Por qué Max Brod no quemó la obra de Kafka

En la primera edición alemana de la novela El proceso (1925), el albacea de Franz Kafka escribió un posfacio en el que explicó las razones para desobedecer las palabras de su admirado amigo. “Mi testamento será muy sencillo —la petición a ti de quemarlo todo”, le dijo un día el autor de La transformación a Brod, quien a su vez respondió de inmediato que no cumpliría la petición. “Convencido de la seriedad de mi negativa —explica Brod en estas páginas—, Franz debería haber decretado otro ejecutor de su testamento, si su propia disposición hubiera sido para él de una seriedad incondicional y final”. Además, el propio Kafka habría dejado otras órdenes explícitas de publicar tres novelas que permanecían inéditas, como se lee en este documento que publicamos con motivo de los 100 años de la muerte del autor checo. Ofrecemos este texto como anticipo del número 23 de revista Santiago, que próximamente circulará en librerías.

por Max Brod I 27 Diciembre 2024

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Peculiar y profunda, como todas las expresiones vitales de Franz Kafka, fue también su toma de posición frente a su propia obra y frente a cada publicación. Los problemas que tuvo que resolver en el trato de este asunto, y que deben, por lo tanto, mantenerse como pauta de toda publicación de su legado, no pueden en su seriedad ser sobreestimados. Para su ponderación, siquiera de manera aproximativa, sirva lo siguiente:

Casi todo lo que Kafka publicó le fue birlado por mí con astucia y arte persuasivo. Con esto no entra en contradicción que él con frecuencia, en largos períodos de su vida, haya sentido mucha felicidad a causa de su escritura (él mismo, naturalmente, hablaba siempre solo de un “garabateo”). El que pudo alguna vez escucharle en pequeños círculos, leer en voz alta su propia prosa con fuego arrebatador, con un ritmo cuya vitalidad ningún actor logrará jamás, sintió también de manera directa el auténtico e indomable deseo de creación y la pasión que estaba detrás de esta obra. Que a pesar de esto la rechazara, tuvo en principio su razón en ciertas tristes vivencias que lo condujeron al autosabotaje, y desde ahí también al nihilismo contra la propia obra; independientemente de esto, también en el hecho de que aplicaba a ese trabajo (a pesar de no declararlo jamás) la más alta vara religiosa, con la que no obstante, a raíz de múltiples confusiones, no podía cumplir. Que su obra pudiese haber sido un poderoso ayudante para muchos que aspiran a la fe, a la naturaleza, a la completa salud del alma, pudo no haber significado nada para él, que con la más implacable seriedad consigo mismo estaba en búsqueda del buen camino, y que en primer lugar tenía que dar consejo a sí mismo, y no a otros.

Así interpreto yo la toma negativa de posición de Kafka ante su propia obra. Él hablaba a menudo de “las falsas manos que se extienden hacia uno al escribir” —también de que lo escrito y sobre todo lo publicado, lo turbaba en el trabajo posterior. Había muchas trabas que superar antes de que apareciera un volumen suyo. Sin embargo, se alegró francamente por los bellos libros acabados y, de vez en cuando, también por sus repercusiones, y hubo épocas en que se examinó tanto a sí mismo como a su obra con mirada más bondadosa, nunca del todo sin ironía, aunque ironía amistosa; con una ironía tras la cual se escondía el pathos gigantesco de quien aspira a lo máximo.

En el legado de Franz Kafka no se encontró ningún testamento. En su escritorio yacía debajo de muchos otros papeles una nota con mi dirección, doblada y escrita con tinta. La nota dice textualmente:

Queridísimo Max, mi última petición: quemar completamente y sin leer todo lo que de diarios, manuscritos, cartas, ajenas y propias, dibujos, etc. se encuentre en mi legado (vale decir en la caja de libros, el ropero, escritorio, en casa y en la oficina, o donde sea que algo haya sido llevado y que tú lo notes), igual que todo lo escrito o dibujado que tú u otro, a quien debes pedírselo en mi nombre, tengan. Las cartas que no te quieran entregar, deben comprometerse a quemarlas ellos mismos.

