En Libre, las memorias de una joven albanesa a fines de los 80, Lea Ypi no se dedica, como podría esperarse, a condenar los males del socialismo real para celebrar la llegada de la libertad. Eso, además de fácil y reiterativo, no haría de Libre el gran libro que es. La autora cuenta su vida y la de su familia, los esfuerzos de ella para intentar encajar y ser una joven, digna representante de los ideales del mundo socialista. Y eso a pesar de los secretos que parecía arrastrar su familia y que, de algún modo, limitaban las posibilidades de éxito.
por Juan Rodríguez Medina I 22 Mayo 2024
Tal vez la libertad es siempre lo que no tenemos; o lo que es difícil de conseguir. Por ejemplo, una lata de Coca-Cola. “Un día de mediados de junio, mi madre le compró a otra profesora de su colegio una lata vacía por un precio equivalente a lo que podría costarte un cuadro de Skanderbeg, nuestro héroe nacional, en la tienda para turistas. Luego se pasó toda la tarde decidiendo con mi abuela dónde ponerla y, dado que estaba vacía, si adornarla con una rosa del jardín. Decidieron que, aunque la idea de la rosa era original, distraería la atención del valor estético de la lata, así que la colocaron, tal cual, sobre nuestro mejor tapete bordado”.
Esa historia, ocurrida en 1985, en Albania, o más bien, en la República Popular Socialista de Albania, la cuenta Lea Ypi en Libre, sus memorias sobre el fin de la historia. El pequeño país, ubicado en la península de los Balcanes, fue el último socialismo real europeo: cayó en 1990. Ypi, hoy profesora de teoría política y de filosofía, especialista en marxismo y teoría crítica, radicada en Londres, recuerda su infancia, adolescencia y primera juventud durante los últimos años del régimen estalinista. Un tiempo y espacio en el que, claro, no había Coca-Cola ni esas cosas que produce el capitalismo: “En aquella época, esas latas eran extremadamente raras. Y más raro aún era entender su función. Constituían indicadores del estatus social: si alguien tenía una lata, la exponía en su salón, casi siempre encima de un tapete bordado, colocado sobre el televisor o la radio y, a menudo, junto a la foto de Enver Hoxha”.
Hoxha era el padre de la patria socialista albanesa, dirigió el país desde 1944 hasta su muerte, en 1985. Como para calibrar la magnitud de una Coca-Cola en ese mundo que ordenaba la vida pública, privada e íntima de las personas.
Ypi, sin embargo, no se dedica, como podría esperarse, a condenar los males del socialismo real para celebrar, luego, la llegada de la libertad. Eso además de fácil y reiterativo, no haría de Libre el gran libro que es. La autora cuenta su vida y la de su familia, los esfuerzos de ella para intentar encajar y ser reconocida (como la mayoría de los niños o en realidad como cualquier persona en cualquier sitio y época); en el caso de Ypi se trataba de llegar a ser una joven pionera, digna representante de los ideales de su mundo. Y eso a pesar de los secretos que parecía arrastrar su familia y que, de algún modo, limitaban las posibilidades de éxito.
“Acababa de convertirme en pionera, un año por delante de mi curso”. Era 1990. El honor implicaba representar al colegio en actos oficiales y pronunciar el juramento de lealtad al Partido: “Me paraba delante de todos los alumnos del colegio antes de comenzar las clases y declaraba solemnemente: ‘¡Pioneros de Enver! En nombre de la causa del Partido, ¿estáis listos para luchar?’. ‘¡Siempre listos!’, rugían los pioneros. Mis padres estaban muy orgullosos y para recompensarme por mis logros fuimos de vacaciones a la playa”.
Ese era el presente que definía un horizonte: el comunismo que sucedería al socialismo, gracias a la educación que todos estaban recibiendo; hasta que un día la niña se topa con el inentendible derrumbe de estatuas de Hoxha y Stalin. Y el descubrimiento de verdades sociales y familiares. El 12 de diciembre de 1990, Albania fue declarado un Estado multipartidista, con elecciones libres. Solo en un mes la vida de Ypi cambió más que en toda su vida anterior. Se habían preparado por décadas para un ataque del enemigo burgués, para una guerra nuclear, habían construido búnkers, perseguido y castigado a los disidentes.
