Cuaderno de dibujo

Tras ser detenido por agentes de la dictadura de Pinochet, el arquitecto Miguel Lawner empezó a retratar el desolado paisaje de isla Dawson, la rutina cotidiana y las escenas atroces de maltrato y abuso. Se trataba de una actividad prohibida, que ponía en riesgo no solo su vida sino la de cualquiera que intentara ayudarlo a sacar los dibujos de los campos de prisioneros. Esta es la historia de cómo se salvaron los papeles, hasta llegar a ser exhibidos en Europa y posteriormente editados como libro en varios países del mundo.

por Gonzalo Peralta I 11 Diciembre 2018

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El 12 de septiembre de 1973, el arquitecto Miguel Lawner es detenido violentamente por un pelotón de Carabineros en su oficina de la Corporación de Mejoramiento Urbano (Cormu), donde ejercía como director ejecutivo. Apaleado y amontonado en un camión junto a otros 45 funcionarios, es llevado al Estadio Chile. Su esposa, la también arquitecto Ana María Barrenechea, contacta a militares con quienes habían trabajado recientemente y consigue que sea trasladado a la Escuela Militar, recinto en el que se concentraban los denominados “jerarcas de la Unidad Popular”, los más altos funcionarios, parlamentarios, ministros y jefes del gobierno derrocado.

Apenas ingresado en ese recinto, el viernes 14 de septiembre, los presos de la Escuela Militar son transportados en buses hasta el aeropuerto de Los Cerrillos, escoltados por una impresionante custodia militar. El avión se eleva con rumbo desconocido. Esa noche descienden en la ciudad de Punta Arenas bajo un nuevo despliegue armado: potentes focos en la cara, flash de cámaras, vendas y capuchas. Son introducidos en un vehículo blindado y luego en una barcaza de la Armada. A las cinco de la mañana arriban a la isla Dawson, situada en medio del Estrecho de Magallanes. Tras caminar por la nieve durante 40 minutos, la madrugada los sorprende ante la vista de un campamento de barracas rodeado de alambradas, torres de vigilancia y soldados armados. Son registrados y obligados a entregar sus efectos personales, incluidos los lápices. Ya no usarán sus nombres, el arquitecto Miguel Lawner será “S-31”; acaba de ingresar al campo de concentración de isla Dawson.

Al frío extremo, el hambre y el hacinamiento, se suma la angustiosa incertidumbre sobre su destino. No se les interroga, no hay acusaciones, procesos ni plazos para su detención. En las noches, entre el viento huracanado, se escuchan órdenes militares, gritos, lamentos y balaceras. Son frecuentes las formaciones repentinas en medio del patio. No hay agua potable, solo un estero cercano medio congelado. Deben levantarse al amanecer para realizar trabajos forzados. Limpiar letrinas, acopiar leña, acarrear y enterrar pesados postes de cipreses para levantar una línea eléctrica.

Tras dos meses de esta rutina que los agota y degrada, Lawner es enviado a la localidad de Puerto Harris a limpiar el cauce del río y a retirar alcantarillas desde profundas zanjas. Estando en esa faena, divisa sobre una loma una vieja iglesia abandonada. Pide autorización y la visita en compañía de un sargento; descubre que es la iglesia de la antigua misión salesiana que se instaló en la isla como reserva para los últimos indígenas kaweshkar y yámanas. Es un edificio notable, de excelente construcción y gran valor histórico. Al regresar al campo plantea a un grupo de compañeros la idea de reparar la iglesia. Es mucho mejor y más satisfactorio que los sucios e inútiles trabajos a los que están reducidos. Esa noche se presenta ante el comandante Jorge Fellay de la Armada, y le propone restaurar la iglesia de Puerto Harris. El marino acepta la propuesta y le da dos horas para confeccionar un proyecto. Lawner alega que es imposible, necesita tomar medidas y hacer planos, y para ello es indispensable contar con lápiz y papel, artículos prohibidos para los presos. Fellay acepta y le otorga un día más. Al día siguiente recibe un lápiz y un cuaderno escolar con 50 hojas debidamente numeradas para evitar que alguna pudiera desprenderse. Este será el primer soporte de su libro.

