El caso Kristeva: leer entre las líneas de los archivos policiales

por Sonia Combe I 20 Abril 2018

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La acusación de haber colaborado ​​con los servicios de inteligencia búlgaros bajo el comunismo presentada contra Julia Kristeva, debería llevarnos a recordar las dificultades que presenta la interpretación de un expediente policial, sobre todo cuando este emana de una policía política. Se requiere la familiaridad con el vocabulario policial, el conocimiento de los propósitos y métodos de estos servicios (muchas claves de lectura que a menudo faltan cuando se anuncian “revelaciones”).

Asignar un seudónimo a la “fuente” no es prueba de que haya aceptado convertirse en un agente. Es solo una prueba de que se hizo un intento por reclutarlo o por ponerlo bajo vigilancia.

Se recordará que cuando se abrieron los archivos de la Stasi en la antigua RDA, muchas personas fueron denunciadas por celosos acusadores, porque su archivo comenzaba con la frase “X nos recibió cortésmente“, hasta que se percata que se trataba de una frase ritual encontrada al comienzo de la mayoría de los informes relativos a una tentativa de reclutamiento. Bien podríamos imaginar que esa era la verdad, porque suponiendo que los servicios de inteligencia se presentaran a sí mismos como tales (lo que no siempre era el caso), la persona con la que se estaban contactando probablemente no les iba a mostrar la salida. Si alguien hubiera hecho eso, sin duda no se hubiera consignado en el informe. La policía política se conformaba con cerrar el expediente sin detenerse en sus fracasos.

Antes de interpretar estos documentos, conviene comprobar ciertos puntos: ¿bajo qué condiciones informó el “informante”? ¿Sabía con quién estaba hablando? ¿Comprendía que era una “fuente” para la policía política? ¿Era chantajeado? Asignar un seudónimo a la “fuente” no es prueba de que haya aceptado convertirse en un agente. Es solo una prueba de que se hizo un intento por reclutarlo o por ponerlo bajo vigilancia. Incluso si la persona reclutada aceptó usar un seudónimo, como lo hizo la autora Christa Wolf (1929-2011) en la RDA, todavía se tenía que leer sobre la razón por la cual fue reclutada y sobre el contenido de las informaciones que ella había proporcionado.

El checo Milan Kundera más tarde también fue objeto de una denuncia que no resistiría por mucho tiempo ante el análisis de los hechos. Él salió un poco mejor que Christa Wolf.

Cuando fue contactada, en 1959, para informar sobre los escritores acerca de quienes ella, en tanto que lectora de una casa editorial, pudiera detectar “disposiciones negativas” hacia el régimen, Christa Wolf les advirtió que tendrían que buscar la opinión de otras personas, ya que no estaba segura de ser siempre objetiva. Cuando se fija como lugar de encuentro un departamento “encubierto”, como era la regla, objetó que sería mucho más agradable reunirse en su casa. Finalmente, ella se negó a no contarle a su esposo sobre estas reuniones, como se le había pedido. Esto hizo que el oficial de la Stasi escribiera en su primer informe: “Parece que no comprende lo que se espera de ella…”. En efecto, Wolf proporcionaba algunos conocimientos literarios de ninguna utilidad para la Stasi, luego se mudó a otra ciudad y su archivo fue cerrado: no tenía ningún interés, como se estipuló al final de este archivo bastante exiguo.

A la inversa, su propio archivo de vigilancia sigue siendo uno de los más voluminosos de las víctimas de la Stasi. El periodista que descubrió el archivo de Christa Wolf no se molestó con tales “detalles”. Era la época de la denuncia, y tenía a alguien importante, la autora más famosa de la RDA, con la que tenía una cuenta que saldar: ¿ella no se había opuesto a la reunificación? Víctima esta vez de un linchamiento mediático, Christa Wolf trató ansiosamente de dar explicaciones, nada funcionó, el mal ya estaba hecho.

Nadie se pregunta acerca de la autenticidad del documento ni sobre el contexto de su fabricación, que son las únicas formas de evitar las trampas de una lectura demasiado apresurada.

El checo Milan Kundera más tarde también fue objeto de una denuncia que no resistiría por mucho tiempo ante el análisis de los hechos. Él salió un poco mejor que Christa Wolf, y la complejidad de la situación, a menudo en la base de tales sospechas, fue, en su caso, rápidamente aclarada. Ahora es el turno de Julia Kristeva de enfrentar este tipo de acusación.

Antes de decidir quién era un informante y un delator (una acusación extremadamente grave ya que, en ausencia de libertad de expresión, las declaraciones que desafiaban al régimen podrían conducir a la prisión tanto en la RDA como en la Checoslovaquia o en la Bulgaria comunistas) se imponen necesarias ciertas precauciones y reglas. Ellas, sin embargo, están lejos de ser respetadas. Para comenzar, por la presunción de inocencia, la que debe acompañar cualquier acusación y que parece haberse descartado de inmediato. Nadie se pregunta acerca de la autenticidad del documento ni sobre el contexto de su fabricación, que son las únicas formas de evitar las trampas de una lectura demasiado apresurada. Se toma al pie de la letra. El aura del archivo policial es tal que olvidamos que también puede ser una fuente de desinformación, o incluso nunca entregar los que se llaman sus “secretos”.

 

Aparecido en Le Monde el 4 de abril de 2018. Traducción de Patricio Tapia.

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