Por qué Schoenberg es una biografía entrañable, que no solo muestra la difícil vida del creador de la música atonal, sino que permite calibrar lo que significó para la música clásica el fin de la armonía y el clima de una época convulsa, por no decir trágica.
por Pablo López Astudillo I 22 Julio 2024
Para muchos, el nombre Arnold Schoenberg es sinónimo de complejidad, rechazo, ininteligibilidad, incluso asco (aunque, eufemísticamente, se camufle en “aversión”). ¿Son justos estos juicios sobre uno de los músicos más trascendentes del siglo XX? ¿Aquel que cambió para siempre la historia de la música clásica? Las respuestas cerradas (sí o no) son válidas y hay trabajos anteriores (como la monografía hecha por Charles Rosen o la monumental biografía de Hans Heinz Stuckenschmidt) para fundamentarlas. Pero Harvey Sachs no se contenta con la injusta adjudicación de adjetivos negativos a la obra del inventor del dodecafonismo, ni con la promulgación de respuestas insatisfactoriamente cerradas, y es por eso que, volviendo a las preguntas, propone una nueva lectura sobre el polémico músico en su último libro, Por qué Schoenberg.
Estamos ante un trabajo que, sin necesidad del colosal peritaje ellmaniano, nos cuenta, de forma íntegra y amena, no solo la vida de Arnold Schoenberg, sino la situación de la sociedad europea y estadounidense de la primera mitad del siglo XX. Vinculada a las biografías que son también historias culturales, al modo de Fischerman con su Piazzolla. El mal entendido (2009) o del Mozart (2003) de Ramón Andrés, la biografía de Sachs sobre Schoenberg (originalmente Schönberg, que significa «montaña bella», antes de la ascensión nazi y su exilio a Estados Unidos) en palabras simples y un lenguaje directo, muestra a un ser humano en los derroteros de su vida. Existencia imbricada en el cambio de paradigma que supone para el sujeto moderno la disolución de la armonía y el genocidio del pueblo judío, la discriminación racial y la guerra. Sintetizando: propone un relato, doméstico y cultural, sobre la innovadora experiencia de una época convulsa en los zapatos de un músico odiado.
En lo que respecta al estilo del autor, hay que destacar dos factores relevantes que dialogan durante todo el texto: la claridad y el espíritu. En primer lugar, es un libro diáfano. Sachs explica el contenido extra musical (los textos y argumentos de las obras) de manera clara y detallada. Algo sumamente necesario para una aproximación consciente al arte schoenbergiano, dado que en su música el carácter expresivo es fundamental y sin el soporte sobre el qué se está expresando, su abordaje se complejiza aún más. En cuanto al contenido estrictamente musical, las explicaciones son sucintas (no recalan en análisis musicológicos innecesarios) y solo profundiza si es absolutamente necesario para “entender” los alcances de la obra en cuestión. Del mismo modo, el autor es capaz de hacernos una clase de teoría (y lenguaje) musical para aficionados en apenas dos páginas, explicándonos el dodecafonismo (y qué es un tono, una escala, entre otros) y el serialismo de forma tal que, aquellos que somos legos, podamos entenderlo a la perfección.
En segundo lugar, el valor educativo de esta obra es indiscutible. Fiel al espíritu del personaje trazado en su libro, Sachs es extremadamente pedagógico. Gracias al rol de Schoenberg como profesor es que contamos con músicos del calibre de Anton Weber, Alban Berg, John Cage o Egon Wellesz.
