Durante la Guerra del Pacífico, el abastecimiento hídrico era esencial para alcanzar la victoria. Un soldado necesitaba al menos tres litros de agua al día. Y un animal, 30. Incluso, por primera vez el Ejército incorporó la cantimplora, puesto que todas las guerras anteriores se desarrollaron cerca de ríos, lagos y esteros. En esta crónica, el autor de Un veterano de tres guerras narra los esfuerzos por desalinizar el agua de mar, establecer estaciones de hidratación en el desierto y, sobre todo, conquistar los grandes pozos de Dolores, al interior de la pampa, donde se hallaban las tropas de Perú y Bolivia.
por Guillermo Parvex I 8 Mayo 2025
La Guerra del Pacífico fue el primer gran desafío logístico que enfrentó el Ejército de Chile, ya que los conflictos anteriores se habían desarrollado en escenarios pródigos en alimentos y agua para la tropa y el ganado, y en esos casos, la mayor parte del esfuerzo en abastecimientos estuvo enfocado fundamentalmente al aprovisionamiento de vestuario, equipos, armas y municiones.
Las tropas chilenas, en los primeros meses de la ocupación de Antofagasta, tuvieron que abastecerse de alimentos, pertrechos bélicos, equipos y un porcentaje de agua desde sus bases situadas a mil kilómetros de distancia.
En esa zona se concentraron con el correr de los meses más de 25 mil hombres y casi cuatro mil animales, entre caballos, mulas y bueyes. De este modo, la población de Antofagasta creció de 5.800 personas a casi 31.000 personas, más la masa de ganado.
El primer problema que se generó con esta sobrepoblación de Antofagasta fue el abastecimiento de agua que, hasta antes de la guerra, se solucionaba con una máquina resacadora, que era capaz de desalinizar 10 mil litros diarios, que se complementaba con el agua que se traía en buques desde Iquique o Arica.
La Intendencia General del Ejército y Marina, a cargo de Francisco Echaurren y luego de Vicente Dávila y Hermógenes Pérez de Arce, suplió la falta de agua transportándola como lastre en los mercantes y transportes navales que viajaban desde Valparaíso llevando tropas y vituallas, además del funcionamiento de pequeñas resacadoras en los buques de guerra.
Entre abril y octubre de 1879 se habían efectuado todos los estudios relacionados con el mínimo de agua que se requería por hombre y animal para desplazarse y permanecer en esa árida zona. Se determinó que se requerían, como mínimo, tres litros diarios por hombre y 30 por animal. Para ello se ideó una cadena logística que hacía acopios de agua en el puerto y de allí se distribuía en toneles, llevados en carretas, a las tropas, ya fuera en su campamento o durante las marchas.
Además, se adquirieron caramayolas o cantimploras, con capacidad de dos litros, que pasaron a ser parte fundamental del equipo de cada soldado. Estaban fabricadas con latón y había dos modelos: una tipo riñón y la otra circular. Los oficiales instruyeron a la tropa sobre la forma de hidratarse, para que el líquido durara lo más posible durante las extenuantes caminatas por pleno desierto.
El buque más poderoso de la Marina del Perú, el Huáscar, el 26 de mayo y el 28 de agosto de 1879 bombardeó Antofagasta, con el claro objetivo de destruir la estratégica planta resacadora, lo que no logró, pues los mandos chilenos, sabedores de que el Ejército estaría perdido si destruían la desalinizadora, la habían protegido con parapetos y blindajes.
Cuando las tropas chilenas avanzaron hacia el interior de Antofagasta, para ocupar Mejillones, Caracoles, Calama y San Pedro de Atacama, se encontraron con la sorpresa de que en el mineral de Las Salinas, a medio camino a Caracoles, a 113 kilómetros de Antofagasta, había una planta de desalación solar. Esta había sido instalada en 1872 por el ingeniero inglés Charles Wilson, constituyéndose en el primer dispositivo de este tipo a nivel mundial.
