Una vieja herida literaria

por Guido Arroyo

por Guido Arroyo I 13 Febrero 2018

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Poetas, voladores de luces reúne poemas que son producto de primerísima primera necesidad para cualquier lector de Lihn, pero también otro conjunto de materiales cuyo valor es cuestionable. Esta reedición de Overol abre una vieja herida literaria: ¿tiene sentido publicar, tras la muerte, todo lo que un autor escribió?

por guido arroyo

Los lectores de Enrique Lihn se reproducen con vorágine. Es imposible cuestionar su influencia en nuestro paisaje literario. Esto no solo se debe a su escritura, sino al vitalismo contracultural que lo llevó a experimentar con casi todos los géneros de su época. Quienes leímos hasta el hartazgo a Lihn, ya muerto, nos encandilamos tanto con La pieza oscura como por el productor de happenings, editoriales, películas, cómics, obras de teatro y puestas en escena tan necesarias como El Paseo Ahumada.

Lihn interrumpía la tradición y experimentaba con ella. Por eso es tan contemporáneo.

Poetas, voladores de luces da cuenta de una escritura cuya detonante solía anclarse en la vida misma. De hecho, el título se debe a un libro manufacturado de ejemplar único titulado Dos poemas para Irene, que el seductor Lihn elaboró como regalo para la pintora Irene Domínguez.

Poetas, voladores de luces da cuenta de una escritura cuya detonante solía anclarse en la vida misma (tal como lo insinúa Roberto Merino en Lihn, ensayos biográficos). De hecho, el título se debe a un libro manufacturado de ejemplar único titulado Dos poemas para Irene, que el seductor Lihn elaboró como regalo para la pintora Irene Domínguez. Al año siguiente, uno de esos poemas, llamado “Irene y los poetas voladores”, fue publicado como Poetas, voladores de luces por el sello italiano La Parole Gelate en tiraje de 151 ejemplares. La dificultad que genera sintetizar las señales de ruta de aquella publicación, confirma que tanto el germen del poema como su edición son totalmente azarosos. Ni los expertos lihneanos que contacté ni el riguroso editor Andrés Florit, tienen conocimiento del itinerario del manuscrito. Es decir, si la publicación de este poema fue parte integral de su programa –Lihn fue el mejor lector de sí mismo– o un gesto involuntario e intrascendente.

El volumen Poetas, voladores de luces está compuesto por tres secciones. En la primera aparecen, mediante reproducción a escala (el original era más pequeño), los 21 versos del mentado “poema visual” cuya forma tipográfica simula la estructura de un pájaro. El resultado, en términos visuales, es decepcionante. La forma no posee relación alguna con el poema cuyos versos, mezcla de alejandrinos y endecasílabos, merodean con sarcasmo la figura del poeta y terminan adulando la obra de Irene.

La segunda sección, “A Catulo y otros”, reúne 38 poemas que son producto de primerísima primera necesidad para cualquier lector de Lihn. Publicados en distintos medios y en Derechos de autor, en ellos se despliegan tópicos reiterados de la escritura lihneana: poesía cargada de teología negativa y deriva filosófica, textos de viaje que retratan los cadáveres del Ganges o dedicados a parejas, como “Para Sharon” (Rybak), a quien Lihn ya le había escrito el memorable “La despedida” y en este, igual de intenso, escribe: “La vida, belleza; es así, o mejor dicho impensable/ un espejismo que no se deja pensar”. Pese a que la disposición de poemas es cronológica, un montaje subrepticio los funde y emparienta. Sorprende la relación de los poemas dedicados a colegas que bocetan un mapa de filiaciones. Encontramos uno al memorable Catulo, otro a Huidobro que es referido como estatua, y una joya cargada de afecto para Vallejo: “Pero, igual, tú eres César/ a mí no me representas, ni yo a ti./ Y estás en todas partes”. En esta senda sobresale el fundamental poema a Mauricio Wacquez, que aparte de arrojar una lectura notable de su obra arranca de forma fenomenal: “Quizá sea yo homosexual/ Incestuoso soy de todas maneras”.

La tercera sección reúne seis textos escritos para la Corfo sobre mitología chilota. Su valor no supera lo anecdótico. De hecho, en la nota de edición se consigna que Lihn no les tenía afecto. Esta reedición de Overol abre una vieja herida literaria: ¿tiene sentido publicar, tras la muerte, todo lo que un autor escribió? Exceptuando ejemplos trillados como Kafka o Pessoa, los casos de sobrepublicación suelen ser tristes. Es ridículo pensar que todo lo escrito por una persona tiene valor suficiente para ser publicado. A veces, a las torsiones vitales de una obra les hace mejor que los bocetos, textos por encargo o poemas dedicados se queden en el lugar en que el autor los dejó: el olvido.

 

Poetas, voladores de luces, Enrique Lihn, Overol, 2017, 128 páginas, $10.000.

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