Alejandro Zambra: “La literatura empieza donde parecía que era mejor quedarse callado”

El autor de Poeta chileno ha publicado recientemente dos libros. Mientras en Literatura infantil, combinando diversos géneros literarios, aborda la experiencia de la paternidad, en Un cuento de Navidad relata la historia de un crítico literario con su editor. Ambos expresan una fascinación por las pequeñas acciones, el lenguaje y la dificultad de los vínculos.

por Matías Hinojosa I 29 Agosto 2023

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Ahora todos graban con el teléfono”, dice Alejandro Zambra apenas ve la grabadora sobre la mesa. Cuenta que hace unos meses decidió “deconstruir” el celular para aminorar el embrujo que ejercía en Silvestre, su hijo de cinco años, y consiguió una grabadora con la que se dedican a hacer entrevistas. Cada vez que suben a un taxi en Ciudad de México —donde vive desde 2017—, por ejemplo, él y su hijo entrevistan a los conductores. “Les preguntamos si escuchan música o noticias, cuántas horas trabajan al día, esas cosas. Pero el momento más emocionante es al final, cuando Silvestre les pregunta si conocen a Mon Laferte y a Los Bunkers, y les cuenta que él los conoce y que somos chilenos. Aunque enseguida puntualiza: mitad mexicano, mitad chileno”.

La escena anterior podría encajar en ese conjunto de situaciones padre-hijo que el autor presenta en Literatura infantil, un libro donde aborda la experiencia de la paternidad combinando diversos géneros literarios. El tema ha sido tratado por el escritor en otras ocasiones —más bien la padrastría—, pero en esta obra la naturaleza autobiográfica de los textos es explícita; no hay máscaras.

¿Es un libro especialmente personal en tu producción?
Claro que sí. Escribirlo fue muy natural, lo raro habría sido no escribirlo. La decisión de publicarlo fue otra cosa, por supuesto.

Literatura infantil abre con un diario donde Zambra registra el primer año de vida de Silvestre. Ahí leemos: “Lloras cuando comprendes que tus pies no sirven para agarrar objetos. Pero luego descifras, asombrado, los dibujos de las sábanas. Y las imperfecciones de la cobija. Y las gotas de lluvia en la ventana”. Son anotaciones de un padre fascinado, atento a todas las pequeñas acciones del niño y a las nuevas situaciones que surgen con la paternidad. También el nacimiento alienta reflexiones en torno al rol de los hombres en la crianza, sobre la propia infancia y la labor creativa.

Es un proceso deslumbrante el crecimiento de un niño”, dice. “La sensación de aprenderlo todo de nuevo. Por primera vez tenemos acceso a ese tiempo de aprendizaje que olvidamos en nosotros mismos. No recordamos que no sabíamos hablar, que no sabíamos caminar. Es muy impresionante ese espejeo constante. ¡Imagínate no haber sabido hablar!”.

¿El aprendizaje del habla te sorprendió particularmente?
Claro. Sabes que te va a sorprender, pero te sorprende igual, doblemente. Todo el proceso que va del balbuceo a la frase o al momento en que los niños relatan o cuentan chistes es muy nutritivo y te lleva a repasar y repensar todas las certidumbres parciales sobre el lenguaje. Ese momento en que con tres palabras dicen 20 cosas y luego con 20 dicen 50… Cómo luchan con el lenguaje, cómo pasan de la tercera a la primera persona, cómo se relacionan con el humor y con la música. También en ese proceso se ha colado la extrañeza constante y provechosa de vivir en mexicano. Y la nostalgia del español de Chile, que también ha sido, para mí, provechosa.

Como es costumbre en la literatura de Zambra, la reflexión lingüística tiene un espacio relevante. Uno de los conceptos que problematiza justamente es el de “literatura infantil”, el cual considera “condescendiente” y “redundante”, porque para él “toda la literatura es, en el fondo, infantil”.