Se trataba de un aparato de destilación solar con el cual se procesaba agua con un 14% de salinidad, que se extraía de pozos de agua salobre cercanos a la planta. El agua salina era elevada desde los pozos gracias a molinos de viento y almacenada en un estanque en altura que contenía suficiente suministro para cuatro días.
El agua era distribuida mediante una cañería de hierro a los destiladores, que eran unos cajones de madera, los que —para incrementar la evaporación del agua— fueron pintados de negro y cubiertos con una tapa de vidrio. La pintura negra provocaba que el agua se evaporara más rápido y se condensara en los vidrios, los que se mantenían fríos. Luego era recogida por otras canaletas que la llevaban hasta los estanques de almacenaje de agua fresca, todo a través de la fuerza de gravedad. Al agua destilada se le incorporaban, posteriormente, los minerales necesarios para su potabilización, dado que el agua destilada, al no tener minerales, podía dañar a quien la consumiera.
Las tropas chilenas también se encontraron con otro ingenio, esta vez para potabilizar agua de mar en Cobija. Allí, en diciembre de 1857, el español José María Artola, socio del empresario minero chileno José Santos Ossa, instaló una máquina destiladora de agua de mar, capaz de producir tres mil galones por día.
Tocopilla, otra de las localidades conquistadas por las tropas chilenas, se abastecía de agua gracias a las máquinas resacadoras de las mineras Bellavista, Buenavista y Pueblo Bajo, que permitían abastecer a sus 1.200 habitantes. Con la llegada de los regimientos chilenos, el aprovisionamiento fue insuficiente. Ante esto, la Intendencia del Ejército decidió traer agua desde una vertiente de agua dulce existente en la quebrada de Mamilla, ubicada a ocho kilómetros al norte de Tocopilla. Se hizo un ducto ocupando latas vacías de kerosene, que llevaba agua hasta la costa, donde se cargaba en barriles que pequeñas embarcaciones transportaban hasta el puerto de Tocopilla.
A fines de octubre de ese año se inició la campaña de Tarapacá, que partió con una operación de desembarco anfibio en Pisagua, puerto que no poseía agua dulce.
Para solucionar el abastecimiento, los buques cargaron sus estanques de lastre con el agua necesaria para seis días de navegación, para dos días iniciales después del desembarco y una reserva de emergencia para tres días, en caso de que los recursos del área fueran escasos. Considerando que en esta operación participaron cerca de 15 mil hombres con dos mil animales, se acopió en los buques de transporte, mercantes y de guerra, una reserva aproximada a 840 mil litros de agua.
Sin embargo, el clima de noviembre y la aridez de la zona pusieron en riesgo la provisión de agua, por lo que el comandante de ingenieros Federico Stuven armó en la playa de Pisagua una planta desalinizadora que había sido transportada desde Valparaíso, que podía potabilizar cerca de 500 galones diarios. Por tanto, apremiaba avanzar hacia el interior de la pampa y conquistar los grandes pozos de agua dulce existentes en Dolores, donde se hallaban las tropas de Perú y Bolivia.
A esta podría denominársele la “batalla por el agua”, la que se libró el 19 de noviembre de 1879, cuando ya el abastecimiento se estaba agotando. Ambos ejércitos, el chileno y el aliado, se aproximaban a los pozos de Dolores, que extraían el agua mediante bombas a vapor, y lucharon fieramente por conquistarlo, lo que logró Chile después de cuatro horas de cruenta lucha. Este enfrentamiento se conoce como batalla de Dolores o San Francisco.
Una vez ocupado Dolores, había agua para cubrir las necesidades de los miles de soldados, caballos, mulas y bueyes que se acantonaron en la pampa, en Santa Catalina, Zapiga y otros lugares aledaños. Además, como existía ferrocarril hacia el puerto de Pisagua, se remesaban diariamente carros aljibes para saciar la sed de hombres y animales que permanecían en ese puerto y en la localidad intermedia de Jazpampa, donde había otro campamento militar.
