En la línea de lo que Ricardo Piglia llamó las “formas breves”, esa escritura fragmentada donde lo que sucede se conjuga con lo que podría haber sucedido, el pensamiento limita con la especulación y las lecturas se asemejan a la vida, el poeta y director de Ediciones UDP publica Referencias personales, un libro que puede leerse como una conversación. O en sus palabras: “Como una larga sobremesa, donde pasas de un tema a otro. Mi cabeza es así. Habitualmente te obligan a hablar de un solo tema, pero agotar un tema sirve para la ciencia, para gente que está estudiando, en la literatura tengo otra mirada. Prefiero las derivas”.
por Milagros Abalo I 6 Noviembre 2024
Referencias personales, el último libro de Matías Rivas, iba a ser un libro de ensayos y terminó siendo una colección de fragmentos que concentran y son reflejo de una aguda observación sobre varios temas, entramados en lo literario y lo personal, pasando por fobias, obsesiones, placeres, contradicciones. El director de Ediciones Universidad Diego Portales despliega sus cavilaciones en un tono templado y en línea con sus autores de cabecera como Cyril Connolly o Martín Cerda. Columnista del diario La Tercera y de radio Duna, y autor de los libros de poemas Aniversario y otros poemas (1997), Un muerto equivocado (2011), Tragedias oportunas (2016) y Un poema de amor (2023), y del libro de ensayo Interrupciones. Un diario de lectura (2016), conversa con revista Santiago.
Referencias personales es un libro armado a partir de fragmentos que sacas de diferentes textos. ¿Piensas que hay una parte de la escritura que es inútil pero que da pie a la que finalmente queda?
Nunca he tenido en mi cabeza ese enchufe mental que habla de escritura útil. No creo en ella. Me parece exagerado que la gente publique todo lo que escribe. Tengo un diario guardado, largo, articulado, el hecho de que la literatura se relacione con la vida secreta y que a la vez uno saque cosas de ahí y las publique es algo que me interesa. Lo que acontece es que la gente va publicando todo lo que va guardando. Mi cabeza no funciona así, ni quiero que funcione así. Me gusta la sedimentación, porque uno escribe muchas tonteras. Haciendo periodismo me di cuenta de que había escrito como dos mil páginas, más que las obras completas de quizás quien, cuántos lugares comunes, barbaridades producto de llenar caracteres, lo propio del oficio periodístico, en el mejor sentido de la palabra. Después uno las revisa y dice, de todo este período rescato cuatro o cinco cosas, otras me pueden servir para desarrollarlas. También escribí cosas nuevas para este libro, cuando se fue armando había temas que debían aparecer.
Imagino que la poesía fue una escuela para la precisión que aparece en la escritura de este libro.
Sí, la poesía es algo que te pone nervioso cuando la publicas. La prosa tiene que ver con un oficio que hasta cierto punto uno puede controlar un poco más, la poesía tiene un grado de inconsciente muy alto puesto en ella. Por mucha técnica que alguien tenga, hay un riesgo. Este libro lo trabajé con otro grado de tranquilidad, esa es la diferencia.
¿Hay un tránsito en la manera en que aparece el yo entre un libro de poemas y uno de prosa como este?
El yo de Referencias personales conversa con mis libros de poemas Tragedias oportunas y Un poema de amor. En los poemas puede haber ficción, pero la voz es la misma, tiene que ver con la voz hablada. El tipo que aparece en el libro de prosa es el que escribe los poemas. Los poemas tienen que ver con una intimidad que no aparece en esta prosa, una intimidad mayor y, por lo mismo, la poesía implica armar registros, voces. En este libro hay una sola voz que va articulando distintos temas. O más que la voz es la edad de un hombre maduro, con más de medio siglo a cuestas.
En ese sentido hay una mirada que observa con mayor distancia.
Tengo ese gusto por andar observando y anotando las observaciones. Este libro en un principio iba a ser un libro de ensayos, la idea de los fragmentos aparece vinculada al registro poético. Esa idea que viene de Auden de poner pedacitos de lo que uno ha escrito.
