por Manuel Boher I 29 Octubre 2024
“Mamá —preguntaba un niño romano, en un libro cómico del siglo III—, ¿tienen otras ciudades una luna tan grande como la nuestra?”.
De este pequeño fragmento se deduce que Roma ejercía una especie de soberbia grandeza. Donde convivían hermetismo y erudición, con formas decadentes y corruptas que llevarán a los moralistas medievales a imaginar en ella una Babel o una Sodoma. Sin embargo, los notables romanos nunca fueron ciegos a esta oposición. Comparar el desorden de Roma con la sencillez del campo fue un tópico literario muy temprano; el poeta Horacio pregunta en su carta a Floro: “¿Sigues suponiendo que hoy en Roma / alguien podría componer poemas / entre tantos trabajos y desvelos?”, y enumera: “Un furioso contratista / urge a un mozo de mulas; una grúa / levanta aquí una viga, acá una piedra; / un lúgubre cortejo funerario / avanza trabajosamente; allí / corre una cerda, allá una perra ladra”.
Esta descripción, que se anticipa a la del mundanal ruido, este afable llamado a la sencillez, llena las epístolas que Horacio publicó en dos volúmenes, separados por siete años, en 20 y 13 a. C. Ambos fueron editados en Chile por Ediciones Tácitas, con una prolífica traducción en endecasílabos de Juan Cristóbal Romero, bajo el nombre de Epístolas, volumen que contempla, además, la ya publicada traducción del Arte poética de Horacio, por la misma editorial.
Horacio se muestra como este lúcido hombre retirado, que alcanza una claridad a caballo entre la melancolía y la iluminación. Un sentimiento muy romano, por cómo implica una emancipación casi total de las lógicas sociales del imperio: donde todos sus miembros, siempre, dependen o prestan tributo a un superior directo o supuesto. Un aparato de modales rígido, según Paul Veyne, muy fértil para los temas satíricos de la poesía latina, de los que algunas epístolas no están exentas. Horacio alcanza, entonces, el mayor prestigio al que un ciudadano romano puede aspirar: el ocio. “No cambio mi ocio libre por el oro de Arabia”, escribe en su epístola a Mecenas. Una ociosidad loable, que se disfraza de virtud cartuja o franciscana, pero que en la práctica se refiere a la vida del poeta en una mansión de varias hectáreas —con varios esclavos—, cerca de la actual Trípoli, en una mansión entregada por el mismo Mecenas.
Esta forma oblicua de referirse a otro, de ocultar más que de revelar, debe entenderse como un conducto hacia los más brillantes temas de la poesía latina. Hay que entender, por ejemplo, que cuando Marcial se burla de un porquero, en realidad se burla de un gran transportista de animales; cuando Juvenal acusa de lascivo a un jardinero, en realidad acusa a un importante agricultor. Son distintos juegos de la inteligencia romana, que no deben juzgarse verdaderos o falsos. La genialidad de las Epístolas está ahí, embellecen al máximo un lenguaje común, fraterno; intercalan lo interior y lo exterior, lo más importante entre lo insignificante. El hecho noticioso en las cartas también parece atmosférico, como si aportara en algo al espíritu didáctico con que escribe Horacio a sus interlocutores, al final de su carta a Iccio escribe: “Y si quieres saber cómo está Roma, / por fin Agripa sometió a Cantabria; / Claudio Nerón entró en Armenio; Fraates, / Arrodillándose, aceptó la ley / Y el imperio de César. La Abundancia / Ha vertido su cuerno sobre Italia”.
Este libro cuenta con las 22 epístolas que Horacio envió a 18 interlocutores distintos. Y ese es un último detalle, aunque obvio, que se debe mencionar: son textos dirigidos a destinatarios reales, que se relacionaban o relacionaron de maneras distintas con el poeta. El tono epistolar de Horacio es expresivo y muy rico. Escribe, generalmente, hacia la ciudad —hacia esa grande y lejana luna romana—, mezclando la añoranza con una memoria que deja de ser solo personal, la distancia física se convierte en una distancia emotiva, algunas veces madura, otras, casi rendida, nostálgica. Este tono actualiza el texto, y lo ha hecho por muchos siglos. Dante reconoce a Horacio por sus epístolas, y vemos sus ecos en el Siglo de Oro y en el Romanticismo. Aun hoy, cuando las comunicaciones son potenciales y monstruosas, este libro parece iluminarlas del modo más justo y humano.
Epístolas, Horacio, Tácitas, 2022, 190 páginas, $10.800.