¿Por qué el título?
Es una expresión curiosa. A mí me interesan todas esas pequeñas discusiones de lenguaje. Más que condenar o aplaudir, por ejemplo, la expresión “literatura infantil”, me interesa discutirla. Hasta en la novela más “seria”, en tercera persona, con narrador omnisciente, los objetos tienden a cobrar vida. Y la infancia es el reino del animismo. No solo hablan los peluches, también las mesas, el suelo, el aire. La crianza nos permite recuperar el animismo y reformular nuestro hiperdesarrollado sentido del ridículo. También hay algo “adanista” que es chistoso. Una comprensión tardía de lo que siempre estuvo ahí.

Me gusta constatar que al menos hay algunas comunidades donde la figura del padre está en crisis, en movimiento, en discusión. Y tampoco es un asunto netamente generacional. Pienso en ese padre monolítico, vertical, que no aceptaba que se cuestionara su lugar, que se limitaba a dar órdenes. Ese padre presente-ausente, porque era un padre presente pero nunca estaba en la casa. Ese padre envejeció y lo viste experimentar el fracaso, lo viste admitir, confesar el fracaso.

El padre hijo

Si en las primeras páginas del libro el foco está puesto en Silvestre, en el último segmento la figura del propio padre adquiere relieve. Cuenta el autor que los dos textos que cierran Literatura infantil surgieron al final, cuando ya daba el libro por cerrado. En uno de ellos, “Cogoteros de ojos azules”, intercala la reconstitución de un viejo recuerdo relacionado con un asalto del que fueron víctimas él y su padre, con la descripción de las videollamadas entre Silvestre y su abuelo. Uno en Chile y el otro en México juegan telemáticamente cada fin de semana. Dice el escritor que su padre se ha convertido en un gran abuelo a la distancia. “Es algo que podría no haber sucedido, por eso lo agradezco”, cuenta.

Te empieza a importar más cómo es tu padre con tu hijo que cómo fue contigo. Eso es heavy. Y pasa lo mismo con otros vínculos: si alguien te cae mal, pero trata bien a tu hijo, inmediatamente te empieza a caer bien”, opina medio en broma y en serio. “Pero también he visto que sucede al revés: gente que a partir de la paternidad renueva el resentimiento con sus padres o con sus amigos”.

De tus libros, parece que Literatura infantil es donde mejor parados quedan los padres.
Capaz, no lo sabría comparar, aunque en los otros libros la imagen del padre es más colectiva. Igual no sé si podría yo mismo evaluar algo así. Son muy complejos los parentescos en general, son vínculos abigarrados. Y los padres conservan el superpoder de decepcionar a sus hijos. Esos años, estos años en que somos simultáneamente padres e hijos, esa doble militancia. Quizás este libro es simplemente el relato de esa aventura.

Se percibe en el libro una suerte de paternidad híper consciente, atenta a los posibles errores. Como un temor a tropezar y a las recriminaciones futuras del hijo.
Se juntan las ganas de hacerlo bien con el pánico de hacerlo mal, de no ser capaz de anticiparte a los problemas. Más que un temor al juicio del hijo, que sería muy abstracto, el mundo sucede con una intensidad nueva y tu idea de la muerte cambia por completo, minuciosamente. Suena muy grande y muy romántico, pero así es la cosa.

¿Y hoy ves que está en crisis un modelo de padre?
Sí, afortunadamente, al menos para un pequeño sector de la sociedad. No tiene sentido generalizar, porque para buena parte del mundo el padre sigue siendo, fundamentalmente, una ausencia. Pero tampoco tiene sentido quedarse callado. Me gusta constatar que al menos hay algunas comunidades donde la figura del padre está en crisis, en movimiento, en discusión. Y tampoco es un asunto netamente generacional. Pienso en ese padre monolítico, vertical, que no aceptaba que se cuestionara su lugar, que se limitaba a dar órdenes. Ese padre presente-ausente, porque era un padre presente pero nunca estaba en la casa. Ese padre envejeció y lo viste experimentar el fracaso, lo viste admitir, confesar el fracaso. Ese padre dejó de fomentar el mito de su perfección. Ese padre hoy día es abuelo y tuvo que confesar o admitir ante sus hijos, y ante sus nietos tal vez, que no le alcanzaba la jubilación. En esas condiciones es difícil mantener vigente la versión espléndida.