Tu Franz Kafka

Al buscar con más cuidado se encontró también una hoja escrita con lápiz grafito, amarillenta, evidentemente más antigua. Dice:

Querido Max, quizás esta vez sí que ya no me levante más, la llegada de la neumonía es, después del mes con fiebre pulmonar, bastante probable, y ni siquiera el hecho de que lo escriba la va a detener, a pesar de que hacerlo tenga cierto poder. Para este caso, entonces, mi última voluntad concerniente a todo lo que he escrito:

De todo lo que escribí, valen solo los libros: Condena, Fogonero, Metamorfosis, Colonia penitenciaria, Médico rural y la narración: Artista del hambre.1 (El par de ejemplares de “Contemplación” pueden quedarse, no quiero endilgarle a nadie el esfuerzo de apisonar papeles, pero nada de eso puede volver a ser impreso). Cuando digo que aquellos cinco libros y el relato valen, no quiero decir con ello que tengo el deseo de que pudiesen volver a ser impresos y entregados a tiempos futuros, por el contrario, si llegasen a perderse por completo, esto correspondería a mi verdadero deseo. Solamente no impido a nadie, ya que están ahí, que los conserve, en caso de que tenga ganas.

Por el contrario, todo lo demás por mí escrito (impreso en periódicos, en manuscrito o en cartas) sin excepción, en tanto sea localizable o conseguible a través de peticiones a los destinatarios (conoces a la mayoría de los destinatarios, se trata principalmente de…, especialmente, no olvides [un/el]2 par de cuadernos que… tiene) —todo esto sin excepción, preferiblemente no leído (no te impido echar una mirada, sin embargo preferiría que no lo hicieras, y de todas maneras nadie más puede echar una mirada)—, todo esto sin excepción debe ser quemado, y te pido hacerlo lo más pronto posible.

Franz

Si, frente a estas disposiciones tan categóricamente expresadas, me niego no obstante a ejecutar el acto erostrático que mi amigo exige de mí, tengo para ello las más fundadas razones.

Algunas de ellas se sustraen de ser discutidas públicamente. Sin embargo, también las que sí puedo comunicar son en mi opinión suficientes para la comprensión de mi decisión.

La razón principal: cuando cambié mi profesión en 1921, le dije a mi amigo que había hecho mi testamento, en el que le pedía destruir esto y aquello, revisar lo otro, y así. A esto, dijo Kafka, y me mostró por afuera la nota escrita con tinta encontrada después en su escritorio: “Mi testamento será muy sencillo —la petición a ti de quemarlo todo”. Recuerdo aún con exactitud la respuesta que di aquella vez: “En caso de que de verdad me quisieras exigir algo así, entonces te digo desde ya que no voy a cumplir tu petición”. Toda la conversación fue llevada en aquel tono bromista que era habitual entre nosotros, no obstante, con la seriedad oculta que siempre asumimos el uno en el otro. Convencido de la seriedad de mi negativa, Franz debería haber decretado otro ejecutor de su testamento, si su propia disposición hubiera sido para él de una seriedad incondicional y final.

No le estoy agradecido por haberme arrojado en este pesado conflicto de conciencia, que él tuvo que haber previsto, pues conocía la fanática veneración que yo mostraba ante cada una de sus palabras, y que (entre otras cosas) me motivó en los 22 años de nuestra nunca enturbiada amistad, no botar ni siquiera la más pequeña notita, ninguna tarjeta postal que de él proviniese. —¡Quiera el “no le estoy agradecido”, por lo demás, no ser malentendido! ¡Cuánto pesa un conflicto de conciencia tan fatigoso frente a la infinita bendición que le agradezco al amigo, quien era el verdadero puntal de toda mi existencia espiritual!

No le estoy agradecido por haberme arrojado en este pesado conflicto de conciencia, que él tuvo que haber previsto, pues conocía la fanática veneración que yo mostraba ante cada una de sus palabras, y que (entre otras cosas) me motivó en los 22 años de nuestra nunca enturbiada amistad, no botar ni siquiera la más pequeña notita, ninguna tarjeta postal que de él proviniese. (…) ¡Cuánto pesa un conflicto de conciencia tan fatigoso frente a la infinita bendición que le agradezco al amigo, quien era el verdadero puntal de toda mi existencia espiritual!