No dar la lata.
Y también decir desde dónde uno está escribiendo. Ya tengo 53 años y en los medios he vertido una cantidad de opiniones, sería bueno entonces que la gente supiera qué opiniones tengo sobre mí. Hablar de mí, mostrar ese lugar desde donde uno habla. Te representa, te ubica respecto de los demás, y la gente puede comprender los libros de poesía, por ejemplo, aquí hay referencias para eso. Uno no puede ser tan patudo de emitir opiniones y camuflar su yo siempre.
Dar la cara.
Hay que dar la cara. En Chile dar la cara es mostrar tu pasado. No ocultar eso. Hay mucha gente que juega a ocultarse en un país muy chico, donde es muy difícil ocultar eso. Por razones demográficas y estructurales, todos nos conocemos o nos vamos conociendo, sabiendo uno del otro. No dar la cara a cierta edad es un acto de ocultamiento. Yo no quiero ocultar. Como la gente que no tiene amigos, no da confianza; lo mismo, alguien que da opiniones y no tiene cuerpo, se transforma solo en una voz parlante, no en un sujeto complejo que se puede contradecir.
¿Dar cuenta de tu pasado implica también romper con tu pasado?
Sí, para contar hay que romper el trauma, el pudor. Deleuze decía que hay una sensación muy profunda que es la vergüenza a ser un sobreviviente en este mundo frente a mucha gente que está pasando situaciones mucho más complejas. Hay una vergüenza de ser alguien cultural, que vive en una élite dedicada a los libros. Y también hay algo contra uno mismo que uno debe criar para no ser un narciso tan loco. Trabajar con esos lugares que a uno lo complican y ponerlos en juego me parece fundamental. Que los libros tengan ese riesgo de poner tu cuerpo en juego, tu vida, tu experiencia, más que el juego de tener la razón. Borges dice por ahí que querer tener la razón es un acto de crueldad. Es una competencia. Hace rato que dejé de practicar ese juego, me interesa más pensar, sentir y leer, que tener la razón.
¿Qué notas que ha cambiado en la ciudad? Por ejemplo en la ciudad o la noche.
La noche está muy perdida, ya no es una noche abierta, es una noche que se habita en lugares con datos, no es una noche pública, hay que tocar el timbre, saber dónde ir. Es una ciudad cifrada, y nos hemos vuelto poco amables, el mismo clima del país se ve en las calles, no solo por el tema de la delincuencia, sino porque la gente anda más enojada, irritada. Eso fue lo que me hizo dejar el auto, no quería vivir ese ánimo irritado. También hay una displicencia entre chilenos, como que nada importara mucho, total nadie gana nada.
En el libro haces varios diagnósticos de la sociedad, entre ellos señalas que hay una violencia que se ha traspasado a las palabras.
La violencia viene de querer tener la razón con palabras y eliminar el humor como elemento que puede sacarle una risa a tu contrario. Eliminar la seducción, verla como algo peligroso, si quitas el erotismo y el humor del lenguaje, este se vuelve violento, queda como de Twitter, de posteo. Si uno escucha la tele se percibe eso. Los programas más escuchados son aquellos en los que hay un mayor uso del lenguaje casi a piedrazos. La falta de articulación es lo que me llama la atención, demasiada frase corta. La gente anda peleando qué discurso tiene la razón, en distintos ámbitos. Parece que es internacional, uno escucha a Milei, a Trump, están todos en esa.
Todo deriva en ladrido.
La literatura no tiene que ir por ahí. Tiene que trabajar con el susurro y la precisión. Hoy día estamos llenos de mentiras, de fakes, de invenciones.
¿La lengua es lo primero que da cuenta de una época?
Sí, hay que estar atentos a eso y sospecho que cada vez que hay esta forma estridente del habla, por abajo hay gente que está haciendo lo contrario. Sospecho que el arte es el momento para analizar esta estridencia, a ver si de ella se puede sacar algo estético y también para llevarle la contra. Antiguamente existía esa cosa que se llamaba “la crítica del lenguaje”. Joyce se dedicaba a leer libros de crítica del lenguaje. Eso hace falta en los medios de comunicación. Pero creo que va a aparecer la contraparte, quizás todavía no la vemos.