Esta rutina de confección y destrucción se repitió en numerosas ocasiones para asegurar su impresión en la memoria.

Un domingo por la tarde Lawner comienza a hacer un dibujo de un compañero, Daniel Vergara, mientras este lee un libro en el patio del campo. Jamás había dibujado una figura humana, solo bocetos y paisajes. El trabajo es elogiado por sus compañeros de detención, que lo estimulan a registrar el régimen al que están sometidos. No tiene idea de qué pueda ocurrir con esos dibujos, pero persiste.

Así va retratando el desolado paisaje magallánico, la rutina cotidiana y las escenas atroces de maltrato y abuso.

Hacia fines de diciembre ha cumplido 90 días de reclusión. A esas alturas los presos han sido autorizados a recibir lápices y papel. Anita, su mujer, le envía desde Santiago un block de dibujo, lápices negros y una caja de plumones. Desde entonces su producción gráfica se intensifica. Según el rigor de la guardia, sale a las faenas con la croquera y durante las pausas se dedica a dibujar, a veces precipitadamente para no ser descubierto. Los allanamientos practicados por el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) son frecuentes y repentinos. Para resguardar los dibujos los oculta en la barraca entre el desorden de bultos, maletas, frazadas y toallas.

En marzo de 1974 los presos son visitados por una delegación de parlamentarios socialdemócratas alemanes. Lawner piensa en sus dibujos, ya ha acumulado unos 20. ¿Podrán sacarlos los alemanes? Hugo Miranda, dirigente radical, los mete en su parka y se las arregla, apretando al grupo, para entregarle el paquete a uno de los visitantes. Así, arriesgando el pellejo de los amigos, salen libres los primeros apuntes de Dawson.

Días después la esposa de Hugo Miranda, Cecilia Bachelet, cita a las esposas de los presos de Dawson a tomar desayuno. Ante el asombro y la emoción del grupo de mujeres, abre el paquete con los dibujos. Es la primera vez en seis meses que tienen una imagen de sus maridos. Posteriormente, los dibujos quedarán en manos de Anita, quien los oculta y solo los muestra a gente de la más extrema confianza.

Dos meses después, a las cuatro de la madrugada del 7 de mayo de 1974, los sargentos irrumpen en la barraca, les ordenan levantarse y empacar en media hora. Lawner piensa en sus dibujos. Desde la visita de los alemanes ha acumulado 22 ilustraciones que ha ocultado tras las planchas de aislapol de los muros. Seguro que serán allanados y descubiertos. ¿Qué hacer? Finalmente decide colocarlos con su equipaje, ostentosamente, como si fuera una inocente afición. Al momento de la revisión, el oficial encargado examina los dibujos cuidadosamente, levantando la vista para ver su reacción. Los baraja y consulta: ¿Y esto? Lawner responde que está autorizado a dibujar por el comandante Fellay, el oficial los ojea, los azota contra el tablero, parece meditar y finalmente los arroja dentro del bolso. “Puede llevarse esta mierda, que más adelante sabrán qué hacer con ella”.

Esa noche aterrizan en la base aérea Punta Arenas. Nueva revisión. Los despojan, entre otros objetos, de cuadernos y lápices. Un teniente de la FACh repara en los dibujos, Lawner reitera la falsa autorización de Fellay. El oficial se los lleva sin decir palabra. Ya los da por perdidos cuando el aviador regresa y se los devuelve, señalando: “Donde usted va resolverán el destino de los dibujos, guárdelos”.

 

 

Su próximo destino será siniestro. Esposado y encapuchado, es depositado en los subterráneos de la Academia de Guerra Aérea, AGA, uno de los peores centros de tortura de la dictadura. Esa misma noche un oficial les informa que están autorizados a enviar un bulto de ropa sucia a sus familias, acompañado de una carta de una página. Lawner resuelve jugársela. Junto con la muda de ropa le entrega los dibujos al militar encargado del traslado, repitiendo el cuento de la autorización de Fellay.

