Las dimensiones internacionales del golpe de Estado chileno

Reproducimos algunos fragmentos de un artículo en que el historiador británico reflexiona a partir del apoyo a la democracia chilena que observó en su país tras el Golpe: “no solo desde la izquierda, también se originó desde el centro del espectro político y, en algunos casos, desde la derecha. En otras palabras, el apoyo provino de aquellos comprometidos con la democracia más que desde los simpatizantes de una ideología específica. La respuesta al Golpe evocada en Gran Bretaña tuvo paralelos en muchos países alrededor del mundo”.

por Alan Angell I 28 Septiembre 2023

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Es inusual comenzar con una reflexión personal un artículo académico, pero en este caso se justifica. Me encontraba en Inglaterra al momento del Golpe de 1973 y ayudé a crear una organización para traer a académicos refugiados chilenos al Reino Unido (también existieron organizaciones de derechos humanos y solidaridad paralelas). Muchas campañas de este tipo deben trabajar arduamente para conseguir apoyo. Nuestra experiencia fue la opuesta: fuimos avasallados por ofertas de apoyo, becas, ayuda con alojamiento, universidades que ofrecieron matrículas gratuitas.

No se había respondido de la misma manera en el Reino Unido ante la violencia represiva en un país extranjero desde el levantamiento en Hungría, de 1956, y la invasión de Checoslovaquia, de 1968, por la Unión Soviética. Pero esos eran países europeos, enfrentando a un enemigo —la URSS— que se encontraba a la vanguardia de las preocupaciones de la política internacional. Chile era un país muy distante y poco familiar. Entonces, ¿cómo podemos explicar el extraordinario estallido de apoyo de variados sectores de la sociedad británica, los intensos debates en el parlamento sobre quién era el responsable del Golpe, y la interminable cobertura en la prensa y la televisión? Este apoyo vino no solo desde la izquierda, también se originó desde el centro del espectro político y, en algunos casos, desde la derecha. En otras palabras, el apoyo provino de aquellos comprometidos con la democracia más que desde los simpatizantes de una ideología específica. La respuesta al Golpe evocada en Gran Bretaña tuvo paralelos en muchos países alrededor del mundo.

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No era esperable que, en Chile, un país que ostentaba un envidiable récord de gobiernos constitucionales, la democracia fuese atacada. Esta es una de las razones del impacto duradero del Golpe en Chile: el ataque no era a una dictadura, sino contra la democracia. Los gobiernos autoritarios en España, Grecia o Portugal, por ejemplo, siguiendo el colapso de regímenes civiles frágiles, no fueron considerados como alejamientos fundamentales de las prácticas políticas de dichos países. Pero Chile era diferente, al menos eso era lo que muchos observadores creían, y con razón. Chile tenía una tradición constitucional mucho más extendida y fuerte que muchos países europeos. La reacción, especialmente en Europa, fue que, si un golpe de Estado de este tipo pudiese ocurrir en Chile, entonces podía ocurrir casi en cualquier lugar.

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La Revolución cubana se había transformado en un símbolo de resistencia a la opresión imperialista. El Golpe chileno se transformó en el símbolo internacional para el brutal derrocamiento militar de los regímenes progresistas. Los símbolos no son historia fidedigna. La cara represiva de la Revolución cubana fue ignorada y hubo golpes de Estado, por mucho, más brutales en América Latina que en Chile. El conocimiento de la complicada política chilena desde 1970 a 1973 era muy superficial. Sin embargo, a nivel de la percepción internacional, la Revolución cubana ahora tenía su reflejo en el golpe de Estado chileno.

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Otra razón para el profundo impacto del Golpe fue que, probablemente, este fuese el primero televisado. Imágenes de los días posteriores al 11 de septiembre inundaron las pantallas y periódicos del mundo. Cuatro en particular circularon ampliamente y produjeron una oleada de simpatía por aquellos que sufrieron la persecución. Estas fueron la imagen del bombardeo al Palacio de La Moneda por jets Hawker Hunter; la quema de libros en la calle por parte de soldados, evocando recuerdos de escenas similares durante la Alemania nazi; una imagen siniestra de Pinochet usando lentes oscuros, sentado al frente de los demás miembros de la Junta Militar que permanecían de pie, y los prisioneros esperando, atemorizados, en el Estadio Nacional. Aun en países geográficamente más remotos que Chile, social y culturalmente, dichas imágenes llevaron directamente a los hogares una visión de lo que estaba ocurriendo en Chile el 11 de septiembre y después de este. Y dichas imágenes de 1973 fueron luego acompañadas por otra: el vehículo destrozado en el que Orlando Letelier halló su muerte en 1976, en Washington.

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Es difícil exagerar el impacto del golpe de Estado chileno en la conciencia política de una amplia variedad de países. En el Parlamento Europeo, el país extranjero más debatido (y condenado) por muchos años luego de 1973 fue Chile. En Gran Bretaña, el embajador de Allende en dicho país, Álvaro Bunster, fue el primer extranjero en dirigirse a la Conferencia del Partido Laborista desde que lo hiciese la líder comunista La Pasionaria, en tiempos de la Guerra Civil Española. En Italia, los análisis que hizo del Golpe el Partido Comunista y su líder intelectual, Enrico Berlinguer, llevaron al “compromiso histórico” mediante el cual el PC italiano se incorporó al gobierno por primera vez luego de muchos años. En Francia, el Partido Socialista debatió larga y arduamente sobre cómo modificar sus tácticas luego del golpe de Estado chileno. Aun cuando existía menos debate sobre el significado del Golpe para la política internacional, países como Canadá, Australia y Nueva Zelandia recibieron a miles de refugiados chilenos.

