De manera sorprendente, el Diario que José Miguel Carrera escribió sobre el intenso período 1810-1814, el de la fundación de Chile nada menos, llegó a manos del dictador en 1980. Este se negó en varias oportunidades a devolverlo, pero tras ser incautados sus bienes gracias al caso Riggs, el Estado pudo recuperar el preciado documento. Esta es la crónica sobre el destino de ese libro incómodo, considerado ofensivo por muchos héroes de la patria e historiadores.
por Gonzalo Peralta I 25 Abril 2019
Buenos Aires, 7 de septiembre de 1815. José Miguel Carrera termina de redactar su “Diario Militar”. Sobre la mesa de trabajo se acumulan cientos de documentos y apuntes utilizados para la elaboración de un libro compuesto por muchas capas. La columna vertebral está constituida por el relato, bellamente manuscrito, minucioso y ordenado, de los cuatro intensos años que corren entre 1810 y 1814. En el amplio margen izquierdo de las fojas se ensamblan, además, breves textos escritos o adheridos en trozos de papel, cumpliendo la función de las actuales notas al pie. Y sobre todo ello, cruzando, abriendo y sustentando al cuerpo principal, se insertan cartas, partes militares, proclamas, bandos, oficios, procesos judiciales y otros papeles, hasta acumular 136 piezas documentales. Porque este Diario no es, en estricto rigor, un diario. Si bien está organizado en orden cronológico, con fechas precisas que encabezan cada jornada, no es el fruto de una labor de registro cotidiano. Fue escrito después de ocurridos los hechos que reseña, a partir de fuentes diversas y de los recuerdos del autor.
Carrera en Buenos Aires ha descendido desde la condición de exiliado a la de proscrito. Los confusos y penosos antecedentes de la derrota patriota en Rancagua, las acusaciones de ineptitud, cobardía, traición e incluso de robo de caudales públicos, le han enajenado la confianza de las autoridades argentinas, que han favorecido a O’Higgins en sus planes de liberación de Chile. Como una forma de reivindicar su actuación y así convencer a los argentinos de que le restituyan su apoyo, compone el Diario. Las últimas palabras que traza reflejan su incertidumbre. “Permaneciendo mucho tiempo en estas provincias, no sé lo que nos suceda”. Para su autor, entonces, es un texto desesperado.
El Diario arranca con la proclamación de la Primera Junta de Gobierno, cuando Carrera se encontraba en Europa. Lo mismo ocurre con el motín de Figueroa y la instauración del primer Congreso Nacional. Pero a pesar de su ausencia, Carrera no escatima juicios lapidarios hacia sus protagonistas. A Mateo de Toro y Zambrano, Presidente de nuestra Primera Junta, lo califica de “viejo demente”, ironiza con la cobardía de la tropa durante el motín y califica a nuestro primer Congreso Nacional como una corporación que alberga a asesinos y que se caracteriza por “la facción, la intriga, el engrandecimiento personal, la apatía, la tolerancia y las largas e infructuosas sesiones”.
A partir de 1813, con la llegada de la expedición militar realista bajo el mando de Pareja, el Diario sufre un cambio radical: empieza a dar testimonio casi cotidiano de cómo el valle central chileno es repasado una y otra vez por los ejércitos en lucha, dejando una estela de asesinatos, saqueos e incendios que afectan principalmente a la población civil. Ante estos desastres, nuestros próceres de la Patria Vieja despliegan su infinita incompetencia, improvisación y frivolidad. Y es aquí donde aparece mencionado por primera vez Bernardo O’Higgins, un oscuro “teniente coronel de uno de los cuerpos de la frontera”.
El calamitoso sitio de Chillán durante el invierno de 1813 hace tambalear el prestigio militar de Carrera, pero el golpe de gracia lo recibe en octubre siguiente en la batalla de El Roble. Allí, un ataque sorpresa del ejército realista está a punto de aniquilar a la fuerza patriota. Carrera, en la confusión del ataque, acaba zambulléndose en el río Itata para salvarse. Entre tanto, O’Higgins logra reorganizar las tropas y gracias a su arrojo personal, encabezar una carga que no solo salva la jornada, sino que transforma la derrota en victoria.
