Bitácora del centro

por Lorena Amaro

por Lorena Amaro I 7 Diciembre 2016

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En Du Maurier, Carlos Cardani consigue con un lenguaje preciso dar cuenta de esa transitoriedad en que, finalmente, ser migrante o chileno da igual: el origen no importa nada, tampoco el destino de estas vidas, solo su paso, su latencia, su peso momentáneo.

por lorena amaro

Con tres libros publicados, Raso (2009), Pasaje Tala (2010) y Caldo de Cardán (2013), Carlos Cardani ha conseguido hacerse un lugar como poeta en los últimos años. Ha sido reconocido por críticos y pares, y ahora presenta su primera narración, la bitácora de un viaje inmóvil en la recepción del hotel Du Maurier, que le da nombre al libro. Quien escribe es “Carlos”, recepcionista novato en este lugar, a tan solo dos cuadras de La Moneda.

Quien busque aquí la progresión de un conflicto no hallará nada: cada día es contabilizado (a excepción del día 13, al que por cábala se llama “M”) y se registra allí algún pensamiento o suceso mínimo. Los personajes son pocos: el recepcionista del otro turno, el colombiano Camilo; el cuidador, Luis; la mucama peruana, Norma; la dueña del lugar, doña Tina. Y además de los fugaces pasajeros, los numerosos ciegos que todos los días van a trabajar unas puertas más allá, a un lugar que aparentemente es una empresa de cobro; el vecino que pasea a unos perros galgos; el encargado mexicano de un restorán chino cercano y poco más. Du Maurier es una libreta de apuntes minimalista, exacta, despojada, la libreta para un lugar de paso en un trabajo de paso.

Cardani consigue con un lenguaje preciso, dar cuenta de esa transitoriedad en que, finalmente, ser migrante o chileno da igual: el origen no importa nada, tampoco el destino de estas vidas, solo su paso, su latencia, su peso momentáneo. La cotidianidad anodina y lenta del hotel centrifuga, pulveriza el tiempo rápido del centro, y a solo unas calles del principal foco institucional del país, recibe con particular lentitud la circulación heterogénea, desigual, de provincianos que quieren vacacionar en Santiago, de sindicalistas que necesitan negociar con un ministerio, de familias argentinas de paso rumbo a un balneario.

duMaurier

Du Maurier es un texto novedoso en su costura. Los fragmentos, anotados como una suerte de diario de viaje, día a día (desde el 1 al 76), entregan numerosas pistas sobre cómo pueden ser leídos: “Un hotel es una historia fragmentada. Los personajes entran sin previo aviso o se van sin dejar señal de ruta. Entonces no es necesario hacer una trama. Hilvanar cada diálogo o escena con la siguiente es inútil. Apenas podría numerar los que han entrado aquí en el libro de registro de pasajeros. Un reparto donde no se sabe cuál es el personaje principal. Y es que así deben funcionar las cosas (…) al final todos estos trozos de historias se funden bajo la palabra hotel. Este hotel es un crisol”, escribe el narrador en el día 4.

A esta explicación de lo que en el fondo es el propio libro, se suman diversas citas de textos vinculados con los hoteles. No son muchas: Cardani sabe graduar muy bien estas alusiones, las que solo rozan la escritura, sugestivas y justas. Alude por ejemplo a El paraíso tres veces al día, de Mauricio Electorat: “Puntos en común: somos chilenos, las horas pasan lentas. Ni la tele ni los libros logran matarlas del todo. (…) La diferencia es que en esa historia el protagonista en la página 18 conoce a una chica que hospeda, en la 30 ya están en la cama y en la página 41 él le dice Te amo. Acá llevo casi 40 días y hasta ahora solo caen propinas y conversaciones raras. Quizá en París las cosas pasen más rápido que en Santiago”.

El lector ya sabe a lo que debe atenerse: no encontrará, en todo el libro, el suspenso o la progresión de algo más que las voces, casi siempre contenidas, de los personajes. Otras alusiones literarias, como una cita de La literatura nazi en América, otra de El portero de Reinaldo Arenas o sobre la escritora Daphne Du Maurier, autora de Los pájaros, le dan a la escritura un carácter singular, como si el texto fuera realmente una investigación donde el narrador tantea diversas entradas a un solo tema: este hotel, pequeño y sin categoría, que muchos confunden con un motel, como lugar de tránsito en que se confunden, chocan y registran las emociones y experiencias de sus fugaces habitantes: “Los hoteles son el lado íntimo de las ‘Cárceles de Cristal’ (No recuerdo dónde leí o escuché ese término)”, escribe Carlos, en un debut narrativo sin pretensiones, sobrio y efectivo, que rasga el telón del traqueteo céntrico, para revelar hasta dónde puede llevarnos la observación, la quietud y la capacidad del lenguaje que remueve, ya sea desde la poesía, ya desde la prosa, lo cotidiano.

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