Una de las tensiones que atraviesa el libro es la dificultad que encuentran padres e hijos para comunicarse. ¿Piensas que aquello podría definir el vínculo?
Sí. Igual estamos demasiado acostumbrados a pensar las relaciones con un léxico binario medio hollywoodense. Solemos hablar de rupturas y reconciliaciones, solemos sobreclasificar las historias. A mí lo que me interesa es el relato entero, porque los vínculos de parentesco biológico no terminan nunca, ni con la muerte. De hecho, a veces incluso pareciera que recién con la muerte algunos vínculos comienzan. Por eso creo que hay algo literario ahí, algo que puede ser narrado, solamente, desde una incertidumbre que no paralice.

¿En lo que no termina de resolverse?
Lo podemos comparar de forma muy precisa con la conversación, porque la conversación es devenir. En la conversación a veces hay momentos conclusivos, pero no se detiene, tal vez se apacigua, pero siempre puede recomenzar.

¿Los ángulos no se agotan cuando se trata de los vínculos?
La literatura empieza ahí donde campearía el silencio, donde parecía que era mejor quedarse callado, donde simplemente había unos signos de interrogación o una sensación amarga, una sensación incómoda. La literatura tiende a rehabilitar la conversación, a rehabilitar las contradicciones. Este mismo libro está construido a partir de contradicciones internas e inconsistencias. Tiene que haberlas para que la conversación sea plena.

Soy la clase de escritor que quiere tener editores, porque también hay quienes pontifican contra ellos, que los sienten como figuras represoras. Yo al contrario he intentado siempre aprovecharme de los editores. Desde luego me he aprovechado de su tiempo, como ha sucedido con el propio Andrés Braithwaite y con otros editores que tuve. No soy para nada dócil a sus observaciones, lo que me gusta es esa pelea apasionada y fructífera que siempre agrega una cuota de intensidad a la escritura propia.

Un cuento de Navidad

El autor también acaba de lanzar Un cuento de Navidad, donde relata sus inicios como crítico literario y la relación que con ello comenzó con el editor Andrés Braithwaite —ficcionalizado en el cuento con el nombre David Tightwad. La obra ayuda a despejar la interrogante sobre qué rol cumple un editor. Las tensiones que el autor expuso en Literatura infantil de alguna manera también se perciben acá, ya que Zambra concibe este vínculo de una forma no muy distinta al que se podría tener con un hermano mayor o un padre. “Hay algo con la figura paterna, el cuento juega explícitamente con eso. Como el rol del editor tiende a desaparecer, también los escritores tenemos a veces a este padre ausente”, dice. “A mí me resulta muy decepcionante cuando no te editan. Peor aún, cuando te dicen ‘te publico lo que quieras’. Y yo no quiero que me publiquen cualquier cosa, quiero que lo discutamos todo”.

¿Han sido relevantes para ti los editores?
Sí. Soy la clase de escritor que quiere tener editores, porque también hay quienes pontifican contra ellos, que los sienten como figuras represoras. Yo al contrario he intentado siempre aprovecharme de los editores. Desde luego me he aprovechado de su tiempo, como ha sucedido con el propio Andrés Braithwaite y con otros editores que tuve. No soy para nada dócil a sus observaciones, lo que me gusta es esa pelea apasionada y fructífera que siempre agrega una cuota de intensidad a la escritura propia.

Un cuento de Navidad, por otro lado, hace presente al editor por medio de sus observaciones al texto mismo. Los comentarios de Braithwaite, que el autor decidió dejar, nos acompañan mientras seguimos la historia. “Me gusta la posibilidad de que este libro comunique la existencia de esa figura”, dice Zambra. “Hay gente que ni siquiera sabe que los editores existen”.

¿Qué rasgos definen a un buen editor?
Sobre todo la capacidad de amar un texto sin pasar directamente por el ego. Creo que generosidad es la palabra clave. Sin generosidad no hay nada.

 


Literatura infantil, Alejandro Zambra, Anagrama, 2023, 232 páginas, $19.000.


Un cuento de Navidad, Alejandro Zambra, edición de Andrés Braithwaite, Gris Tormenta, 2023, 104 páginas, $14.000.

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