De aquí en adelante, Carrera se desliza, irremediable, en la catástrofe, hasta tocar fondo en el desastre de Rancagua. En su éxodo a Mendoza, se preocupó, sin embargo, de transportar un voluminoso archivo. Este rasgo demuestra la importancia que le adjudicaba a su acervo documental y la pasión que mostró por recopilar documentos que referían a su persona y a los acontecimientos en los que había participado. Incluso en los pasajes más accidentados de su vida, mantuvo su correspondencia rigurosamente ordenada y clasificada, junto con otras muchas piezas de inestimable valor histórico. Gracias a estos afanes su archivo personal llegó a ser muy abundante y valioso. Con él compuso su Diario en Buenos Aires, adonde llegó a principios de 1815. Despojado del poder político y militar, sin amigos ni influencias, tomó la determinación de viajar a Estados Unidos en demanda de armas y equipo militar. Al embarcarse hacia Norfolk dejó a su mujer, Mercedes Fontecilla, sumida en la pobreza más desoladora. Es difícil creer que le haya confiado el Diario en esas condiciones tan precarias, menos aún si pretendía el auxilio de los yanquis, para lo cual el Diario podía servir como documento justificativo.
Desde esta fecha y durante seis años, Carrera desplegó una energía inagotable con el propósito de organizar una fuerza armada para retornar a Chile. En febrero de 1817 regresó desde EE.UU. a Buenos Aires con una flotilla naval cargada de armas; el Director Supremo Pueyrredón confiscó sus barcos y lo apresó; Carrera huyó a Montevideo y se dedicó al periodismo de trinchera, ahí se enteró de la ejecución de sus hermanos en Mendoza y decidió sumarse a las guerras civiles argentinas para derrocar al gobierno de Buenos Aires. Se convirtió en líder del bando federal y logró ocupar Buenos Aires. Nuevas desavenencias entre los caudillos argentinos lo precipitaron en sucesivas campañas militares, estableció alianzas con los indios de las pampas que lo elevaron a la categoría de “Pichi Rey”, participó en sangrientos malones que lo hicieron detestable para los argentinos y, finalmente, cuando se dirigía hacia Mendoza con una maltrecha fuerza militar, fue traicionado y ejecutado en esa ciudad, el 4 de septiembre de 1821.
Durante estos dramáticos años, Carrera llevó siempre consigo su Diario. Asombra la importancia y cuidados que les prodigó a estos documentos en condiciones tan difíciles. Como se sabe, tras su fusilamiento, los restos de Carrera fueron descuartizados y exhibidos públicamente. Sus papeles, afortunadamente, corrieron una suerte menos atroz. Para el momento de su ejecución, residía en Mendoza la suegra de Carrera, doña Mercedes Valdivieso, quien había sido exiliada por O’Higgins junto a una numerosa familia. Todo indica que ella habría sido la depositaria de las pertenencias del ejecutado.
Tras la muerte de Carrera, la familia fue autorizada para regresar del exilio. La suegra preservó el Diario y la viuda, Mercedes Fontecilla, trajo un valioso archivo epistolar. Este material fue traspasado a José Miguel Carrera Fontecilla, único hijo varón del prócer. Cercano a las ideas liberales revolucionarias, fue muy amigo y camarada político de Benjamín Vicuña Mackenna, a quien entregó parte importante del archivo de su padre. Con este material Vicuña Mackenna compuso su obra “El ostracismo de los Carrera”.
Los duros juicios que emitió Carrera en su Diario en contra de personajes e instituciones provocaron no solo la censura de sus contemporáneos, sino también de quienes vinieron después. La construcción simbólica de la patria, con sus héroes y sus gestas, y la supervivencia de muchos parientes y partidarios de los personajes escarnecidos por Carrera, hicieron de su libro un objeto incómodo. Más de 70 años después, historiadores liberales del renombre de Diego Barros Arana recomendaban que, en caso de publicarse el Diario, “casi no sería posible darlo a la luz en su forma original, sin modificar la dureza de expresiones de algunos pasajes, y sin retocar en varios puntos la redacción”.
Por estos motivos, a lo largo de todo el siglo XIX el Diario estuvo disponible solo para unos pocos ojos privilegiados o como fuente documental para la confección de obras historiográficas, como la Historia general de Chile, del propio Barros Arana. Para estos fines más bien eruditos y de investigación se confeccionaron tres copias manuscritas del Diario, las que aún se conservan en el Archivo Nacional en las colecciones “Vicuña Mackenna”, “Gay Morla” y “Varios”. Estas copias llevan el título de Diario militar, denominación totalmente ajena a la voluntad de su autor y que a pesar de ello, se mantiene hasta la actualidad.
Imagen del Diario de Carrera manuscrito, el que actualmente se halla en el Museo Histórico Nacional.
