La profundidad de lo ingrávido

por Federico Galende I 2 Septiembre 2025

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Si la palabra “pánico” viene acompañada de la palabra “ternura”, es porque a lo mejor Paz López pensó que podían irrumpir juntas en la conciencia, electrocutando con ese choque los nidos en los que se posan las rutinas del conocimiento, los costumbrismos de la razón. Pero no pasa eso; primero entra una palabra, después la otra, y además a distintas alturas, ya que el pánico es un río que desciende de la cabeza, mientras que la ternura es el ascenso circunstancial de una actividad inesperada del corazón. Entonces lo que sucede es aún más interesante: lo que está arriba se viene abajo y lo que está abajo lo acuna durante unas páginas, antes de levantar el vuelo y partir.

Esto se debe a que de un corazón, como escribió Mayakovsky antes de meterle un balazo al suyo, “no se puede saltar”. Está más cerca del suelo de lo que está la cabeza, y la autora tiene, como lo dejó probado en un libro anterior, sus filosofías particulares de la pietá, donde son las palabras despojadas de fórmulas las encargadas de velar aquellas ideas que se desvanecen.

Lo que así comienza es una escritura absoluta, una escritura en sí misma, que en las páginas iniciales Paz López hace propia quitándole a los sentidos la división que los organizaba cuando de niña se dedicaba a espiar a su madre. ¿Qué era lo que estaba espiando? A pesar de todo lo que Nelly Richard, Juan Dávila y Carlos Leppe hicieron al respecto en este país, cada tanto hay que volver a advertir que la madre no es una mujer, es el lugar de todas las diferencias de las identidades consigo mismas, por lo que espiar a una madre se parece mucho a espiar el vacío.

La paradoja del vacío, como lo explica la autora en las delicadísimas notas que brinda a Georges Perec, es que hay que contar con él, en cuyo caso lo óptimo es que los sentidos se desorganicen para que sea el alma de las palabras el que a ese vacío lo colma. Si lo consiguen, si consiguen colmarlo, entonces se ha provocado un milagro, que contra todo lo previsible reside en la magia de las palabras que renuncian con elegancia a los poderes referenciales de los que disponen. Esto significa que han decidido alimentarse de su propia fuerza y de su propia luz, flotar unas al lado de otras en un paisaje de distancias y proximidades en el que se las han arreglado para entretejer un curioso fluido.

Es el fluido de la gracia, como lo llamó Simone Weil, donde las formas enseñan a las ideas a descender lentamente, sin la opresión de la gravedad. Y Paz López escribe así, invitándonos a transitar de las filosofías de la pietá a las literaturas del pensamiento de la ingravidez.

Cuando Cortázar hizo ese chiste sobre Louis Armstrong, preguntándose cómo habría sido el mundo si en lugar de Dios hubiera soplado Louis, mostró sin querer la ternura del ascenso de las notas sopladas por un viento que se desconoce a sí mismo. Pasolini transportó esta ternura a las mejillas infladas que contorsionan los rostros de quienes hablan un dialecto olvidado, y Paz López, en cuyo ensayo esta clase de antecedentes está más que a la vista, le introduce una nueva variación: la de tocar la carne monstruosa de las cosas con palabras que dan un saltito hacia atrás.

Escribir es aprender a caer, y aprender a caer es lo que practican las figuras del Catch o por ejemplo los payasos profesionales, quienes pagan con sus comedias las penitencias de la encarnación. Pero también posee otro sentido: el de las palabras que se rebajan para subir por encima de la gravedad inmoral del lenguaje. Si por un lado se rememoran aquí los “copitos de nieve” que bajaban con suavidad en una canción que a la autora le cantaban durante la infancia, y por el otro se evocan con mortificación algunos desplomes violentos, como el de su hermanita cayendo de espaldas del último peldaño de un resbalín, es porque con estos contrastes se cita una filosofía encriptada: la de las palabras que querrían reparar los accidentes del existir, descendiendo apoyadas en la vida del aire.

Cuando Cortázar hizo ese chiste sobre Louis Armstrong, preguntándose cómo habría sido el mundo si en lugar de Dios hubiera soplado Louis, mostró sin querer la ternura del ascenso de las notas sopladas por un viento que se desconoce a sí mismo. Pasolini transportó esta ternura a las mejillas infladas que contorsionan los rostros de quienes hablan un dialecto olvidado, y Paz López, en cuyo ensayo esta clase de antecedentes está más que a la vista, le introduce una nueva variación: la de tocar la carne monstruosa de las cosas con palabras que dan un saltito hacia atrás.

Esta forma de saltar hacia atrás es lo que Deleuze, a propósito de la pintura de Bacon, designó como diagrama. Entonces de la literatura de los descensos ingrávidos transitamos hacia la literatura de los diagramas, donde las palabras no siguen las líneas del pensamiento, sino que escriben las fuerzas. Lo que así comienza es el ensayo como arte de los enrarecimientos, que la autora ejerce tomando de lo monstruoso su única lección perdurable: la de la carne enseñándole al pensamiento a perder sus contornos. En esto hay una intención, que es política y estética al mismo tiempo: la intención de probar que pensar lo contemporáneo, como lo hacen Byung-Chul Han o cualquier profesor dedicado al arte de redactar diagnósticos, no tiene nada que ver con pensar contemporáneamente, es decir, que hay que referir la contemporaneidad con palabras que se le acercan más justamente porque no saben cómo volver al punto del que partieron. Las literaturas de los diagramas ceden así sus fuerzas a una filosofía mimética de lo oblicuo.

Lo oblicuo se entiende en este escrito como el espacio etéreo en el que lo que desciende de la cabeza se encuentra con lo que sube del corazón. Una cosa se ha extraviado en la otra, y ahora no les queda más que dejarse impulsar por el tono y caminar juntas. El tono es el viento que sopla, no los pájaros que se lanzan en picada raptándoles un signo a las cosas que nadan desprevenidas, y con los ensayos lindos hay que hacer lo mismo que con los niños pequeños cuando se pierden en la playa: buscarlos en la dirección del viento y hallarlos con emoción, antes de que los pájaros del sentido los picoteen.

 


Pánico y ternura, Paz López, Lumen, 2025, 140 páginas, $16.000.

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