Cosas de archivo

Lectura y acumulación, presente y pasado, memoria y olvido, todo esto confluye en el archivo de recortes de Joaquín Edwards Bello, el mundo disperso en que indaga este ensayo. El texto forma parte del libro Combustión espontánea, de Roberto Merino, publicado por Ediciones UDP en 2021.

por Roberto Merino I 25 Agosto 2022

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Es envidiable la gente que sabe vivir con pocos libros y que no necesita guardar recortes ni documentos circunstanciales. Habría que ver de qué modo estas personas experimentan el presente y la memoria, y qué protagonismo le asignan en sus vidas a cada una de estas categorías.

Hace poco vi en Travel and Living a una viajera profesional que daba consejos a los que se iniciaban en la trashumancia turística: decía que era útil llevar cuadernos para anotar impresiones y pegar boletos de trenes, facturas de hotel, postales, tickets de metro y otros suvenires por el estilo. Hay en ese gesto una intención de apoyar y estructurar los recuerdos, pero también un trasfondo supersticioso: el miedo a que los momentos especiales de la existencia se diluyan como lo hace comúnmente la farragosa cotidianidad.

Muchos años atrás, me acuerdo ahora, una amiga muy cercana anunció un largo viaje por Europa. Como se acostumbraba por entonces, me preguntó si quería hacerle algún encargo. Le pedí que recogiera hojas de árboles en cada ciudad que visitara. A la vuelta me trajo un álbum muy bonito, con hojas de olmos, abedules, alcornoques, pegadas según su procedencia en páginas distintas. Parece que un día el álbum se vino al suelo, alguien lo recogió atarantadamente y de esa memoria arbórea no quedó más que un desparramo inclasificable.

El olvido —esa función que nos permite tolerar la vida— estaba conjurado en los miles de sobres que Joaquín Edwards acumuló en más de cuarenta años de trabajo. No solo metía en ellos las noticias más inadvertidas de la prensa, sino también páginas de libros con temas de su interés: el escritor no le tenía mucho respeto a la encuadernación. Los libros, en su concepto, podían ser descuajeringados en honor de lo esencial.

Al final de Faltaban solo unas horas, el libro de Salvador Benadava sobre Joaquín Edwards Bello, viene una entrevista en la cual Alfonso Calderón habla del famoso archivo de recortes de Edwards: un organismo hecho de papel y de tinta, una entidad que con los años había crecido hasta ocupar roperos y rincones. Se podría entender este archivo como una ampliación de la memoria o de la conciencia. El olvido —esa función que nos permite tolerar la vida— estaba conjurado en los miles de sobres que Joaquín Edwards acumuló en más de cuarenta años de trabajo. No solo metía en ellos las noticias más inadvertidas de la prensa, sino también páginas de libros con temas de su interés: el escritor no le tenía mucho respeto a la encuadernación. Los libros, en su concepto, podían ser descuajeringados en honor de lo esencial.

Una mañana de 1985, el archivo de Edwards Bello llegó a la sección Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional. Por casualidad me encontraba en ese lugar cuando los empleados comenzaron a arrumbar las cajas y los sobres contra una pared. Todos los presentes nos paramos a presenciar la monótona faena, entre ellos Martín Cerda, quien me dijo que el único capaz de ordenar ese mundo disperso era Alfonso Calderón.

Curiosamente, al llegar más tarde a mi casa prendí el televisor, y ahí estaba Calderón: en el programa Almorzando en el 13, precisamente hablando de Edwards Bello y de una de sus frases inolvidables: “El chileno es el hombre equivocado en el lugar equivocado”.

 


Combustión espontánea, Roberto Merino, Ediciones UDP, 2021, 298 páginas, $20.000.

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