Otras razones: la orden de la hoja escrita con lápiz grafito no fue seguida por el mismo Franz, pues dio más tarde explícitamente la autorización de que partes de “Contemplación” fuesen reimpresas en un periódico y que otras tres novelas cortas3 fuesen publicadas, que él mismo reunió junto a “Un artista del hambre” y que entregó a la editorial Die Schmiede.4 Ambas disposiciones se remontan, además, a una época en que las tendencias autocríticas de mi amigo habían alcanzado el punto más alto. Pero en sus últimos años de vida toda su existencia tomó un giro imprevisto, nuevo, feliz y positivo, que derogó este autodesprecio y nihilismo. —Mi resolución de publicar el legado se hace más fácil, en todo caso, gracias al recuerdo de todas las abnegadas batallas en que forcé y, bastante a menudo, rogué por cada una de las publicaciones de Kafka, pues, a pesar de esto, después él estuvo reconciliado y relativamente contento con estas publicaciones. —Finalmente, con una publicación póstuma se suprime una serie de motivos, como por ejemplo, que la publicación podría molestar en próximos trabajos o que invoca la sombra de períodos personalmente vergonzosos de la vida. De cuánto estaba vinculada para Kafka la no publicación con el problema de su estilo de vida (un problema que, para nuestro inconmensurable dolor, ya no molesta) se deduce, como de muchas conversaciones, de la siguiente carta dirigida a mí: “… Las novelas no las concluyo. ¿Para qué reavivar las viejas fatigas? ¿Solo porque hasta ahora no las he quemado?… La próxima vez que venga, espero que suceda. ¿Dónde radica el sentido de conservar tales trabajos fracasados “incluso” artísticamente? En que se espera que de estos pedacitos se componga un todo, una instancia de apelación en cuyo pecho podré golpear cuando tenga una emergencia. Yo sé que eso no es posible, que de ahí no viene ninguna ayuda. ¿Qué hago, entonces, con las cosas? ¿Deben ellos, los que no me pueden ayudar, hacerme también daño, como, según este saber lo exige, debe ser?”.

Siento, ciertamente, que un resto queda, que inhibiría la publicación a personas especialmente sensibles. Pero considero mi deber resistir esta muy halagadora seducción de la sensibilidad. Por supuesto que nada de lo hasta ahora expresado es decisivo para ello, sino que única y solamente el hecho de que el legado de Kafka contiene los más maravillosos tesoros, lo mejor que ha escrito, respecto de su propia obra. Honestamente, debo admitir que este solo hecho del valor literario y ético habría bastado (incluso cuando contra la fuerza de las disposiciones de la última voluntad de Kafka no tuviese objeción alguna) —para definir con claridad mi decisión, con una precisión a la que no habría tenido nada que oponerle.

Lamentablemente, Franz Kafka se convirtió en el propio ejecutor de una parte de su legado. Encontré en su departamento 10 grandes cuadernos de cuartillas, —solo sus tapas, el contenido completamente destruido. Además (de acuerdo a reportes fidedignos), quemó varios blocs de notas. En el departamento se encontró solo un legajo (alrededor de 100 aforismos sobre preguntas religiosas), un ensayo autobiográfico, que por el momento permanece inédito, y un montón de papeles desorganizados que ahora estoy revisando. Espero que en estos papeles se encontrará algún relato terminado o casi terminado. Posteriormente, me fue entregada una novela de animales (no terminada) y un libro de dibujos.

La parte más valiosa del legado consiste, luego, en las obras que fueron arrebatadas a tiempo a la furia del autor y puestas a salvo. Estas son tres novelas. “El fogonero”, el relato ya publicado, constituye el primer capítulo de una de las novelas, que transcurre en América y de la cual existe también el capítulo final, de manera que no debería mostrar ninguna laguna de importancia. Esta novela se encuentra donde una amiga del fallecido; las otras dos —“El Castillo” y “El Proceso”— me las traje en 1920 y 1923, lo que para mí hoy es un verdadero consuelo. Serán estas obras las que van a mostrar que el verdadero significado de Franz Kafka, a quien hasta ahora con algo de razón se le ha considerado un especialista, un maestro del relato breve, yace en la gran forma épica.

