
En 2025 se cumplen 150 años del nacimiento de Thomas Mann, uno de los escritores más relevantes e influyentes del siglo XX. La última novedad sobre su abundante producción narrativa es una nueva edición y traducción de la tetralogía José y sus hermanos, una obra monumental a cuya escritura dedicó casi dos décadas y que, curiosamente, es una de sus obras más injustamente menospreciadas o al menos subvaloradas.
por Rodrigo Pinto I 24 Noviembre 2025
La novela José y sus hermanos desarrolla extensamente la historia del José bíblico, el undécimo hijo de Jacob, el preferido de su padre, el hijo de la mujer realmente amada, aunque el patriarca haya tenido dos esposas y dos sirvientas que también le dieron hijos. Por qué no hay una exacta correspondencia entre los nombres de sus vástagos y las 12 tribus de Israel, que vienen de la descendencia de Jacob; por qué no es el primogénito, Rubén, el que da su nombre al pueblo y sí lo es el cuarto, Judá; cómo Jacob se apoderó de la primogenitura frente a su hermano Esaú, que no pasó solo por el plato de lentejas; cómo Labán, el padre de Raquel, lo engañó y debió aceptar a Lía como su primera esposa; qué pasó entre José y sus hermanos, que lo echaron en un pozo, dándolo por muerto; cómo llegó a la tierra de Egipto, cómo se elevó en la servidumbre de Putifar y por qué Thomas Mann llama a su mujer, que carece de nombre en el relato bíblico, como Mut-Em-Enet; qué pasó entre ella y el servidor fiel; cómo cayó luego al pozo de la prisión, donde conoció a un carcelero extrañamente intuitivo y, gracias a su capacidad interpretativa, fue nuevamente elevado, esta vez hasta la cúspide del poder; y cómo, finalmente, se reunió con sus hermanos y con su anciano padre. De esto es de lo que tratan estas novelas inolvidables.
La gran pregunta en torno al José es por qué, a pesar del monumental trabajo que le significó a Mann, la tetralogía es considerada por muchos como una anécdota en la producción narrativa del Premio Nobel de Literatura en 1929. El siglo XX abrió con la publicación de Los Buddenbrook. Decadencia de una familia, primera obra de vasta extensión de Mann y que fue la principal causa de que la Academia Sueca le otorgara el premio mayor. Para entonces, ya había publicado La muerte en Venecia (1912) y La montaña mágica (1924), además de decenas de relatos breves y una ya considerable obra ensayística. Según Kjell Espmark, autor de El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión, la importancia atribuida a la primera novela de Mann “es una reprobación sensacional a La montaña mágica”, que revelaba la incomprensión, en nombre del “gran estilo” tan valorado por la Academia Sueca, de una obra marcada por “el atrevido intento de ampliar el marco de la novela tradicional hasta abarcar un conocimiento enciclopédico organizado según principios formales musicales”.
En Líneas y perfiles de la literatura moderna, Günther Blöcker señala que ese estiramiento de los límites de la novela alcanzó su punto mayor en el Doktor Faustus: “La imbricación monstruosa, febrilmente violenta, de novela e historia, biografía ficticia y auténtica, vida inmediata y transmitida, la soberana falta de escrúpulos con que liga aquí especulaciones personales, literarias, históricas, políticas, filosóficas, teológicas, demonológicas, científicas y musicales en un todo grandioso de una elaboración osadísima, lleva el cuño de Joyce”.
Pero hay un salto grande entre La montaña mágica y el Doktor Faustus. Un salto de casi dos décadas desde que Mann comenzó a escribir la tetralogía hasta que publicó el último volumen e inició el Faustus. En ese lapso escribió tres novelas cortas, una larga —Carlota en Weimar— y, sobre todo, la tetralogía de José, que comenzó en 1926, aunque su biógrafo Hermann Kurzke remonta su origen a los primeros meses de 1924; los sucesivos volúmenes aparecieron en 1933, 1934, 1936 y 1943. La diferencia temporal entre el tercero y el cuarto no solo se explica por la escritura de Carlota (1939), sino sobre todo por razones históricas y políticas. Mann, repudiado por los nazis, abandonó Alemania muy poco después del ascenso de Hitler, por simple precaución, pero pronto ya no pudo volver. Adoptó la nacionalidad checa en 1936, poco antes de que le quitaran la alemana, aunque vivió en Suiza hasta 1938. En esos años intensos dio muchas conferencias y viajó por toda Europa, advirtiendo sobre el riesgo del régimen nazi. En 1938 fue contratado como profesor en la Universidad de Princeton; tres años después, se trasladó a California. Con más tranquilidad, pudo combinar su activismo político con su gran aventura mítica.
