El control de las mentes y los cuerpos

Resulta increíble que un documental con pocos recursos como One Child Nation, sobre la política de hijo único que rigió en China de 1979 a 2015, deje tan al descubierto la propaganda usada por las autoridades. Y eso que no reúne ningún dato que refute el éxito del régimen. ¿Cómo entonces? Los tiros van por otro lado: lo que a las directoras Nanfu Wang y Jialing Zhang les interesa mostrar es el desastre humano que esta medida dejó en el tejido social.

por Pablo Riquelme I 23 Noviembre 2020

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La política de hijo único rigió en China entre 1979 y 2015. Se basó en la premisa de que con un hijo por familia el país eludiría el hambre y duplicaría su riqueza. Evitó el nacimiento de 400 millones de chinos. Y a pesar de que disparó el envejecimiento de la población, al derogarla el Partido Comunista garantizó que la política convirtió “al país más poderoso, al pueblo más próspero y al mundo más pacífico”.

Resulta increíble que un docu­mental con pocos recursos como One Child Nation deje tan al descubierto la propaganda china. Y eso que no reúne ningún dato que refute el éxito del régimen. ¿Cómo enton­ces? Los tiros van por otro lado: lo que a las directoras Nanfu Wang y Jialing Zhang (nacidas y criadas bajo la política de hijo único, pero radicadas en EE.UU.) les interesa mostrar es el desastre humano que esta medida dejó en el tejido social.

El documental se presenta como la historia personal de la directora Nanfu Wang, quien tras dar a luz a su primer hijo en EE.UU., vuelve con él a China para hacer las pre­guntas que no hizo cuando vivía allí; el autoexilio y la maternidad la han dotado de una mirada crítica que nunca tuvo. Emerge una serie de testimonios brutales de perso­nas involucradas en la cadena de operaciones: el del jefe de la aldea rural donde Wang vivía con sus padres, encargado de llevarse a las mujeres para producirles abortos o esterilizaciones forzadas, o de quemarles las casas a las familias que se resistían; el de la partera que realizó 60 mil abortos obligatorios y que hoy paga sus culpas ayudando a mujeres con problemas de fertili­dad; el del traficante de niños que compraba guaguas y las sacaba ilegalmente al extranjero con la venia del partido. Todos cargan con la cruz de haber sido cómplices de un crimen colectivo. En cada caso, la justificación personal se materializa en la misma pregunta: “¿Qué opción tenía yo?”.

Wang indaga sobre el destino de 130 mil niñas chinas que fueron sacadas del país con el timbre oficial del Partido Comunista, muchas de ellas arrancadas directamente del vientre materno o de los brazos de sus madres en plena noche. En este punto, el documental deja de ser un testimonio personal y se convierte en la historia de una generación.

Para Wang es particularmen­te doloroso observar el correlato del trauma nacional en su propia familia. La documentalista tiene un hermano. Sus padres pudieron tenerlo porque en el campo, a dife­rencia de las ciudades, se permitía un segundo hijo si el primero era mujer. Esto se debe a que la cultu­ra china privilegia el nacimiento de hombres, porque tienen mejor perspectiva económica y perpetúan el apellido familiar. La política de hijo único empujó a miles de familias a deshacerse de sus hijas y preferir probar suerte con un nuevo embarazo (que ofrecía la posibilidad de un niño) antes que hundirse en la pobreza y el anonimato.

La familia de la documentalista no es la excepción. Un tío por el lado de la madre revela que abandonó a una hija recién nacida en un mer­cado, que falleció dos días después porque nadie quiso recogerla. Una tía por el lado del padre confiesa haber entregado una hija a un traficante de niños, de la cual nunca más se supo. Y la madre de Wang revela que si hubiera tenido una segunda niña, la habría botado a la calle.

Wang indaga sobre el destino de 130 mil niñas chinas que fueron sacadas del país con el timbre oficial del Partido Comunista, muchas de ellas arrancadas directamente del vientre materno o de los brazos de sus madres en plena noche. En este punto, el documental deja de ser un testimonio personal y se convierte en la historia de una generación: la que tuvo que soportar el peso de lo que, según la omnipresente propaganda oficial, fue una guerra contra el hambre, pero que en realidad fue contra su propia gente. Para Wang es incomprensible que su madre, igual que la mayoría de los chinos, siga creyendo que fue una guerra necesaria. La brecha generacional recuerda una frase de Joel Chandler Harris: “Los pro­blemas de una generación son las paradojas de la siguiente”.

Hacia el final, Wang ironiza con que se fue de un país donde se obli­gaba a las mujeres a abortar y llegó a otro donde se les impide hacerlo. A pesar de sus enormes diferencias, ambos gobiernos intentan quitarles a las mujeres el control sobre sus cuerpos. Con esto, el documental apunta a una idea mayor: la disputa del individuo contra el Estado por su propio cuerpo. Si la propaganda intenta controlar las ideas, las limi­taciones al aborto, la reasignación de género y la eutanasia, por poner tres ejemplos concretos, son parte de una batalla más amplia, a la que después de la pandemia hay que añadir el combate por nuestros datos electrónicos y probablemente nuestra información biológica. No es ciencia ficción proyectar un futuro inmediato donde ni siquiera de eso seamos dueños.

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