Nadie fortalece su identidad sin haber integrado su origen; esta es la idea que sostiene Miguel Saralegui en su ensayo Matar a la madre patria, en el que desarrolla el tema del antiespañolismo como causa del fracaso de las naciones latinoamericanas. El autor español, que ha vivido durante años en Chile, articula un libro en el que recorre los textos independentistas y liberales del XIX que proponían aniquilar las raíces españolas de la cultura, la economía, la raza y la religión de América. Pero también vincula esas ideas con episodios actuales, como la carta de López Obrador del 2019 al rey de España, o analiza el mito de que habríamos sido muy distintos si nos hubieran colonizado los ingleses. ¿España tiene la culpa del subdesarrollo, la inestabilidad institucional, el atraso perenne?
por Eugenia Ortiz Gambetta I 23 Febrero 2023
Matar a la madre patria es un libro incómodo y necesario. El ensayo propone que el odio a España y sus herencias, en los orígenes de las naciones latinoamericanas, sigue formulando la retórica del fracaso de las actuales repúblicas. Ese odio, que fue funcional durante la construcción de las identidades nacionales, generó cierta hispanofobia histórica en América Latina que, marxismo mediante, sigue vigente hasta hoy en la educación escolar y en el imaginario colectivo.
Uno de los hallazgos de este ensayo es hablar del bosque sin tapar el árbol, operación cada vez menos acostumbrada por la especialización académica. Saralegui relee textos clásicos y transitados del discurso hispanoamericanos (desde la Carta de Jamaica hasta José Martí y Mariátegui, pasando por Lastarria, Bilbao y los liberales argentinos), y con gran capacidad narrativa los pone en relación. El desbalance de las fuentes (la abundancia de argentinos y la ausencia de mexicanos no es más que un síntoma del corpus liberal del XIX) se disimula con el peso específico de los argumentos elegidos y con la influencia que algunos pensadores tuvieron en todo el continente.
El eje central del ensayo es definir los proyectos independentistas como matricidas. Por eso se elige el campo semántico de la familia conflictiva para nuclear los argumentos: madre/madrastra, hijos, parricidio, homicida. Esta metáfora, tomada de los propios textos que analiza, es un poco inestable y no se aprovechan conocidas imágenes psicoanalíticas que podrían darle un trazado narrativo en otro nivel. En cualquier caso, el autor tendría que ser rioplatense para hacer esto, y si así fuera, no escribiría con esa precisión.
El método de Saralegui es recorrer esos textos independentistas y liberales del XIX en los que se declara el deseo de aniquilar las raíces españolas de la cultura, economía, raza y religión de América. El intento latinoamericano de extirpar la españolidad de cada uno de estos aspectos se muestra con argumentos proteicos en cada apartado. Así, en “Matar a la política” se recoge la mirada liberal de que las malas costumbres de la monarquía española eran la pesada herencia para construir políticamente las naciones, sobre todo por los genes de la tiranía y el caudillismo: “Si existen diferentes concepciones de esta enfermedad genética, la más extendida considera que la Madre España transmite a sus hijas un poder ilimitado a sus gobernantes”. En “Matar a la economía”, por su parte, se despliega el discurso nostálgico liberal por algo que jamás sucedió: el deseo de haber sido colonizados por los ingleses. Aquí, especialmente, se plantea la coyuntura contrapuesta de la cultura económica española de la tierra versus la marítima de la cultura inglesa, dos ejes que facilitaron modelos de desarrollo divergentes. Además, se argumenta que el origen de la corrupción institucionalizada fue el monopolio virreinal y las consecuencias morales de esta administración parecerían alcanzar la mentalidad contemporánea: “Al atribuir la causa de la pobreza al monopolio virreinal —escribe el autor—, los pensadores liberales no podían saber que estaban creando una estructura exitosa para pensar Latinoamérica: la culpa del subdesarrollo y la pobreza es de otros”. En “Matar a la raza”, el autor cuestiona el mito de ciertos historiadores peninsulares sobre el positivo mestizaje de la colonización española. Los análisis de los cuadros coloniales, de las taxonomías de castas y la pervivencia de la esclavitud aparecen como argumentos de la institucionalización del racismo hispánico. Para Saralegui, así, los pensadores liberales reemplazaron el racismo hispánico por el propio, y acusaron a los españoles de ser unos conquistadores incompetentes porque “ni siquiera se han sentido tan superiores para mantener la pureza de la raza europea en América”. Por último, en “Matar a la religión”, se sintetiza la propuesta liberal de “despañolizar” la religión católica en América, promover un cristianismo menos ritual y más moral, fomentar la libertad de cultos y separar la Iglesia del Estado. La propuesta del liberalismo decimonónico, en suma, apuntaba a una transformación de la religión, pero no buscaba prescindir de ella, ya que se necesitaba del impulso religioso como molde para la educación de los ciudadanos, algo que se refleja en la religión civil de las fiestas y símbolos patrios, y en los actos escolares latinoamericanos hasta el día de hoy.