¿Crees que en los domingos se configura un ánimo de lo chileno?
Sí, un ánimo identitario, los almuerzos no terminan, hay una forma común de aburrirse. Vivir angustias, melancolías, después de almuerzo particularmente empiezan a bajar emociones distintas, se pone crepuscular. Hay una ansiedad de los que tienen que ir al colegio, dar pruebas en la universidad, ir al trabajo, se empieza a arruinar tu día libre por el futuro. Esa situación la compartimos todos los chilenos, o una gran parte.
¿Son distintos los domingos de ahora a los de antes?
Seguramente las cosas han cambiado, pero hay algo existencial en el domingo en Chile, es como un día latigudo. Da la sensación de que el país está viviendo una especie de domingo. Está todo cerrado, hay poco apuro, hay miedo, incertidumbre del mañana, viene el lunes y se te aprieta la guata, no sabes por qué. La sensación de lentitud y de vacío, las noches sin nadie, me hace pensar que desde la pandemia estamos en un domingo eterno. En algún momento se irá a salir, pero falta electricidad desde el punto de vista del deseo, ambición, libido.
¿Qué diferencia ves entre melancolía y nostalgia?
La melancolía es un recuerdo de algo que tú no sabes si existió. La nostalgia es algo que sí conoces. Nostalgia de una época, de una relación, de una comida. La melancolía no tiene objeto, eso la hace mucho más perturbadora. Creo que la nostalgia es algo que se puede digerir mejor, psiquiátricamente, psicológicamente se puede trabajar con ella. La melancolía es más abstracta, es un estado.
¿En cuál te ubicas?
En la melancolía. No me gusta pensar que el pasado fue mejor. Uno está incómodo con la vida más que con el pasado o con el futuro, en ese sentido, tiendo a pensar que soy más neurótico, más melancólico. Vivir con nostalgia me parece peligroso, y mucha gente está enfrascada en eso, porque es una nostalgia asociada al fanatismo, ser fan del pasado; eso no me gusta, me interesa recorrer el pasado, investigarlo, leerlo, pero de ahí a querer revivirlo, no. La nostalgia me parece digna de observarse y bonita y hay gente que puede trabajar con eso, yo en lo personal preferiría no hacerlo, es una forma de envejecer.
¿Relees tus libros?
No, una vez que salieron viene el desapego. Sigo anotando cosas, pero no pienso en libros, eso es lo único que he aprendido, al final no sé pensar en libros, sé pensar en textos, cada vez más personales y menos públicos y eso me ayuda después a armar libros, formas de trabajar. Žižek cuenta que su forma de escribir, al igual que Roland Barthes, es hacer fichas, y después junta las fichas porque la idea de escribir un libro de principio a fin no le gusta, no le hace sentido.
¿Cómo lidias con la imperfección en la escritura?
Paul Léautaud decía que la perfección mataba la vida. A veces hay unas escrituras muy estiradas, y esas escrituras no solo son estiradas, sino que son histéricas. Está detrás alguien que solo permite ver la belleza, pero no seguir una historia. No me interesan esas escrituras, por lo menos al ejercerla me interesa dónde hay rastros de imperfección que delatan el carácter de quien escribe. Escribir bien es algo que terminará haciéndolo, y ya lo hace, la Inteligencia Artificial. Hay que saber escribir muy bien mal, con alguna marca que venga de tu inconsciente, que tenga algo de vida, como en la sintaxis de María Moreno o Marguerite Duras. Aprovecharse de los defectos para convertirlos en un signo de elegancia, de intensión, de carácter, de singularidad. También ser perfecto o imperfecto es un juicio de valor que ha ido perdiendo importancia. Es un juicio demasiado contundente el de la belleza perfecta. Hay una belleza en todo, uno tiene que saber mirar.
Fotografía: Archivo UDP.
Referencias personales, Matías Rivas, Seix Barral, 2024, 148 páginas, $16.900.