Hay una pregunta que sobrevuela todo el libro: ¿cómo hacer un retrato fiel del hombre de quien, según Stravinski, es “el plexo solar y la mente de la música de comienzos del siglo XX”? Sachs responde pintándonos un Arnold humano, atravesado por sus conflictos, siendo el más importante la manía persecutoria: tenía la sensación de que todo el mundo estaba contra él. Esto le llevó a tomar constantemente un comportamiento agresivo y de autosabotaje (con lo que confirmaría su pensamiento de tener el mundo en contra). Este Schoenberg combativo aparece concentrado en muchas citas del libro, escojo una al azar: “Cuando un director de orquesta decidió dirigir su Sinfonía de cámara diciéndole: ‘Sinceramente, no comprendo su música’, Schoenberg le espetó: ‘Yo no comprendo por qué tiene que ser franco solo en relación con mi música. Al fin y al cabo, usted interpreta a los clásicos y tampoco los comprende’”. Su hostilidad no era fortuita. Contadas con los dedos de una mano están las actuaciones en que tuvo éxito. Quizás no hay otro músico que haya tenido tantos conciertos escandalosos [Skandalkonzert] como Schoenberg.
Schoenberg fue un músico sin formación acádemica, que fabricó juguetes para sus hijos (del segundo matrimonio), pintó innumerables autorretratos, construyó el vestuario y la escenografía de la mayoría de sus obras dramáticas, cambió la disposición de la orquesta, creó un nuevo sistema de notación dinámica (siguiendo a Mahler y más especializado que las genéricas indicaciones italianas heredadas de la ópera del siglo XVII), fue amigo y enemigo de Stravinski (quizá otra de las figuras más problemáticas y revolucionarias de la música clásica), creó sociedades siguiendo el sistema de suscripción creado por Beethoven (mejorándolo), ayudó a los judíos a huir, tuvo una especial fijación con los números (amaba el misticismo del 7 y padecía fobia al 13 [triscaidecafobia]) e inventó nuevas formas de recitativo. El libro también plasma el momento histórico de la música docta occidental, la presunta “muerte de la música”, con la defunción de Wagner en 1883. En tiempos de Schoenberg, ya se había escrito y teorizado todo lo posible sobre el trabajo armónico. Los mandatos de la tónica y la dominante, bases de la retórica musical en palabras de John Adams, fueron erradicadas en pos de un igualitarismo musical de los sonidos (en palabras de Sachs). Su respuesta ante la “muerte de la música” es esta democratización, que devendría en un sistema inédito y revolucionario: el dodecafonismo.
Al tiempo que es una historia de Schoenberg y su mundo, el libro es desde luego una evaluación del impacto del dodecafonismo, que en buena medida fue una de las principales causas de la discriminación que padeció su creador. La novedad siempre asusta, y esta no fue la excepción. Se la tachó de sistema sin alma y destructor de la música, de complejo e inaplicable, aunque hay afirmaciones que lo desmienten. El propio Schoenberg decía: “Componer con 12 notas no es en absoluto tan desafiante y exclusivo como suele creerse. Es sobre todo un método que demanda orden lógico y organización, y su principal resultado debería ser la comprensibilidad”. Otro enunciado, esta vez parafraseando a uno de sus biógrafos, el estadounidense Mark Berry, reafirma que contra el dodecafonismo lo único que había eran prejuicios e ignorancia: “Lo que vuelve difícil [la música de Schoenberg] es su densidad de argumentación musical y la hiperexpresividad romántica, más que la innovación moderna del sistema dodecafónico”.
Por qué Schoenberg transmite la sensación de haber asistido a una clase sobre cómo contar una vida, cómo ser claro en la oscuridad, cómo no tomar partido cuando es innecesario hacerlo, cómo hacer juicios certeros e incontaminados (aún bajo el supuesto de la imposibilidad de la objetividad), respetando la figura sobre la que se trabaja, siendo justos con el humano detrás. El mayor logro de esta biografía no es tanto el retrato de una figura que nos deja fascinados, como la apología de su música y las ganas que inspira de degustar el dodecafonismo. De asomarnos al chillido disonante y perdernos entre series de 12 notas y las sprechgesang. Las ganas, en definitiva, de adentrarnos en esa preciosa oscuridad que supone la revolución más grande de la música de tradición escrita: renunciar a la armonía y revitalizar la expresividad.
Por qué Schoenberg, Harvey Sachs, traducción de Mariano Peyrou, Taurus, 2024, 276 páginas, $18.000.