“Nos habían advertido de que la dictadura del proletariado estaba siempre amenazada por la dictadura de la burguesía. Lo que no podíamos prever era que la primera víctima de ese conflicto, la señal más clara de victoria, sería la desaparición de esos mismos términos: dictadura, proletariado, burguesía. Dejaron de formar parte de nuestro vocabulario. Antes de que se desintegrara el Estado, se desintegró el propio lenguaje con el que se articulaba esa aspiración”.
El socialismo y el comunismo caducaron no solo como forma de gobierno e ideal, dice Ypi, que en pasajes como estos revela la filósofa y teórica política que es, sino también como categoría de pensamiento. “Solo quedó una palabra: libertad”. ¿Y cómo era la libertad? Parecía comida congelada, que se mastica poco, se traga rápido y deja con hambre. Y, hemos de suponer, se acompaña con una Coca-Cola que ya no debe tener tanta gracia.
En ese tránsito, Ypi cuenta de su paso como voluntaria por un hogar de niños, de cómo su madre se convierte en fiel de la libertad, escala políticamente en el Partido Democrático, y su padre, siempre más quitado de bulla, consigue un buen puesto directivo, en medio de privatizaciones y despidos masivos que lo deprimen. Con los consabidos robos y estafas de estos procesos de shock. Luego llegará a ser diputado. Comienza una emigración masiva, miles mueren en el intento de cruzar el mar Adriático. Y estalla una rebelión que casi devino guerra civil, en 1997, detonada por la crisis financiera que siguió al derrumbe de un gran esquema piramidal avalado por el nuevo orden. En este punto las memorias se convierten en un diario, el que la autora escribió durante esos meses que llevaron a que el país fuera intervenido por fuerzas internacionales para intentar estabilizarlo.
¿Qué se había perdido y qué se había ganado? Es una pregunta que se hace la autora, sin llegar a responderla.
Lea Ypi, con su país hecho escombros, decidió estudiar filosofía. Su padre no podía entenderlo, le dijo que eso no era una profesión, que a lo más se iba a convertir en profesora, que la gente iba a pensar que se habían vuelto locos, que nadie le iba a prestar plata para pagar esos estudios. Llegaron a un acuerdo: la dejaría estudiar filosofía si ella prometía mantenerse lejos de Marx. Aceptó. Dejó Albania y nunca ha vuelto.
Así como estas memorias evitan tropezar con los entusiasmos del fin de la historia (el supuesto triunfo definitivo y sin alternativa posible del capitalismo y la democracia liberal), tampoco alimentan la nostalgia por el mundo perdido. Sí conducen a una reflexión que quizás explica que la niña criada en una dictadura socialista, de adulta siga reivindicando el socialismo y, contra la promesa que hizo, enseñe a Marx en la universidad: la libertad se pierde, nos la quitan no solo cuando otros nos dicen qué podemos hablar, dónde podemos ir y cómo tenemos que comportarnos, cree Ypi; también cuando una “sociedad que presume de permitir a sus ciudadanos desarrollar su potencial humano, (…) no cambia las estructuras que impiden que todos progresen”.
¿Fue el de Albania un socialismo real, verdadero? ¿Lo es el liberalismo que lo reemplazó? ¿Tienen sentido esas preguntas o son la excusa para sacarse los pillos o, peor, para perdonar tropelías?
Hacia el final del libro Ypi cuenta, y el lector se sorprende, cómo sus compañeros de universidad, o al menos con los que se juntaba, todos de izquierda (“socialistas occidentales”), desdeñaban su experiencia socialista, había que olvidar esa historia y pensar en lo que sí será (o sería) el reino de la igualdad, realizado por las personas adecuadas. “Pero yo era reacia a olvidar”, escribe, porque del pasado de su familia y su país sacó una lección: nadie elige las circunstancias bajo las que se desarrolla la historia.
Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia, Lea Ypi, traducción de Cecilia Ceriani, Anagrama, 2023, 321 páginas, $22.000.