Leer signos, pensar signos

El libro Obediencia civil, de Michael Lazzara, funda su recorrido en escritos, declaraciones públicas o documentos de la CIA que remiten a figuras que incidieron en la organización de la dictadura de Pinochet, ya sea desde la convicción (Jaime Guzmán) o desde la complacencia (Max Marambio). Para la autora de este trabajo, el volumen permite observar una época extraordinariamente asfixiante y destructiva, pero sobre todo la manera en que “cuerpos de élites y cuerpos populares coincidieron para generar la mayor tragedia corporal del siglo XX en Chile. Y cómo no, el efecto de esas colaboraciones hoy”.

por Diamela Eltit I 17 Marzo 2025

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Resulta muy importante, leer y pensar Obediencia civil, de Michael Lazzara. Lo es porque se detiene precisamente en civiles a lo largo de los tiempos de la dictadura y de la posdictadura chilena. Desplegar y emprender la analítica que recorre la participación de los civiles, implica darle sentido a la autodefinición de un gobierno “cívico militar”, una expresión común que definía esa época. Un término que le otorgó y le otorga legitimidad al cogobierno en el que sin duda los civiles también comparten responsabilidades (por mucho que algunos se sientan liberados de ella).

El libro, mediante una acuciosa investigación, elabora un mapa conceptual para leer hitos, voces, posiciones, hilos del engranaje del mundo civil con la dictadura y la poderosa conversión neoliberal. Lo central de este texto es que no conjetura, pues su recorrido se funda en escritos y declaraciones públicas de los propios sujetos citados, documentos que circulan bajo la forma de libros o documentales o entrevistas o informes de la CIA. En ese sentido, se trata de voces que relatan sus propias historias en el interior de la gran historia que conforma el relato que abarca desde 1973 hasta el presente.

El punto de partida de este libro es el encuentro del autor con Julio Oliva, dirigente de Funa Chile, hijo de un asesinado político. Oliva le muestra su libro artesanal, Informe Gitter, anverso del Informe Rettig, que se ocupa de aquello que el conocido trabajo oficial no consignó con la precisión necesaria: los nombres de los civiles que colaboraron directamente con la dictadura, a pesar de reconocer la existencia del compromiso activo de civiles con el régimen. Fue ese gesto, la poética del hijo, lo que impulsó esta publicación.

Entonces, desde un libro artesanal, acotado, silencioso frente al gran público, se genera un libro que a su vez se funda en libros o bien en materiales audiovisuales públicos que recogen voces “civiles” que construyeron esa historia. Desde ese procedimiento textual, Michael Lazzara se detiene en las escrituras de los cómplices civiles que operaron durante la dictadura y los complacientes de “izquierda” que se adaptaron o más bien acogieron, desde una posición mercadista, un presente regido por el híper capitalismo y su impactante estela de desigualdad social.

El autor se pregunta por las escrituras autobiográficas y el sentido del yo que las certifica, ese yo que sabemos que es inestable, una máscara que es necesaria entender, porque el autor asegura que se requiere acudir a procedimientos de lecturas narrativas para deconstruirlo, precisamente porque ese yo opera más bien como deseo de yo y, desde esa perspectiva, parece pertinente la definición citada de Michel Foucault, quien entiende estos textos autobiográficos como tecnologías del yo.

Desde esa posición, Michael Lazzara, se propone emprender la lectura de una serie de textos y entrevistas que hablan en primera persona y desde ese espacio lee los pliegues, los blancos, que permiten volver a recorrer figuras que incidieron en la organización de la estructura de la dictadura, como Jaime Guzmán desde la construcción de Longueira o de su propio sobrino (Ignacio Santa Cruz), o bien en otro espacio, en el de la complacencia, el de quienes pasaron de un ciclo revolucionario a la acumulación de fortunas, como Max Marambio.

Su casa de Lo Curro parece ser también una geografía de su mente, la separación entre literatura y crimen, entre vergüenza y culpa. Los textos de ficción son abordados por el autor de una manera que permite atisbar un imaginario entregado a pasiones que llevan, a su autora, de manera inexorable, por una ruta destructiva sin salida.

El libro es amplio, acucioso, impecable. Apela a un conjunto de aportes críticos muy solventes para abrir nuevos parámetros de lectura que permitan leer después de más de 50 años, desde una perspectiva civil, anclada en cuerpos de élites y cuerpos populares que coincidieron para generar la mayor tragedia corporal del siglo XX en Chile. Y cómo no, el efecto de esas colaboraciones hoy.

Mariana Callejas protagoniza uno de los escenarios más reconocibles. Su nexo indiscutible con la Dina, y con el asesinato del General Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires, permite internarse en la condición de cómplice. Precisamente el texto que se funda en voces se detiene en el “Caso Callejas”, una situación emblemática porque ella escribió ficción, frecuentó escritores, ganó un concurso de cuentos promovido por el diario El Mercurio y, allí en el centro de sus textos, Michael Lazzara busca en el sujeto de la enunciación de esos relatos cómo se autorrepresenta y pone acento en la vergüenza como síntoma, pero una vergüenza que no genera culpa. Callejas niega su vínculo con la Dina, digamos, adentro, pero lo reconoce en el exterior; marca así un adentro y un afuera. O dicho de otra manera, establece para sí una frontera geográfica para realizar la autoconstrucción de un límite que le permite desligar la vergüenza de la culpa. Porque, en definitiva, ese hacer está presente mediante débiles máscaras en sus textos narrativos. Su casa de Lo Curro parece ser también una geografía de su mente, la separación entre literatura y crimen, entre vergüenza y culpa. Los textos de ficción son abordados por el autor de una manera que permite atisbar un imaginario entregado a pasiones que llevan, a su autora, de manera inexorable, por una ruta destructiva sin salida.