Dice Blöcker que cuando apareció el primer tomo de José “se creyó que esa incursión sorprendente en el mito del Antiguo Testamento era un interludio condicionado políticamente, quizá una protesta creadora contra la usurpación del concepto mítico por el fascismo. Joseph, según esto, sería un mito y, por tanto, ‘escapatoria y contrarrevolución’. Pero las fugas no suelen producir obras maestras, y los interludios no se extienden productivamente a lo largo de décadas”. Aunque tiene una interesante tesis (que ya veremos) sobre por qué el José es una obra valiosísima, lo cierto es que esos prejuicios sobre el escapismo de Mann han tenido un largo eco. Cuando apareció en 2011 el cuarto tomo en Ediciones B, el filósofo, ensayista y traductor del alemán Luis Fernando Moreno escribió en el diario El País que “durante 17 años, Mann se entregó a aquella tarea con el gozo de un contumaz escritor, presto a evadirse de las circunstancias políticas europeas mediante una ‘fuga literaria’ a un Cercano Oriente imaginario”. Y agrega: “Esta obra fue acogida con cierta distancia, nada comparable al clamor que habían suscitado Los Buddenbrook o La montaña mágica; las historias del viejo Jacob y del ascenso político de José en la corte del faraón pasaron casi desapercibidas. La saga quedó dentro de la inmensa producción de Thomas Mann como una excentricidad”.
¿Es creíble que un escritor con tanta conciencia de su papel en la literatura alemana y mundial, que decía de sí mismo que “había nacido para representar”, que además desempeñó desde el exilio un importante papel político e ideológico en la resistencia al nazismo, perdiera casi dos décadas en una fuga guiada solo por el placer de investigar y escribir, justo en el período más álgido de la historia de Alemania?
No, por supuesto que no.
Eso hace más extraña la relativa invisibilidad de la tetralogía frente a otras obras del autor. Desgraciadamente, no hay, en nuestro idioma, una selección de los escritos de Mann sobre su propia obra; entre ellos debería estar la conferencia que leyó en noviembre de 1942 en la Library of Congress (la menciona en el capítulo inicial de Los orígenes del Doktor Faustus. Novela de una novela) sobre José el proveedor, obra “en la que había estado afanado las semanas previas, bajo el estruendo de las batallas de un Stalingrado caliente y humeante”. Así, pues, mientras se cerraba el cepo sobre las tropas de Von Paulus y Estados Unidos ponía en tensión todos sus recursos humanos, científicos e industriales para ganar esa guerra, Mann, en su escritorio californiano, se movía hacia Egipto, donde un maduro José jugaba con el temeroso espanto de sus hermanos, que lo habían arrojado a un pozo dándolo por muerto, y se enfrentaba a su resentido padre, furioso con sus otros hijos y también con José, que no fue a su encuentro apenas pudo. Escribió las últimas líneas el 4 de enero de 1943; leyó los dos capítulos finales a la familia y bebieron champaña. “La gran obra narrativa —dijo— que me había acompañado durante todos estos años de exilio, garantizando una unidad en mi vida, llegaba a su fin, estaba liquidada, y yo quedaba libre de carga”.
Así se inicia el José: “Hondo es el pozo del pasado. ¿No sería mejor decir que es insondable?”. Y un poco más adelante: “Mientras más profundamente se escudriña, más se hunde uno a tientas en el mundo subterráneo del pasado y más indescifrables se revelan los orígenes del hombre, de su historia, de sus costumbres, que se van hundiendo en la sima sin fondo, esquivando nuestra sonda, aunque desenrollemos cada vez más la cuerda, cada vez más allá en el infinito de las edades”.