El ataque no era a una dictadura, sino contra la democracia. Los gobiernos autoritarios en España, Grecia o Portugal, por ejemplo, siguiendo el colapso de regímenes civiles frágiles, no fueron considerados como alejamientos fundamentales de las prácticas políticas de dichos países. Pero Chile era diferente, al menos eso era lo que muchos observadores creían, y con razón. Chile tenía una tradición constitucional mucho más extendida y fuerte que muchos países europeos. La reacción, especialmente en Europa, fue que, si un golpe de Estado de este tipo pudiese ocurrir en Chile, entonces podía ocurrir casi en cualquier lugar.

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Para la izquierda en Francia, Italia, España y Alemania, por ejemplo, entregar ayuda era una manera de demostrar apego a los ideales de la solidaridad internacional con los pueblos reprimidos del Tercer Mundo, y para mostrar que cualquiera fueran sus cambios en sus políticas o tácticas, los partidos socialistas de Europa se mantenían a la izquierda. Brindar ayuda a la oposición chilena era una manera de apoyar públicamente la causa por la democracia en el Tercer Mundo. En Holanda, como en muchos otros países, Chile se vinculó simbólicamente al debate político entre izquierdas y derechas. Para un país como Holanda, el apoyo a la oposición chilena era una manera de proyectar una imagen de tolerancia y visiones progresistas —¿y quizás revivió memorias de la oposición holandesa al poder Nazi?

En contraste con la respuesta inicial del gobierno de EE.UU., los gobiernos y partidos europeos sintieron una afinidad especial con Chile. La oposición chilena poseía un concepto de democracia que era evidentemente similar al de la mayoría de los movimientos políticos europeos, basado en una combinación de elecciones justas, justicia social y la observancia de los derechos humanos básicos. Apoyar a la oposición chilena era una manera de reafirmar la creencia en los cánones básicos de la democracia. Más aún, sin negar los sentimientos de solidaridad genuinos por Chile y la genuina aversión por una dictadura brutal, el apoyo a la oposición no era susceptible de incurrir en ninguna sanción.

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Un importante factor que mantuvo al Golpe vivo en la comunidad internacional fueron las actividades de la comunidad de exiliados chilenos. Muchos exiliados eran políticos con vínculos en partidos de Europa, otras partes de Latinoamérica y en otros lugares. Los socialistas, comunistas, democratacristianos y radicales chilenos encontraron comunidades receptivas fuera de su país. La comunidad exiliada buscaba la condena al gobierno de Pinochet en organizaciones internacionales, tales como las Naciones Unidas, y persuadir a gobiernos nacionales para boicotear el comercio con Chile y cortar vínculos con el gobierno chileno.

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En Francia e Italia, el debate sobre “la lección de Chile” llevó a repensar las estrategias políticas de la izquierda, y los exiliados chilenos eran, a su vez, profundamente conmocionados por la discusión alrededor de ellos. La izquierda europea desarrolló ideas sobre el atractivo de la economía mixta y la necesidad de cooperación entre capital, trabajo y el gobierno, las cuales afectaron fuertemente a los exiliados chilenos, en especial a aquellos de los partidos socialistas. Los chilenos exiliados en Venezuela también parecieron ser persuadidos por las virtudes de la transigencia política como medio para consolidar una democracia estable. Los exiliados en países que recalcaban las virtudes de la revolución por sobre la democracia —como México, Cuba o Nicaragua— parecían haber mantenido más firmemente sus convicciones sobre lo correcto de los objetivos del gobierno de la UP.

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A fin de cuentas, el apoyo externo para la democracia chilena fue importante y positivo, no fue una simple imposición de objetivos de los países donantes sobre sus beneficiarios. Fue más una asociación. Una oposición en aprietos tenía pocas alternativas más que buscar apoyo desde fuerzas democráticas en el extranjero, a modo de ayudar con el proceso democrático interno. La ayuda foránea puede provocar en ciertos países más problemas que lo que pueden contribuir a solventarlos. Pero en el caso de Chile, la similitud básica de los objetivos de las fuerzas domésticas e internacionales se combinaron para crear una oposición lo suficientemente fuerte para derrotar a una de las más poderosas dictaduras de Latinoamérica, e igual de importante, para comenzar el proceso de construcción de una democracia viable en Chile.

 

Imagen: Archivo Cenfoto-UDP.

 

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Alan Angell es profesor emérito del Latin American Center, Oxford School of Global and Area Studies, Universidad de Oxford. Entre sus libros más destacados se cuentan Democracy After Pinochet y Politics and the Labour Movement in Chile. Este texto, que se reproduce con autorización del autor, es un extracto de su trabajo titulado “Las dimensiones internacionales del Golpe de Estado chileno”.

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