El ensayo, a ratos, cae en algunas generalidades (asegura que en el pensamiento liberal del siglo XIX prevalecía la visión pragmática de que “solo podía ser espiritual quien fuera rico”). Pero también defiende argumentos que pocos historiadores o especialistas pueden aventurar de la manera en que Saralegui lo hace. Por ejemplo, considera las gestas de la independencia fundadas en una distancia abismal entre deseo y realidad. Por este motivo, ve la acción revolucionaria como un salto al vacío totalmente consciente, cuyo fracaso previsible y su incapacidad permanente solo se pudo sostener por la argumentación de la herencia colonial de tres siglos. Un especialista educado en Latinoamérica podría criticar las formas del liberalismo y sus consecuencias sociales e institucionales, pero dudo que pudiera cuestionar abiertamente a los “padres de la patria” y menos justificar en ese desajuste idealista la situación actual de los países.
Atribuir el “fracaso” de las repúblicas latinoamericanas a sus orígenes coloniales hispánicos podría parecer parte del discurso decimonónico, el que poco tiene que ver con las autoconcepciones actuales de las naciones. Sin embargo, el autor señala que la carta de marzo de 2019 en la que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador pide al rey de España que se disculpe por los crímenes de la Conquista, mostraría que el antiespañolismo sigue presente en el imaginario, atribuyendo a ese hecho histórico ciertos males que no se pueden erradicar. Una aceptación de los orígenes históricos de las actuales repúblicas podría, entonces, ser la clave para salir de ese laberinto discursivo. El ensayo propone que el verdadero fracaso radica en rechazar a la madre, haber querido matarla, pero, sobre todo, en insistir aún hoy en que no es la que hubiésemos deseado tener.
Un tema central del ensayo es desde dónde se escribe (un autor español que vive hace una década en América). Ese desde dónde se presenta sin miedo en el prólogo. Nadie puede escribir un ensayo sobre una pasión dejando afuera la propia historia. Por lo mismo, es interesante que uno de sus lectores implícitos sea el español contemporáneo y su visión condescendiente sobre América Latina. A él se dirige el autor para cuestionar los mitos de la hispanidad que aún se repiten en la Península Ibérica y que tanto fastidian a cualquier mexicano o chileno que los escucha. Por esto, una posible incomodidad del texto es que Saralegui no le hace el juego a la corrección política ni a los revisionismos. Aquella reivindicación reciente de la función activa de indígenas y afrodescendientes en las guerras de la Independencia (el autor los llama “indios” y “negros”), es totalmente negada por él. Esta negación, sospecho, no viene de un desconocimiento de esas perspectivas —o eso espero—, sino de una omisión de las mismas; algo que pocas personas, por equivocadas que estén, se animarían a hacer con tanta tranquilidad. De todos modos, el autor no escribe como un español despechado por americanos desagradecidos (ese tono paternalista que el tema podría facilitar), sino con una afirmación del sentido común: nadie fortalece su identidad sin haber integrado su origen.
Matar a la madre patria podría considerarse una respuesta a los textos edulcorados de la hispanidad, o una versión menos victimista de los grandes ensayos sobre la identidad americana, desde Martí hasta Galeano. Lo que atrae es su tono de simulado desapego montado en un estilo ágil y suelto. Como Historia de una pasión argentina (a la que remeda el subtítulo, aunque jamás se atribuye la inspiración), el libro muestra la pulsión controlada de la escritura para hablar del odio retórico desmadrado. Pero a diferencia del ensayo de Eduardo Mallea, su fuerza no viene del dolor por la patria que no fue, sino del privilegio. El punto de vista del autor incluye su género, educación y nacionalidad, pero también el privilegio revelador del extranjero anfibio que analiza y propone nuevas imágenes sobre lo que siempre nos hemos contado en América. Para cierto lectorado latinoamericano, la perspectiva puede sonar taxativa, pero esto en ningún momento enturbia su agudeza.
Como esos viajeros científicos europeos del siglo XIX que les mostraron su propio paisaje a los americanos, las imágenes generales del libro logran nombrar lo evidente. El fracaso de las repúblicas latinoamericanas no es un pecado original ni una condena histórica. Más bien es una elección retórica que busca culpables de una realidad demasiado compleja, cuyo origen político español y su recreación liberal y elitista no se terminan de aceptar.
Imagen: Alegoría de la unión americana (1895), de Mariano Florentino Olivares.
Matar a la madre patria. Historia de una pasión latinoamericana. Miguel Saralegui, Tecnos, 2021, 205 páginas, €20.