por Jean-Michel Frodon
por Jean-Michel Frodon I 12 Marzo 2019
En este caso, hay que confiar en el afiche. Los personajes de la nueva película de Olivier Assayas están muy cerca de estas figuras estilizadas y gráficas, que provienen menos de los cómics que de los dibujos cómicos.
Assayas se aventura por primera vez en la senda de la comedia defendida como género. Un número de realizaciones de este cineasta, desde Finales de agosto, principios de septiembre hasta Irma Vep, no carecían de dimensiones cómicas, pero sin que ellas definieran esas películas.
Lo hace ahora reivindicando una definición de los protagonistas —un editor parisino, un escritor narcisista, una actriz de serie de televisión y pareja del editor, la asistente parlamentaria “motivada” y pareja del escritor—, no tanto como caricaturas sino como simplificación voluntaria de algunos rasgos dominantes.
Lo hace, también, haciendo de los diálogos el corazón mismo de la acción, según un método que puede hacer pensar en Woody Allen y que despliega un juego construido a la vez sobre los deseos, las ideas y las palabras.
Los deseos (pulsión de dominación, necesidad de seducir, miedo de crecer, apego a modelos, egoísmo) son los de siempre, las palabras son las de hoy. Las ideas están en la encrucijada de estos dos flujos.
Atravesada por muchos problemas actuales —los efectos de la revolución digital en el mundo de la cultura, la representatividad de la política, el lugar de las series, el papel de las redes sociales—, el relato con giros aparentemente apagados y a menudo crueles de Doubles Vies se nutre de un combustible muy particular.
Los diálogos, de hecho, se componen a partir del repertorio de las ideas recibidas y todas las fórmulas hechas, que es la manera con la que todo el mundo se tranquiliza ante la pérdida de los puntos de referencia emocionales, políticos, culturales, etc.
Es aquí donde la mecánica narrativa se acerca a un tipo de dibujos de reflexión sobre lo contemporáneo a partir de clichés, frases para reflexionar y decálogos burlescos, pero significativos, entre lo que se dice y las condiciones en que se dice, donde historietistas como Sempé o Claire Bretecher han sido grandes figuras.
En el cine se necesita un tipo de virtuosismo particular, hecho de velocidad y de contra pie, de cambios de ritmo y de elipsis, para hacer vivir esta aventura casi únicamente mental. O mejor dicho, que sería mental si no pasara por el recurso principal que son los intérpretes.
Para encarnar estas cuatro “figuras”, cada una de las cuales tiene su cara oculta y sus fallas, el cuarteto reunido por Olivier Assayas es, a este respecto, impecable.
Juliette Binoche, claramente disfruta jugar con sus similitudes y diferencias con la actriz debilitada por el estado de su carrera y por su pareja.
Vincent Macaigne, como un escritor infantil, inventa nuevas asonancias al personaje de oso rudo que él ha estado representando en el cine francés durante una década.
Guillaume Canet, otorga a su jefe de una editorial una riqueza tensa, una fuerza donde se puede adivinar una parte de la sombra, incluso de la tristeza, que confirma de paso el talento, a menudo subempleado, de este actor.
Pero la revelación de la película es, sin duda, la casi principiante Nora Hamzawi, sorprendente por su tono y delicadeza en el papel de la ayudante parlamentaria sin benevolencia por los defectos de su pareja.
Gracias a esta virtuosa orquesta de cámara, Doubles Vies somete a escrutinio gran parte de los problemas y las angustias de la época.
Además de las relaciones de pareja, se habla mucho de los efectos de lo digital en el mundo de la edición, del libro y la lectura. Y, a través de este contexto particular, de sus efectos tanto en el mundo laboral como en las relaciones entre las personas.
El marco del relato es el del mundo editorial, pero por supuesto no es difícil también percibir, entre otros, el equivalente para el cine, donde surgen preguntas muy similares, con la misma batería de respuestas preparadas, tanto desde el lado de los turiferarios entusiastas de las llamadas nuevas tecnologías, como desde el lado de los defensores de las prácticas, los objetos y el espíritu de la época anterior, o incluso desde la noche de los tiempos.
Si Assayas se divierte organizando el ping-pong entre estas posturas, en términos que no se burla de nadie en particular, ya que ellas están muy extendidas, eso no excluye evidentemente los problemas.
La cuestión de la verdad, en la vida amorosa, en la vida profesional, en las historias, novelas o películas, vale para todos, incluido el autor (de la película).
Entre el mandato moral, la adaptación a las limitaciones de la existencia y el respeto por la intimidad y los sentimientos de los demás, las opciones cotidianas de abrir espacios (a veces grietas, a veces abismos) que conciernen a todos, especialmente a los que tienen como trabajo contar historias a otros.
Todo un conjunto de nuevas prácticas relacionadas con Internet son vueltas a interrogar con nuevas imputaciones, a veces violentas, a veces injustas, a menudo necesarias, y el creador de las “figuras” de Doubles Vies no está más exento de las preguntas planteadas de este modo que él no perdona a los demás.
Recurriendo a esta arriesgada apuesta para movilizar a los personajes que no son exactamente las figuras más queridas de estos tiempos (artistas e intelectuales parisinos, personal político) y, mientras los alimenta con todas las fórmulas hechas de la época, para de todos modos amarlos, el autor-director desliza sin embargo una réplica que no es sino él mismo.
En el momento en que menos lo esperamos, Olivier Assayas pone en boca del editor una frase del cineasta de quien siempre se ha sentido más cercano, Ingmar Bergman, frase tomada de Los comulgantes.
El pastor afirmó la necesidad de mantener una presencia, incluso en el templo vacío, en nombre de un compromiso más esencial. Exigencia ética y compromiso personal más allá de los caprichos de los tiempos, que hoy en día encuentran ecos múltiples e imperiosos, en medio de gritos cínicos y quejas perezosas.
Este solo momento –breve– nos recuerda que si Doubles Vies es en verdad una comedia, lo es en el sentido más elevado de la palabra, aquel que desde Molière permite cuestionar los temas más serios con los recursos del malentendido y la farsa.
Artículo aparecido en Slate.fr en enero de este año. Traducción de Patricio Tapia.