En 1899, el erudito Enrique Matta Vial se propuso publicar un repertorio que contuviera exclusivamente las fuentes para la historia de la Independencia. Con el auxilio de José Toribio Medina, quien puso a disposición de Matta los papeles de su archivo, se formó la “Colección de historiadores y documentos relativos a la Independencia de Chile”. Al año siguiente, arrancando el siglo XX, se publicó el primer volumen de esta colección, destinado nada menos que al “Diario militar del general don José Miguel Carrera”. Los 136 documentos anexos citados en el Diario fueron publicados en la misma colección, en el año 1913. De este modo, el Diario de José Miguel Carrera fue impreso íntegramente por primera vez.
Con el tiempo, esta edición se fue haciendo cada vez más escasa, hasta que en el gobierno de la Unidad Popular, la desaparecida Editorial Quimantú publicó en febrero de 1973 una segunda versión, muy económica y con una tirada de 18.000 ejemplares.
Tras el golpe de Estado, Luz Fierro Toro, descendiente de los Carrera que conservaba el Diario en su poder, dispuso que fuera entregado al Museo Histórico Nacional. Esta donación está documentada mediante un escrito fechado en abril de 1974. Sin embargo, el Museo se encontraba en reparaciones y el Diario fue enviado al Ministerio de Bienes Nacionales. Ahí, de manera inexplicable, se perdió en las bodegas.
Pasaron los años, hasta que en 1980 un funcionario lo descubrió y se lo enseñó al entonces ministro de Bienes Nacionales, general de Carabineros René Peri. Este jefe policial había realizado una serie de estudios históricos relacionados con su institución y supo reconocer el valor del manuscrito. Ante el sorprendente hallazgo, decidió, por propia voluntad, entregárselo a su jefe, el general Augusto Pinochet. Desde ese momento el Diario adquirió el estatus de desaparecido.
En 1986, la Academia de Historia Militar publicó una tercera edición impresa del Diario. En el prólogo se advierte que fue publicada “por disposición expresa de S.E. el Presidente de la República”, es decir, por orden de Pinochet. Esta edición contiene tres versiones complementarias: a) una transcripción del texto existente en depósito legal en la Biblioteca Nacional, o sea, una de las copias manuscritas realizadas en el siglo XIX, b) una edición facsimilar fotografiada del manuscrito original de Carrera y c) una transcripción de ese mismo manuscrito. Si el original estaba en manos de Pinochet, entonces el general permitió que fuera fotografiado para componer esta edición, pero lo retuvo en su poder.
Según Armando Moreno Martín, miembro del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera, el año 1991 o 1992 concurrió acompañado por directivos de ese instituto a entregarle al general Pinochet uno de los tomos del Archivo de José Miguel Carrera que publican periódicamente. En medio de una conversación, Moreno le habría preguntado por el paradero de “los documentos del Diario militar”, a lo que el general habría respondido: “Ah, los tengo muy guardados en mi velador”.
En vista de la descarada declaración, la directora del Museo Histórico Nacional, Bárbara de Vos, envió una carta a Pinochet solicitando la devolución del Diario al museo, pero jamás obtuvo una respuesta. El desparpajo de la apropiación llegó al extremo de estipular en su testamento que tras su muerte, el Diario fuera entregado a la Escuela Militar.
Juan Cristóbal Peña, quien ha escudriñado en el afán bibliófilo de Pinochet, ha estimado que poseyó una biblioteca personal de más de 55.000 volúmenes de la más variada índole y valor. Este impactante descubrimiento se debió al estallido del Caso Riggs, en julio de 2004.
Cuando el juez Carlos Cerda decretó la incautación de los bienes del general, fue necesario realizar un catastro de sus posesiones para hacer efectiva la medida. Peritos bibliógrafos examinaron sus tres bibliotecas personales, más las de la Academia de Guerra y la Escuela Militar, descubriendo la gigantesca colección que contenía, desde cachivaches y libros de poca monta hasta piezas que se remontaban al siglo XVII.
A esas alturas, ya era insostenible prolongar la usurpación del Diario. Sin embargo, voceros militares declararon que se considerarían “antecedentes legales, históricos y jurídicos” antes de resolver su destino. Finalmente, en el marco de una ceremonia oficial realizada el 6 de septiembre de 2005, y que contó con la presencia del general Juan Emilio Cheyre, entonces comandante en jefe del Ejército, del ministro de Educación Sergio Bitar, el ministro de Defensa Jaime Ravinet y la directora de la Dibam Clara Budnik, el Diario fue restituido al Estado chileno.
Augusto Pinochet falleció el 10 de diciembre de 2006. Diez días después, el ministro de fuero Juan González dictó el sobreseimiento permanente de Pinochet, luego de recibir el certificado de defunción respectivo. En la actualidad, el manuscrito original del Diario militar de José Miguel Carrera se halla en poder del Museo Histórico Nacional, su legítimo tenedor, y puede ser consultado por quien lo desee a través de la página web de esa institución.