En la ocupación de Iquique no hubo dificultades con el abastecimiento de agua potable, ya que la guarnición nunca fue numerosa: no excedió de los dos mil hombres. Valga señalar que Iquique se abastecía principalmente con agua desalinizada desde 1840, cuando el francés Bernardo Digoy instaló la primera máquina desalinizadora, con una capacidad de 180 galones diarios, a la que en las dos décadas siguientes se sumaron otras dos con capacidad de mil galones diarios cada una, las que al inicio de la guerra entregaban unos 10 mil a 13 mil litros por día.
Desde esa fecha hasta la ocupación de Lima, en que se sucedieron batallas como las de Tacna, toma del Morro de Arica, Chorrillos y Miraflores, por mencionar las más importantes, los encargados de la logística dieron vital importancia al abastecimiento hídrico.
En las grandes marchas de decenas de kilómetros a través de los desiertos, esto se solucionó enviando comitivas de avanzada con convoyes de carretas con agua que eran, por supuesto, escoltados por miembros de la caballería. Se instalaban, así, puestos de abastecimiento para los soldados que les seguían y —donde había tren— se tomó posesión anticipada de las estaciones ferroviarias, que tenían grandes estanques de agua dulce empleados para rellenar los depósitos de las locomotoras a vapor.
Pero hubo una oportunidad en que falló el abastecimiento de agua, que además de causar la muerte por deshidratación de algunos oficiales y soldados, provocó un verdadero motín que fue necesario aplacar con la mayor dureza. Esto sucedió en marzo de 1880, luego del nuevo desembarco de las fuerzas chilenas en Ilo, desde donde debían cubrir una larga distancia hacia el sur por el desierto para llegar hasta Tacna (allí estaba concentrado el Ejército de Perú-Bolivia).
Se tomaron todas las precauciones para ir llenando, con un convoy de cuatro carros aljibe tirado por dos locomotoras, todos los estanques desde el punto más lejano hasta el más cercano de la partida. Cuando se procedía a transportar agua a la estación de Hospicio, el tren descarriló por un sabotaje en las vías. Al llegar allí los miles de hombres, al borde de la fatiga, corrieron hacia los estanques y al encontrarlos vacíos desesperaron y se desbandaron en todas direcciones, en procura de alguna acequia o arroyo para saciar la sed. Los mandos debieron hacer grandes esfuerzos para frenar la dispersión de los batallones y mantener la disciplina, ya que muchos soldados abandonaron su armamento para lanzarse a correr por el desierto en busca de agua.
La caballería estaba decenas de kilómetros más adelante, pues había marchado el día anterior y el general Manuel Baquedano, al enterarse por el telégrafo de lo que estaba sucediendo en Hospicio, dispuso que se llenaran todas las cantimploras, botellas y barricas disponibles con agua y que los jinetes marcharan al galope para abastecer a esos miles de desesperados por la sed, que estaban a punto de enloquecer. Este descalabro hizo que se redoblaran los cuidados para que jamás faltara el agua al Ejército en marcha.
La experiencia demostró que un soldado podía sobrevivir en el desierto entre 12 y 15 días sin alimentos, si consumía al menos un litro de agua al día. Ciertamente, en ese estado no estaba en condiciones de combatir; solo de seguir viviendo. Sin agua, la expectativa de sobrevivencia no fue superior a los tres días. De ahí la gran importancia que se otorgó al abastecimiento de agua a las tropas durante las campañas de Tarapacá, Tacna-Arica y Lima. La última campaña, que se libró en la sierra peruana, no presentó inconvenientes respecto del abastecimiento del precioso líquido, ya que la cordillera estaba plagada de esteros y ríos que proveían de agua dulce de muy buena calidad.
Imagen de portada: Soldado chileno con su cantimplora tipo riñón.