Poco más tarde el aviador le entrega a Anita el bulto de ropa y la carta donde Lawner le advierte sobre los dibujos. Al leerla, ella repara en su ausencia y consulta por los dibujos faltantes. El militar se excusa burdamente, alegando que probablemente se les volaron de la camioneta. Las insistencias de Anita son inútiles. Simplemente se esfumaron.

En la AGA es imposible dibujar. Sin embargo, Lawner observa atento el atroz panorama que divisa bajo la capucha y toma apuntes mentales que más tarde se convertirán en dibujos. Tras permanecer dos meses en la AGA, es trasladado al campo de prisioneros de Ritoque, antiguo balneario popular edificado durante el gobierno de Allende. Allí disminuye la severidad del tratamiento, retomando la labor pictórica. Junto con los dibujos confecciona tarjetas de saludo para sus compañeros de confinamiento, las que son sacadas subrepticiamente por parientes y amigos.

El 4 de septiembre Clodomiro Almeyda, secretario general del PS, es conducido a Santiago para declarar. Ese mismo día regresa a Ritoque con la noticia de que Anita Barrenechea ha desaparecido. Esa mañana fue secuestrada desde su oficina de arquitectura por un comando represivo. Sus hijos, de 17 y 13 años, han quedado abandonados.

Anita es conducida a Villa Grimaldi. Allí sufre un allanamiento vejatorio, es despojada de sus pertenencias y empujada a una sala donde yacen 12 prisioneros. Le colocan una capucha y le cuelgan un cartel al cuello con el número cinco, su nueva identidad. Ese mismo día es interrogada. En un lenguaje agresivo y grosero la apremian con preguntas insólitas. ¿Qué significa un pañuelo con olor a mate? ¿Qué quiere decir coigüe moribundo? Es imposible responder a preguntas tan insensatas y es devuelta con los otros presos. Durante cinco días sus compañeros de prisión son torturados. Al quinto día alguien la toma del brazo con delicadeza y la conduce a una sala mientras le musita que no se preocupe. Allí el desconocido la interroga, con toda cortesía, sobre asuntos intrascendentes, y le revela que su detención se debe a los dibujos de su marido. Ella aclara que no los ha visto y hace ademán de sacarse la capucha. El sujeto la detiene y le dice que saldrá un momento para que los pueda ver y que además lea y firme una declaración. Anita mira asombrada los dibujos perdidos. Ahí está la clave del interrogatorio surrealista. El dibujo de un árbol seco se titula “Coigüe moribundo” y así los demás. La DINA supuso que eran mensajes en clave y que ella tenía la respuesta del enigma. Cuando el interrogador regresa le comunica que será liberada y los dibujos los recibirá por correo. Anita es abandonada en la madrugada del día siguiente en calle Vicuña Mackenna Sur. Quince días más tarde llega un sobre con los dibujos. Algunos vienen arrugados y faltan seis, justo los paisajes de la isla Dawson.

Mantenerlos consigo es demasiado peligroso y resuelven dejarlos bajo el cuidado nada menos que de un alto oficial de Ejército, el general Mario Sepúlveda Squella, amigo de la familia y uno de los pocos jefes militares que se negó a apoyar la dictadura.

En Ritoque, Miguel Lawner continúa dibujando intensamente. Anita, claro está, acumula un número importante de apuntes gráficos. En mayo de 1975 se les informa que ha sido emitido un decreto para su expulsión del país en un plazo de 30 días. Ese último mes lo pasa en el campo de prisioneros de Tres Álamos. Ahí se entera de que Dinamarca les ofrece asilo. Entonces surge la pregunta, ¿cómo sacar los dibujos de Chile? La respuesta proviene de Sandra Dimitrescu, esposa del embajador de Rumania, único país socialista que mantiene relaciones diplomáticas con la dictadura. La Dimitrescu aprovecha su inmunidad diplomática y los dibujos cruzan el Atlántico bajo su protección. El gobierno rumano, consciente de la importancia testimonial de los dibujos, resuelve depositarlos en la caja fuerte de la sede del Partido Comunista.

