Tomás Lago de cuerpo entero

por Rodrigo Olavarría

por Rodrigo Olavarría I 19 Diciembre 2017

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La compilación en un solo volumen de cuatro obras fundamentales del investigador nacional nos remiten a una sensibilidad y fascinación por “la voz humana de Chile”, un rasgo pesquisable en el habla, pero también en las cerámicas de Quinchamalí y en las viñetas pintadas por Rugendas. Los escritos de Tomás Lago sobre el huaso y el arte popular chileno son fundamentales para salvar muchas piezas del destino ornamental al que las condenan el turismo y los editores de las revistas de decoración.

por rodrigo olavarría

Estas obras escogidas reúnen en un mismo volumen cuatro libros fundamentales de Tomás Lago: El huaso (1953), Rugendas, pintor romántico de Chile (1960), Arte popular chileno (1971) y la obra póstuma La viajera ilustrada, vida de María Graham (2000), dejando fuera sus dos primeros estudios publicados en forma de libro, Vicuña Mackenna en California (1939) y El romanticismo en 1842 (1942). Los títulos seleccionados privilegian un acercamiento a la mirada de Tomás Lago, ejercitada en una escritura que sin esfuerzo aparente se transporta en el tiempo y nos devuelve imágenes de un Chile oculto bajo capas de concreto y sincretismos de todo orden. Visto de esta forma, las biografías de Rugendas y María Graham (dos cronistas involuntarios del Chile de su tiempo) fueron un campo idóneo para que esa mirada realizara su fin último, “reconstruir una época” buscando descubrir su “punto corrido”, es decir, “el quid de lo que no entendemos debidamente” del pasado.

En la obra de Tomás Lago hay una forma de considerar el pasado de Chile y sus identidades que nos remite irremisible a la sentencia de Gabriela Mistral: “Menos cóndor y más huemul”, un dictum reconocible en la obra de Violeta Parra, en la oralidad que Raúl Ruiz rescata aquí y allá, así como en la música de Javiera Mena. Se trata de la misma sensibilidad que alimenta las investigaciones de Lago, su fascinación por “la voz humana de Chile”, un rasgo pesquisable en el habla, en las cerámicas policromadas de Quinchamalí y en las viñetas pintadas por Johann Moritz Rugendas en su paso por el país.

Para hablar de la necesidad de este libro se me ocurre comparar la obra de Tomás Lago con la de Anita Brenner en México y su libro Ídolos tras los altares, donde unió ensayo, fotografía, antropología y literatura, para sacar a la luz la raíz indígena dentro de cada manifestación cultural de apariencia cristiana o criolla.

Los escritos de Tomás Lago sobre el huaso y el arte popular chileno son fundamentales para salvar muchas piezas del destino ornamental al que las condenan el turismo y los editores de las revistas de decoración. Estos dos libros deben ser considerados como botellas lanzadas al mar, mensajes para chilenos futuros, que gracias a estas pistas, podrían darles a la cestería, al trabajo del barro y a las espuelas, el valor que merecen como dispositivos donde leer el pasado y sus procesos estéticos, migratorios y de mestizaje.

Para hablar de la necesidad de este libro se me ocurre comparar la obra de Tomás Lago con la de Anita Brenner en México y su libro Ídolos tras los altares, donde unió ensayo, fotografía, antropología y literatura, para sacar a la luz la raíz indígena dentro de cada manifestación cultural de apariencia cristiana o criolla. Tal como la obra de Brenner, la de Lago en su momento fue acusada de impresionista, pero gracias a la progresiva superación del complejo de inferioridad propio de la subalternidad de las culturas sudamericanas, ambas evidencian hoy una relevancia que ilumina el futuro de los estudios culturales.

Hoy parece evidente que la dictadura sumergió y contaminó el proceso, iniciado a fines del siglo XIX, de valorización y estudio de la cultura popular. Un proceso que a mediados del siglo XX escapó de la esfera académica para ingresar a la cultura de masas y cristalizar en la música de Víctor Jara y Los Blops; en el cine de Raúl Ruiz y Patricio Kaulen; y en la toma de conciencia del arte chileno de su situación frente el arte del primer mundo. Tomás Lago y Violeta Parra pueden considerarse las dos ruedas mayores del engranaje que facilitó ese logro.

Las obras de arqueólogos, etnólogos, folkloristas y cronistas decididos a rescatar lo que desaparecía ante sus ojos, eso llamado cultura chilena o, mejor dicho, retazos de lo que ellos consideraban cultura chilena, son raramente leídas y sus autores solo son mencionados a la hora de bautizar bibliotecas y escuelas. Es necesario reeditarlas y leerlas. Pienso, entre otras, en las obras de Ricardo Eduardo Latcham, Oreste Plath y Aurelio Díaz Meza, todas invaluables y necesarias, pero sin la actualidad que los libros de Tomás Lago todavía ostentan, tanto en su tema como en su tratamiento, actualidad que se cumple al leerlo y ver realizarse en su escritura lo que él mismo dijo de Rugendas: “Entramos en la vida pasada de nuestro país, gracias al artilugio de su mano y de su ojo”.

 

Tomás Lago. Obras escogidas, Edición y prólogo de Constanza Acuña y Gonzalo Arqueros, Ocho libros, 598 páginas, $20.000.

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