por Álvaro Bisama I 7 Noviembre 2024
Entre la gigantesca donación de archivos de Gabriela Mistral legados por Doris Atkinson, la albacea de Doris Dana, a la Biblioteca Nacional el año 2007, es posible encontrar más de medio centenar de grabaciones de audio de la poeta, presumiblemente realizadas en 1954. Entre ellas se encuentra una lectura de “La extranjera”, poema perteneciente a Tala (1938). Ubicado en una sección llamada “Saudade” (donde también están“La ola muerta” y “Todas íbamos a ser reinas”), el texto es la búsqueda de la Mistral de su propia silueta, mezclando la lejanía y la intimidad como también sucede en “País de ausencia” o “Cosas”.
Con sus versos presentados entre comillas, “La extranjera” luce como un autorretrato encubierto aunque exhibe una trampa: está dedicado a Francis de Miomandre (1880-1959). Original de Tours, autodefinido como “surrealista eventual”, Miomandre ganó el Goncourt, alabó a Proust y fue un corresponsal impenitente sobre asuntos literarios franceses para varios diarios americanos, además de convertirse en uno de los principales traductores de autores latinoamericanos en Francia. Así, entre muchos, tradujo a Alejo Carpentier, Salvador Reyes y Carlos Droguett, quien nunca lo conoció en persona, si bien atesoró su amistad epistolar.
Lo mismo sucedió con Mistral, con quien conversaba por carta desde los años 20 y que acá parece apropiarse de su voz para simular un horizonte para ella misma: “Y va a morirse en medio de nosotros, / en una noche en la que más padezca, / con solo su destino por almohada, / de una muerte callada y extranjera”.
En 1954, Mistral vuelve sobre el poema y hay algo conmovedor en la grabación, en el modo en que se reencuentra con sus versos sin demasiada pompa, determinada por la urgencia del registro. Escucharla resulta sorprendente. “¿Ya?”, se pregunta Mistral, y luego lee como si acomodara a su propia memoria, persiguiendo el sentido de sus versos mientras pronuncia las eses al modo de un susurro.
Aquello replantea cómo debemos leerla. Si en Tala, “La extranjera” simula o parodia la mirada de Miomandre, en la grabación recupera su propia voz, encarnándose. “Habla con dejo de sus mares bárbaros, / con no sé qué algas y no sé qué arenas”, escuchamos mientras su habla se vuelve algo concreto y deja de ser una fantasma que flota insomne sobre la literatura chilena, haciendo que su palabra y su dicción acumulen y exhiban acentos como capas de piel, pues ahí está cifrada una autobiografía secreta, que es también la historia de un cuerpo y de una vida. Escuchamos: “Vivirá entre nosotros ochenta años, / pero siempre será como si llega, / hablando lengua que jadea y gime / y que le entienden solo bestezuelas”.
Al escucharla es posible comprender qué podían ser la literatura o la poesía para ella. De este modo, como si realizara un apunte para sí misma, su voz es un espejo de su estilo, capaz de una melancolía desesperada y una felicidad a veces agria. Todo es a la vez íntimo y distante, pues ahí están los acentos como vidas pasadas, los arcaísmos como un tributo a la patria perdida y los escombros modernistas como la respiración artificial de una biblioteca. Transfigurada en el sonido, comprobamos por qué la obra de Mistral sigue siendo un eco que rebota una y otra vez contra sí misma y el paisaje: una literatura que solo puede existir desde la invención de sus variaciones, acaso un tatuaje en la lengua.