Uno de los grandes mitólogos del siglo XX, Joseph Campbell, inició su monumental Mitología primitiva citando a Mann, precisamente para ilustrar la dificultad de rastrear, en sucesivas inmersiones que llevan siempre a un punto más allá, a un nuevo comienzo, puesto que las civilizaciones primitivas “no son sino la avanzadilla de la inmensa profundidad de la prehistoria de nuestra raza”, y más allá de ellas “yacen los siglos, los milenios, los cientos de milenios del hombre primitivo”. Tras un largo razonamiento sobre la historia de estudio de los mitos, desemboca nuevamente en Thomas Mann, a propósito de los lazos entre la ciencia del inconsciente y la literatura, que desde antiguo sentían mutuamente una “profunda y natural simpatía”. “‘El mito’, como lo ha visto Thomas Mann, y en lo que coincidirían muchos de los psicólogos profundos, ‘es el fundamento de la vida, el esquema intemporal, la fórmula piadosa en la que fluye la vida cuando este reproduce sus rasgos fuera del inconsciente’”.
Mito más psicología. Eso es lo que Mann cree que anuncia una nueva y polifacética humanidad. “Todo mito”, dice Blöcker, “es la magia de la repetición, retorno y actualización de cuanto nos ha configurado, pero en un plano vital y de conciencia más elevado”, y esto es lo que nos ha entregado Thomas Mann en el José: “Ha regalado a un mundo angustiado y confuso el mito salvador, auxiliador, rejuvenecido, esclarecido y aureolado con una nueva solemnidad, un mito que, según las bellas palabras de Karl Kerényi, es limpio y profundo como filosofía y música a la vez”.
José y sus hermanos no es, en modo alguno, un paréntesis en la obra de Mann. La tendencia a imbricar ensayo y narración también está acá muy presente, pero siempre a su manera, casada con la tradición. El narrador, que interviene mucho, que interpreta y explica, que dispone la entrada de los personajes y de los temas, pausa el relato con reflexiones que muestran un nivel de conocimiento impresionante sobre la mitología antigua. No en vano tardó siete años en publicar los primeros tomos, y, según cuenta en su libro sobre el Faustus, los libros que consultó y leyó para el José formaron una biblioteca dentro de su biblioteca. Y lo notable es que su aproximación al mito, hecha desde la literatura y la curiosidad, fue tan precisa y rica en felices intuiciones que orientó incluso a otro gran mitólogo, el húngaro Karl Kerényi, con quien sostuvo una amplia correspondencia que desgraciadamente no ha sido traducida. Kerényi homenajeó a Mann en su libro Prometeo. Interpretación griega de la existencia moderna, cuando dice que aprendió de Mann, y de C. G. Jung, que “el hombre arcaico, antes de actuar, retrocede un paso, a semejanza del torero cuando se prepara para asestar la mortal estocada. Busca una pauta en el pasado, en la que pueda deslizarse, como si estuviese bajo la antigua campana de un buzo, protegido y desvirtuado, para así abalanzarse sobre el problema presente”.
Cuando leemos en la novela que “Eliécer contaba en primera persona las aventuras del Eliécer ancestral a José”, encontramos otro tipo de deslizamiento en el pasado, el arquetipo de un personaje que vuelve a repetir su destino generación tras generación. En el episodio de la herencia entre Esaú y Jacob, la persecución que emprende el hijo del primero, Elifas, para retornar los acontecimientos a su molde ancestral, Jacob —a costa de una humillación indecible, inaudita— logra quebrar el arquetipo, sobrevive a la ira de su sobrino y tiene el sueño más importante de su vida. Todo aquello que el relato bíblico condensa en pocas líneas aquí se expande de manera prodigiosa, se problematiza, se analiza en todas sus posibles derivaciones, pero siempre sobre el sustrato de la historia vibrante, enorme, deliciosa, reconfortante, que hace resonar al unísono lo alto y lo bajo, el mundo superior y el mundo inferior, el arquetipo y su quiebre, el poderoso fondo del pasado con el angustioso presente.

José y sus hermanos, Thomas Mann, Debolsillo, 2021, 1.484 páginas, $32.000.
por Javier García Bustos