Miguel Lawner, Ana María Barrenechea y sus dos hijos aterrizan en Copenhague el 23 de junio de 1975. La dirección del PC en el exterior aguarda anhelante los dibujos, de los que existen variadas versiones sobre su paradero. Lawner comunica que están en manos de los rumanos. El PC chileno los solicita de vuelta, pues la RDA los va a exhibir en Berlín con motivo del segundo aniversario del golpe de Estado. Pero los rumanos se niegan a devolverlos, argumentando que ellos tienen el derecho a exhibirlos primero. Se da entonces una bochornosa controversia entre los partidos comunistas chilenos y rumanos que es zanjada al más alto nivel. La República Democrática Alemana hace valer su peso y presiona la entrega. En la víspera del 11 de septiembre de 1975 los dibujos llegan a Alemania para su exhibición en la Academia de Artes de Berlín.

Desde entonces los dibujos circularán por una serie de exposiciones a lo largo de Europa, causando un enorme revuelo. Al mismo tiempo, Lawner traza los dibujos que en su momento había memorizado, ya que era imposible confeccionarlos en el lugar de origen. La AGA y sus siniestros subterráneos y los planos de los campos de concentración, minuciosamente medidos con pasos, diagramados y luego destrozados y arrojados a las letrinas para evitar su descubrimiento. Esta rutina de confección y destrucción se repitió en numerosas ocasiones para asegurar su impresión en la memoria.

En 1976 se publica en Dinamarca la primera edición de un libro con los dibujos de Miguel Lawner en los campos de concentración chilenos. Es una versión trilingüe, castellano, inglés y danés. La sigue una edición alemana en álbum de gran formato con seis dibujos y otras muchas ediciones improvisadas, piratas si se quiere, sin autorización expresa del autor, pero que cumplen con su objetivo fundamental: testimoniar los horrores de la dictadura pinochetista.

En diciembre de 1983, la familia Lawner recibe la noticia de que puede retornar a Chile. Tres meses después vuelven al país. Los dibujos, una vez más, viajan en valija diplomática, ahora bajo el amparo del gobierno danés. Al día siguiente de su llegada, un vehículo de la embajada danesa les entrega el paquete con los dibujos. Sin embargo, mantenerlos consigo es demasiado peligroso y resuelven dejarlos bajo el cuidado nada menos que de un alto oficial de Ejército, el general Mario Sepúlveda Squella, amigo de la familia y uno de los pocos jefes militares que se negó a apoyar la dictadura. El general Sepúlveda los esconde en un saco papero, permaneciendo por largos años en su bodega.

En la medida en que la lucha contra la dictadura abre espacios para la prensa independiente, algunos de los dibujos son reproducidos en revistas de oposición, como Análisis, APSI y Fortín Mapocho. También ilustran libros como Isla 10 de Sergio Bitar, La luz entre las sombras de Jorge Montes y la colección de poemas Dawson de Aristóteles España. Pero Miguel Lawner se ha resistido a publicar en Chile un libro con sus dibujos. Sin embargo, con ocasión de la denominada Mesa de Diálogo en el año 2001, la abogada Pamela Pereira fotocopia cuatro ejemplares de la edición danesa del libro y en una de las sesiones entrega sendos ejemplares a cada uno de los representantes de las Fuerzas Armadas. Los uniformados los hojean cuidadosamente sin decir palabra, en medio del silencio de todos los presentes.

Dos años después, Miguel Lawner publica el libro La vida a pesar de todo. Isla Dawson, Ritoque, Tres Álamos, editado por Lom. Ahí están todos los dibujos realizados durante su paso por los campos de concentración de la dictadura, más aquellos que trazó de memoria. Los seis dibujos que se perdieron en la AGA siguen desaparecidos. El oficial que afirmó que se habían volado es el capitán de la FACh León Dufey, activo participante en las torturas perpetradas en contra de sus camaradas que se negaron a participar del Golpe.

La iglesia restaurada de Puerto Harris fue declarada monumento nacional. Hoy permanece bajo el cuidado de la Armada de Chile.

 

La vida a pesar de todo. Isla Dawson, Ritoque, Tres Álamos, Miguel Lawner, Lom, 2018, 124 páginas, $19.000.

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