de responsabilidades diluidas y desconfianzas recíprocas. Si acaso la comunidad compartía riesgos y beneficios, costaba percibirlo. Si la elección de colegios subvencionados era valorada por las familias, sus motivos para elegirlos resultaban irracionales —cuando no inconfesables— a ojos de la política pública. El presunto ciudadano autónomo, en definitiva, fue más bien un portador de nuevas obligaciones que mal podía remitir a un pacto colectivo, pues tampoco el Estado podía sincerarlas si quería sostener la narrativa que aseguraba su cumplimiento: aquí se incentiva, no se obliga. Ficción a cuyo alero nuestra seguridad social, “destinada a entregar certezas, generó incertidumbre y conflicto”.

Aunque la discusión diste mucho de ser nueva, el registro del libro es completamente original en su género. El adjetivo neoliberal no figura en estas páginas, en tanto que sus autores agradecen los aportes de Pedro Morandé, Daniel Mansuy y otros pensadores afines (para más señas, Biehl y Vera integraron el equipo económico de Mario Desbordes). Sus herramientas de análisis, sin embargo, apenas dan cuenta de esas filiaciones. Más bien, tributan de los diversos campos académicos que relacionan comportamientos sociales con estrategias institucionales. La psicología de las interacciones, las dinámicas que conducen a generar confianzas o al autoengaño colectivo, marcan el tenor de este ensayo, donde conceptos como innovación y optimización son cuidadosamente ponderados. A ratos desconcierta: pocas veces, entre nuestros intelectuales, principios tan hondos intentan ser verificados desde enfoques tan pragmáticos. Pero ahí, quizás, su ventaja: no se había planteado en el país esta crítica al (neo)liberalismo, antes de este libro, en términos tan familiares para el liberal de nuestro tiempo. No hace falta aquí que las desigualdades sean insoportables o la solidaridad un valor superior. Si la libertad y la responsabilidad individuales se invocaron en vano, si la eficiencia se tornó ineficaz, se justifica una crisis de fe.

Los autores aportan ejemplos más que suficientes para apoyar su diagnóstico, aunque arriesgan la nitidez del mismo (y el ritmo del texto) al engolosinarse en la pesquisa de incongruencias; no pocas veces, en este ejercicio, la realidad parece acomodarse a sus insumos analíticos, más que al revés. Llegado cierto punto, sospechamos que ningún sistema de seguridad social resistiría este examen de consistencia, pues todo defecto de funcionamiento (abundantes por definición) será atribuido a un pecado conceptual de origen. Retrotraer cada falencia de la estructura al ideario que la inspiró, además, parece forzar a los autores a cotejar efectos equivalentes en los tres sistemas (educación, salud y pensiones), agrupando fenómenos de muy distinto grado y de repercusiones para nada uniformes en todo el espectro social.

Por contraste, este trabajo se muestra mejor prevenido que otros sobre el riesgo de cambiar ilusiones por espejismos. En alusión al proceso constituyente, se advierte más de una vez que el egoísmo no se decretó por ley en 1980, ni se logrará el efecto inverso por la misma vía. Hay en este ensayo un saludable sentido de realidad que desconfía por igual de números y palabras, en especial si nos ayudan a pasarnos películas o, cuando el guion se tuerce, a hacernos los tontos.

Subordinar el diseño de reglas e instituciones a la pregunta por lo que somos, por el modo en que realmente convivimos, suele entrañar el peligro de quedarse sin respuestas frente a la actual dispersión de intereses. Contra la libertad, hay que decirlo, no tiene resuelto ese problema (“tal vez no hay nada que articular en común”). Su ecléctica amalgama de idealismo y pragmatismo, sin embargo, le permite abrir una veta sugerente para explorar la crisis social del país. La exhortación a transparentar los costos de las decisiones públicas, de modo de sustentar las responsabilidades que a partir de ellas se distribuyen, apunta tal vez al único antídoto contra la pesadilla soberanista del individuo dependiente. Por lo mismo, no promete imponerse: es demasiado modesta en términos ideológicos, demasiado ambiciosa en términos políticos.

 


Contra la libertad, Andrés Biehl y Germán Vera, Ariel, 2023, 199 páginas, $17.900.

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