No obstante, con estas obras, que podrían llenar unos cuatro tomos de edición de legado, no están para nada agotadas las irradiaciones de la encantadora personalidad de Kafka. Si por ahora no puede pensarse en una edición de las cartas, de las cuales cada una posee la misma naturalidad e intensidad que la obra literaria de Kafka, un pequeño círculo, sí, se abocará a reunir a tiempo todo lo que como expresión de este ser humano único haya quedado en el recuerdo. Solo por mencionar un ejemplo: ¡cuántas de las obras, que, para mi amarga decepción, ya no fueron encontradas en el departamento de Kafka, me leyó mi amigo o, al menos, me leyó en parte, en parte me contó su plan! ¡Cómo me compartió pensamientos inolvidables, tan originales, tan profundos! Hasta donde mi memoria, hasta donde mis fuerzas alcancen, nada debe perderse.

El manuscrito de la novela “El Proceso” me lo traje en junio de 1920 y entonces lo ordené inmediatamente. El manuscrito no trae título alguno. Sin embargo, en conversaciones, Kafka le dio siempre el nombre “El Proceso”. La división en capítulos, así como los títulos de los capítulos, vienen de Kafka. Respecto del ordenamiento de los capítulos, me remití a mi intuición. Pero como mi amigo me había leído gran parte de la novela, pudo mi intuición afirmarse en recuerdos para la organización de los papeles. —Franz Kafka consideraba la novela incompleta. Antes del capítulo final que está disponible, debían haber sido narrados todavía algunos estadios del misterioso proceso. Pero como el proceso, según la opinión expresada oralmente por el poeta, jamás podía llegar hasta la instancia superior, la novela era en cierto sentido interminable, es decir, continuable hasta el infinito. Los capítulos terminados, tomados junto al capítulo final, que redondea la obra, permiten tanto al sentido como a la forma de la obra manifestarse con la más iluminadora claridad, y a quien no se le advierta que el poeta mismo pensaba seguir trabajando en la obra (lo dejó porque se volcó a otra atmósfera vital), percibirá apenas sus lagunas. Mi trabajo con el enorme atado de papeles que esta novela representaba en su momento se limitó a separar los capítulos completos de los incompletos. Los incompletos los dejo para el tomo final de la edición de legado, no contienen nada esencial para la marcha del argumento. Uno de estos fragmentos fue incluido por el poeta mismo bajo el título de “Un sueño” en el tomo “Un médico rural”. Los capítulos completos están aquí reunidos y ordenados. De los incompletos solo incluí uno, que claramente está casi completo, como capítulo 8 con un pequeño cambio de cuatro renglones. —En el texto, por supuesto, no cambié nada. Solo transcribí las numerosas abreviaturas (por ejemplo, en vez de S.B, escribí “Señorita Bürstner” — en vez de T., “Titorelli”) y rectifiqué algunos pequeños errores, que evidentemente solo se mantuvieron en el manuscrito porque el poeta no lo sometió a una revisión definitiva.

 

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Notas:

1. Respectivamente, los títulos originales en alemán son: Urteil, Heizer, Verwandlung, Strafkolonie, Landarzt, Hungerkünstler. Respetamos la notación del documento original donde no se les inscribe ni con comillas ni en cursiva ni por medio de ninguna marca distintiva. En el mismo párrafo, solo unas líneas después se menciona otra obra cuyo título en alemán es Betrachtung y que, curiosamente, sí viene esta vez entre comillas.

2. Sin artículo en el original.

3. Max Brod escribe en el original alemán “Novellen”. En este idioma, la diferenciación genérica entre “novela corta” y “novela” es simple, pues la segunda es designada por el vocablo “Roman”.

4. Que fue la misma editorial que publicaría, luego, la primera edición de El proceso. Su nombre se deja traducir como “la forja” o “la herrería”.

 

Traducción de Pablo Faúndez.

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