Y, desde luego, Jaime Guzmán como un espectro fundante que le otorgó a la dictadura su soporte ideológico económico. Su figura, en cierto modo incombustible, es repensada por el autor a partir del libro de Pablo Longueira, un testimonio (de fe) que ensalza a su mentor como un iluminado cercano a la perfección sagrada; el propio Longueira dialoga con familiares de víctimas (sin reconocer culpas) y le adjudica a Guzmán el “salvar vidas” de un modo nunca comprobable. Pero el discurso de Guzmán justifica los crímenes. Y como cierre de ese círculo de poder y dominación aparece Sergio de Castro, presencia insoslayable del documental Chicago Boys, que activa la puesta en marcha de la economía neoliberal a costa de privatizaciones, en medio de un contexto marcado por crímenes de lesa humanidad y pobreza.

Desde otro lugar, el autor examina el documental más descentrado, El tío, que recoge el habla del sobrino de Jaime Guzmán, quien se define como gay y busca, mediante discursos y performance, deconstruir a su tío. Pero Michael Lazzara señala que más allá de la negatividad del sobrino hacia Guzmán, conserva el nexo familiar en una forma esquiva que finalmente resguarda al tío.

El Mocito (documental, entrevista y libro) nos lleva a observar la materialidad de la tortura, de la muerte, de la destrucción llevada a cabo por integrantes de la Dina y en cuyo subsuelo más tétrico participó Jorgelino Vergara, el mocito de Manuel Contreras, director de la Dina. Al estudiar este material, Lazzara sostiene que este personaje ambiguo, que fue inculpado muy tardíamente por el crimen del secretario general del Partido Comunista, Víctor Díaz, crimen que no cometió, habla de la Dina y de la CNI y sus prácticas, devela una de las casas de tortura hasta ese momento desconocidas. A su vez, describe las prácticas y los crímenes como testigo directo y ayudista. Su “confesión” lo pone en el centro de los discursos públicos, lo describen como un sujeto frágil, sin educación, que llegó a ese espacio, de mozo de Contreras, porque no tenía otra alternativa. Michael Lazzara deconstruye la imagen del mocito, lo lee, se detiene en su admiración por los militares, su deseo de ser uno de ellos, detalla sus funciones, desde servirle café a Contreras hasta limpiar la sangre de las torturas y envolver los cadáveres. El mocito permitió la identificación de cuatro desaparecidos y entregó nombres de torturadores y asesinos. Estas confesiones, de algún modo producen un desplazamiento desde victimario hasta un lugar de víctima por su debilidad económica y formativa. Lazzara discute esta posición de manera lúcida: el mocito no es un emblema de los derechos humanos sino, desde un silencio de décadas, reaparece para desligarse de un asesinato. El mocito y su historia nunca será inocente, es un cómplice.

La posdictadura —o la transición— marca un punto de inflexión. La noción de ‘mirar hacia adelante’ produjo una forma de control a los imaginarios sociales y dejó en una cierta indefensión o aislamiento a las organizaciones de derechos humanos y a los familiares de detenidos desaparecidos, mientras el neoliberalismo fundado en el consumo se apoderaba de las vidas para objetualizarlas.

O la declaración del bailarín Zambelli, amante por largo tiempo de Enrique Arancibia Clavel, representante de la Dina exterior, que miente de manera recurrente durante el juicio que se lleva adelante contra su expareja por su responsabilidad en el asesinato del general Prats y su esposa. Es decir, Zambelli comete perjurio bajo el pretexto “no sabía”, para encubrir así un tipo de complicidad.

Así se cierra una parte medular del libro, mediante el abordaje de un tiempo que resulta asfixiante y extraordinariamente destructivo.

La posdictadura —o la transición— marca un punto de inflexión. La noción de “mirar hacia adelante” produjo una forma de control a los imaginarios sociales y dejó en una cierta indefensión o aislamiento a las organizaciones de derechos humanos y a los familiares de detenidos desaparecidos, mientras el neoliberalismo fundado en el consumo se apoderaba de las vidas para objetualizarlas.

Michael Lazzara se detiene en ese tiempo para pensar en figuras influyentes, como Eugenio Tironi, Max Marambio, Marco Enríquez Ominami y Carlos Ominami. Lo hace para pensar en la categoría de complacientes, entendiendo que ese término contiene la palabra placer.

De distintos modos, cada uno de ellos, en documentales o libros, asumen un pasado, anterior al golpe de Estado, señalando sus antiguas militancias y pasiones hasta cierto punto como un error debido al fracaso que portaban. En definitiva, experimentan un corte entre sus pasados y el presente. El presente neoliberal de cada uno de ellos es muy positivo en términos de poder y, en el caso de Tironi y Marambio, por la riqueza acumulada. Pero, desde otra perspectiva, Michael Lazzara introduce el término muy interesante de “emprendedores políticos” y, como un análisis muy pertinente, propone pensar una unidad entre pasado y presente que estos actores políticos no pudieron transitar. Cita a Pilar Calveiro, quien señala que es necesario restaurar la historicidad y revisitar el pasado en el presente. Eso es.

El autor de este libro no cejó. No dejó de pensar, escribió a lo largo de años acerca de la dictadura chilena. Pensó la transición. Ingresó a la memoria, se filió a la tragedia de las víctimas. Estuvo, permaneció. Y su persistencia, sus lecturas y sus sólidos saberes teóricos están escritos e inscritos en este libro imprescindible.

 

Imagen de portada: Parte de la instalación Biblioteca de la No-Historia (2024), de Voluspa Jarpa. Fotografía: Archivo UDP.

 


Obediencia civil, Michael Lazzara, Cuarto Propio, 2023, 420 páginas, $16.000.

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