por Álvaro Bisama I 30 Enero 2025
Pocas diatribas más feroces hay en la cultura chilena que “Maldigo del alto cielo”, uno de los temas que Violeta Parra incluyó en Últimas composiciones (1966), su disco final para RCA Victor y donde también vienen “Gracias a la vida”, “Volver a los 17” y el “Rin del Angelito”. Obra maestra y amarga, se trata de una canción que también podemos leer como una confesión, un lamento donde la artista hace que su dolor privado llegue a arrasar el universo completo, pues proviene de un lugar donde no hay sombra ni consuelo.
“Maldigo del bajo suelo / la piedra con su contorno, / maldigo el fuego el horno / porque mi alma está de luto”, dice. No es raro: el arte completo de Violeta Parra es un punto de no retorno, una frontera, acaso un abismo, pero también un lugar de encuentro para quienes se reconocen en medio del desamparo. “Maldigo lo perfumoso / porque mi anhelo está muerto, / maldigo todo lo cierto / y lo falso con lo dudoso, / cuánto será mi dolor”, se escucha en el disco y aquello vuelve a la canción un himno. De hecho, llama la atención que ninguna banda punk haya perpetrado una versión del tema, porque en él se puede reconocer una furia desesperada y absoluta, que nos recuerda que su arte jamás es dulce o consolador, pues ella misma nunca baja la guardia ni concede tregua alguna a los otros o a sí misma.
Por eso es posible leer los trabajos de su hermano Nicanor como su reverso perfecto. Él se reserva para sí la ironía y usa las posibilidades del chiste como política, acuchilla la nada y hace del lenguaje una trampa, una paradoja. Violeta encarna lo contrario. Nunca deja de existir como algo concreto. Ella destruye el mundo que él se encargará de restaurar después. “Cuánto será mi dolor”, repite al cerrar cada estrofa donde no se concede descanso y por eso sus mejores canciones existen como amenazas concretas, como patadas. Ella es un cuerpo que se rompe; él, un hombre imaginario.
“Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis”, anota Dante en uno de sus versos más célebres y eso es aplicable a las mejores obras de Violeta Parra. No hay paz, no habrá paz, no habrá nada. La artista compone para quienes tienen la rabia como una única posesión, sobre los amantes que no pueden hacer otra cosa que extrañar a quienes los han abandonado, sobre la futilidad de lo real en medio de la pena y su avalancha. “Maldigo la solitaria / figura de la bandera, / maldigo cualquier emblema, / la Venus y la Araucaria, / el trino de la canaria, / el cosmos y sus planetas, / la tierra y todas sus grietas / porque me aqueja un pesar, / maldigo del ancho mar / sus puertos y sus caletas, / cuánto será mi dolor”, canta. Es lo opuesto a una plegaria; es un conjuro: un hechizo lanzado por alguien que ha sido despojado del amor y del deseo, y ha hecho carne viva de su lengua.