En Diarios de la edad del pavo, Fabián Casas construye un personaje complejo y fascinante, al tiempo que fragua textos muy relevantes en su trayectoria, como Ocio y el poemario El salmón. Quienes conozcan su obra, hallarán en este diario algunos materiales frescos, que preludian o explican las atmósferas íntimas, afectivas, en que se desarrollan sus historias.
por Lorena Amaro I 15 Noviembre 2017
No es lo mismo “escribir” que “ser escritor”. Eso es lo que explica el crítico argentino Julio Premat en un importante ensayo sobre la figura de autor en su país: la autoría es una imagen que se construye a través de entrevistas, prólogos, presentaciones, pero especialmente a partir de ese laboratorio de escritura que son los diarios, si es que estos llegan a ser publicados. El propio Premat resalta esta función en el levantamiento de una autoría marginal y compleja como fue la del polaco Witold Gombrowicz, durante sus años argentinos. Un caso ejemplar, siguiendo a Premat, de un “personaje que se crea”, introduciéndonos y ocultándonos simultáneamente en lo que el polaco llamó “los bastidores de mi ser” (Diarios).
“Hoy, cuando salí a trabajar, rodeado de gente en las calles, todos con regalos, pensé en Gombrowicz, en el comienzo de su Diario argentino. Hay algo en las fiestas que me repugna”, comenta Fabián Casas en su propio diario, publicado recientemente con el título Diarios de la edad del pavo, los que abarcan desde marzo de 1992 a diciembre de 1997. En estos años, el poeta, ensayista y narrador argentino construye un personaje complejo y fascinante, al tiempo que fragua textos muy relevantes en su trayectoria, como Ocio y el poemario El salmón. Quienes conozcan su obra, hallarán en este diario algunos materiales frescos, que preludian o explican las atmósferas íntimas, afectivas, en que se desarrollan las historias de Casas.
En las entradas de su diario, el autor dialoga con los escritores que lo antecedieron. La presencia de Gombrowicz va más allá del breve párrafo antes citado: se trata de una influencia que “se nota”, como dice el propio Casas. Lo mismo ocurre con Kafka o Camus, cuyas voces encuentran eco también en las anotaciones del argentino: la escritura como fracaso, como negación de sí, como afirmación de sí, como deseo de otra escritura (y aquí echa mano también a Mann, Eliot, Borges, Beckett, Canetti, Pound, Bernhard, Ashbery).
Todas estas pulsiones y actitudes son registradas tercamente en estos Diarios de la edad del pavo, al igual que la cuestión de la escritura como apuesta permanente a un futuro incierto, en que el escritor del diario será su primer y más severo lector.
Sin embargo, la escritura no es la única obsesión que Casas ha decidido revelarles a sus lectores: está también, en estos años, la presencia dulce y melancólica de su madre muerta; la relación tensa y difícil con Lali, su novia; el temor constante del cuerpo, que se afiebra y duele muchas veces, de la mano de la lectura; la obsesión por los precios de los libros, las comidas, la ropa, que suele colocar entre paréntesis cada vez que compra algo; la fijación por el clima, las atmósferas húmedas y calurosas, como también las lluvias que se suceden una tras otra; la compulsión de la amistad, que lo lleva a buscar con frecuencia la conversación literaria; las cartas que dirige a su padre y el silencio familiar; la necesidad de escribir y la dureza con que el mismo joven Casas juzga sus primeros intentos.
Las economías de la escritura y de la vida fluyen por estas páginas, delineando, a ya casi 20 años de que estos diarios fueran escritos, la Bildungsroman de un escritor que se ha convertido en autor de culto. No revela tanto las circunstancias en que se fraguó su literatura, como aquellas en que se hizo a sí mismo como lector incontinente, angustiado y al mismo tiempo transido de literaturas y tradiciones, a las que se acerca –como a los idiomas, la traducción, el cine–, desde un autodidactismo radical. En sus búsquedas, Casas suele acercarse a las biografías, los diarios y los relatos autobiográficos. Probablemente buscó en ellos lo que hoy pueden buscar los jóvenes escritores y lectores en este diario: una bitácora de lectura, un buen guion para entrar en el diálogo literario, una forma sofisticada y silenciosa de amistad.