El silencio y la furia

Subterfugio es una novela feroz sobre el abuso, que demuestra que la obra de Nicolás Poblete merece más atención de la que ha recibido y que, al plantear la duda sobre la (im)posibilidad de sanación —y el significado de este concepto—, nos lleva a preguntarnos si la idea misma de terapia no es más que un subterfugio.

por Sebastián Duarte Rojas I 2 Septiembre 2022

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Subterfugio, de Nicolás Poblete Pardo, autor de otras diez novelas, dos libros de cuentos y un reciente poemario, abre con la pregunta: “¿Alguien ha matado a alguien acá?”, la que lleva al protagonista a dudar de si en verdad nunca ha cometido un asesinato, al tiempo que nos anuncia la brutalidad de la narración en que nos adentramos, como diciéndonos que abandonemos toda esperanza.

Sebastián Parraguez es un psicólogo santiaguino que vive acosado por sus propios traumas y se especializa en “víctimas de abuso; muchas veces, sexual”. Este es el tema central del libro, el abuso en todas sus formas y las reacciones de quienes lo han sufrido: primero, el silencio, ligado a la vergüenza y la culpa, que se ve reforzado por la falta de respuesta de quienes debieran hacerse cargo; y las dos posibles salidas del mutismo: la verbalización, lo que Sebastián intenta que sus pacientes logren en el diván para sanar sus heridas, y la furia, que puede derivar en el deseo de venganza. A nivel social, ese enojo se expresa en las protestas, el telón de fondo de la novela, y se condensa en una frase leída por Sebastián y su pareja, Sergio, un arquitecto en silla de ruedas varios años mayor que él, en una marcha feminista: “Machete al machote”.

Otro eje de la novela es la parentalidad, la que se aborda sobre todo en relación a tres mujeres fundamentales en la vida del psicólogo y que, de algún modo, son sus dobles: su madre soltera y adicta a las pastillas que lo llevó, siendo solo un niño, a una sobredosis, antes de morir ella misma por ese medio; su terapeuta y mentora, Susana Benveniste, quien cría aves carnívoras como si fueran su progenie; y la paciente cuyo tratamiento abarca gran parte la novela, María Ignacia Barrios, una joven estudiante de teatro que llega a la consulta por la reciente muerte de su madre —otra sobredosis— y por sus problemas con su padre, José Miguel, quien además fue compañero de colegio de Sebastián.

También se presenta a varios otros pacientes cuyas historias amplían el mundo y permiten vislumbrar otros costados de esas temáticas centrales, como José Pablo, un hombre que al principio no quiere tener hijos y que luego, cuando es padre, desea encerrar a su bebé en un aparato que lo silencie por completo; o Freddy, quien a los 60 años intenta lidiar con la vergüenza que ha sentido toda su vida por haber tenido una erección cuando fue violado.

Este es un libro que sostiene una alta tensión a lo largo de sus casi 400 páginas, que trabaja el desorden temporal con destreza, que se articula en torno a ciertas frases claves y sus ecos, y en que Poblete vuelve a algunas fijaciones de su obra, como el uso de una imaginería animal en relación a la violencia.

Este es un libro que sostiene una alta tensión a lo largo de sus casi 400 páginas, que trabaja el desorden temporal con destreza, que se articula en torno a ciertas frases claves y sus ecos, y en que Poblete vuelve a algunas fijaciones de su obra, como el uso de una imaginería animal en relación a la violencia, aspecto predominante en su novela anterior (Dame pan y llámame perro, 2020). Pero en Subterfugio, además, los mecanismos de la narración se ligan a las técnicas de la terapia por medio del uso del presente —“te pido que hables con el ‘ahora’” es un consejo que Susana y Sebastián suelen dar en sus sesiones—; una temporalidad que se vuelve especialmente escabrosa en los pasajes que actualizan el trauma del abuso: “El zumbido del cierre es un instrumento para cortar, así suena. Así se siente, por más que intente protegerme, acurrucarme, atrincherarme inútilmente con el material blando del saco de dormir que no sirve para nada salvo para amortiguar mi llanto”.

Menos efectivos son los momentos cuando la narración incurre en explicaciones de más o en maniqueísmos como el uso de un personaje que representa todo lo que está mal, todos los abusos: un violador impune, machista, homofóbico, clasista, posible femicida y “uno de los peces gordos a cargo de las isapres”; neoliberalismo y patriarcado encarnados en alguien tan perverso que llega a ser una caricatura, lo que frustra cualquier cuestionamiento ético. Los excesos se vuelven notorios en el clímax, que podría ser mucho más impactante de no detenerse a subrayar los símbolos y temáticas hasta el punto en que el papel amenaza con romperse.

Sin embargo, esto no libra de méritos a Subterfugio, una novela feroz que demuestra que la obra de Poblete merece más atención de la que ha recibido y que, al plantear la duda sobre la (im)posibilidad de sanación —y el significado de este concepto—, nos lleva a preguntarnos si la idea misma de terapia no es más que un subterfugio.

 


Subterfugio, Nicolás Poblete Pardo, Cuarto Propio, 2022, 370 páginas, $16.500.

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