por Rodrigo Olavarría
por Rodrigo Olavarría I 5 Junio 2018
Este libro admirable se abre declarando que el ejemplar que tenemos en las manos no es el libro que su autora pretendía escribir, este debía ser un libro sobre la moral sexual en las organizaciones revolucionarias argentinas de los años 70. Pero en algún punto y mientras reflexionaba sobre el tema original, María Moreno empezó a rondar las figuras de Rodolfo Walsh y su hija María Victoria.
Desde el título: Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas, Moreno propone la lectura y deconstrucción de dos cartas de Rodolfo Walsh, el escritor y periodista argentino desaparecido tras ser atacado en la calle por la policía de la dictadura argentina en marzo de 1977. La primera de estas cartas está dirigida a su hija Vicki, muerta en combate con el ejército el 29 de septiembre de 1976, y es casi un rezo, un susurro donde Walsh se dirige a su hija como padre y compañero político. Esa es la imagen fundacional de este libro y aquella en torno a la cual orbitan todas las aristas abordadas por Moreno: una muchacha de 26 años en camisón disparando una ametralladora desde una terraza. En ese sentido, el uso de la expresión “elegía política” es más que acertado, ya que la elegía es un género poético que lamenta una muerte a título personal, es decir, se trata de un género subjetivo, más cercano al testimonio que a la inobjetabilidad de un texto redactado por la oficialidad.
En la segunda carta, titulada “Carta a mis amigos”, Walsh cuenta cómo recibió la noticia de la muerte de Vicki y narra cómo esta ocurrió en un texto que, según María Moreno, clausura la especulación y señala la forma en que deben entenderse los suicidios de Victoria y el compañero con que se enfrentó a los efectivos de la dictadura. En esta carta cada palabra, cada número y figura retórica cumple un rol, ya sea el de manifestar la desproporción de fuerzas entre el ejército y los cinco montoneros emboscados, oponer la dulzura de Vicki con su hija de un año a la brutalidad de quienes los rodean con tanquetas y, finalmente, declarar que su muerte “fue gloriosamente suya”, aludiendo al suicidio como un gesto que impide al enemigo el acceso a la información.
El uso retórico del número como fetiche de la información, una carta de Walsh a Vicki de 1963, el parecido de la historia de los Walsh con las tragedias del ciclo tebano, Edipo Rey y Antígona, son temas de análisis en el segundo capítulo de Oración, titulado “De la voz de la sangre a la sangre derramada”. En esta misma sección, María Moreno reflexiona sobre cómo influyó la labor de Rodolfo Walsh en ANCLA, la agencia de noticias clandestina que combatía la censura, en su elección del género epistolar para dar cuenta de la muerte de su hija. Aquí, Moreno registra la influencia del periodismo de José Martí y el Yo acuso de Émile Zola, pero afirma que estas cartas son en realidad armas contra las cartas publicadas en la prensa controlada por la Junta Militar, cartas inventadas donde madres y hermanos instaban a los militantes clandestinos a entregarse y a los familiares de militantes a denunciar a sus parientes. Visto así, las cartas de Walsh serían “contracartas”.
Un par de párrafos atrás usé la palabra testimonio. No fue casual, quería acercarme a uno de los marcos que sustentan este libro, el trabajo con los géneros menores, es decir, las cartas, el diario, el testimonio y todo lo que está amenazado a desaparecer. Estos géneros, asociados por lo general a la producción intelectual de las mujeres, son usados estratégicamente por Moreno en este libro profundamente feminista donde, desde la dedicatoria en adelante, abundan los nombres de mujeres, vivas y muertas, combatientes, artistas y escritoras. No podía esperarse menos de María Moreno, seudónimo de Cristina Forero, la escritora y crítica cultural que fundó la revista feminista Alfonsina cuando Argentina recuperó la democracia y se buscaba legalizar el divorcio.
La tercera sección de Oración se titula “H.I.J.A.S. de la palabra”. En ella Moreno aborda cómo las hijas de desaparecidos han abordado la creación artística y cómo han logrado erigir un discurso propio que cuestiona el modo institucional en que se ha construido la memoria de la dictadura. Para esto se enfoca en cuatro artistas y cuatro obras: la película Los rubios (2003) de Albertina Carri, la obra de teatro Mi vida después (2009) de Lola Arias, Diario de una princesa montonera (2012) de Mariana Eva Pérez y en varios escritos de Marta Dillon, pero sobre todo en Aparecida (2015). María Moreno destaca el hecho de que estas artistas logran zafar de la trampa de la retórica de los cuerpos supliciados y erigir un discurso nuevo, como hace Marta Dillon, al transformar los restos óseos de Marta Taboada, su madre, en un cuerpo deseante. Las obras de estas cuatro mujeres se caracterizan por el uso de elementos de alta y baja cultura pero, más importante, por no ceder al realismo y por permitirse la blasfemia consciente contra la memoria “derechohumanística”, por usar el término acuñado por la princesa montonera.
Se dice que todo libro contiene un par de líneas donde su autor, conscientemente o no, revela el procedimiento o ideario según el cual el libro fue escrito. En Oración ese fragmento está en una entrevista de Ricardo Piglia a Rodolfo Walsh realizada en 1970, donde este aboga por el fin de la novela como género propio de una concepción burguesa del arte y por la aparición de un género documental donde “el montaje, la compaginación, la selección, el trabajo de investigación (…) abren inmensas posibilidades artísticas”.
En la entrevista, Walsh está hablando sobre su libro ¿Quién mató a Rosendo?, publicado en 1969, pero también está anunciando el género al cual pertenece el libro que nos ocupa. Oración es una obra documental cuya forma nace de su propio tema, es un libro sobre combatientes para quienes la revolución siempre será algo que vendrá, pero también es un libro consciente de una revolución de las formas que María Moreno, libro a libro, está haciendo posible.