El miércoles pasado se presentó en la Universidad Alberto Hurtado El tejido de la crítica, volumen que reúne más de una década de trabajo realizado por el crítico Javier Edwards. Reproducimos a continuación el texto leído en dicha ocasión por la Premio Nacional de Literatura 2018.
por Diamela Eltit I 12 Septiembre 2025
El tejido de la crítica es una antología de lecturas realizadas por Javier Edwards a partir 1989 hasta el año 2002. Desde mi perspectiva, uno de los modos (no el único) de presentar este libro es acudir a la memoria desde una perspectiva semiológica, para señalar la emergencia y el recorrido del autor en el diario La Época. El libro consigna dos textos escritos en ese medio, justo cuando transcurría el último año de la destructiva y prolongada dictadura militar.
Acudo a la semiología porque su inicio como crítico coincide con la generación de una serie de signos no solo literarios sino también sociales y políticos, en un tiempo que se iba a dividir conceptualmente en un antes y un después. Una lectura posible de El tejido de la crítica consiste en situar su trabajo en una diversidad de “campos”, como diría Pierre Bourdieu, que rodea estas escrituras críticas, áreas excedidas debido al tiempo muy significativo de su producción y, en esa perspectiva, Paul Ricoeur, en su libro, La memoria, la historia, el olvido asegura: “Toda memoria es frágil, expuesta al olvido y a la distorsión, pero también es resistente: resiste al borramiento, resiste al silencio”.
En ese tiempo el neoliberalismo que tanto conocemos, porque lo habitamos, se desplegaba como un sistema absoluto; el crédito, la adhesión a la deuda, garantizaban “lo nuevo”, un presentismo que empezaba a regir los imaginarios sociales. Se incubaba ese año el “arribismo noventero”, los “winner” iban a dominar la escena, aunque el nivel de pobreza en el país alcanzaba un 39%. Pero aun así, la inminencia de la posdictadura auguraba ciclos culturales renovados, parte importante de los escritores del exilio habían retornado, la editorial Planeta estaba plenamente instalada, se hablaba ya de una “nueva narrativa”, lo que se avecinaba era la indiscutible instalación expansiva de un mercado literario después de un largo tiempo de inexistencia.
El diario La Época, periódico de oposición a la dictadura, contaba con un suplemento literario. Y precisamente fue allí donde colaboraron críticos que se establecieron como referentes y que hasta hoy mismo mantienen su prestigio. Quiero mencionar de manera especial a la gran Patricia Espinosa, figura crucial por su circulación entre el trabajo académico y la crítica periodística, a Camilo Marks y, desde luego, a Javier Edwards. Ya sabemos que la crítica literaria en periódicos ha operado como mediadora entre los libros y el público. Desde luego, las revistas culturales, las revistas universitarias han sido y son fundamentales, pero el periódico permite o más bien permitía, sin duda, el encuentro inesperado con lectores no necesariamente especializados.
Javier Edwards consigna dos críticas de 1989 publicadas, como dije, en el diario La Época, que son, desde mi perspectiva, estratégicas en ese preciso tiempo. Las críticas de los libros de Antonio Skármeta La Insurrección y Match Ball, y de Ana Vásquez Abel Rodríguez y sus hermanos, que muestran o más bien demuestran una “voluntad” lectora en la medida que integra dos autores que vivieron el exilio político. Ana Vázquez permaneció en París hasta su muerte y Antonio Skármeta retornó a Chile. Lo que quiero enfatizar es el diálogo lector entre el adentro y el afuera después de años traumáticos, pero en los albores de un tiempo otro, donde progresivamente empezaban a difuminarse las categorías de literaturas del exilio o del insilio.
Más adelante, en los 90, el autor publica de manera sistemática en Revista de Libros del diario El Mercurio y allí despliega un conjunto de lecturas donde recogió parte importante de las literaturas emergentes de ese tiempo y que hoy ya están vastamente consolidadas. A lo largo de aproximadamente 10 años colaboró en ese medio generando lecturas concentradas que develaban los sentidos que atravesaban a cada novela, o a los libros de relatos, señalando las formas elegidas, el modo en que la escritura conseguía elaborar, mediante imágenes y poéticas, personajes sólidos y singulares. Fue un trabajo crucial que acompañó escrituras, acogió propuestas y visibilizó el campo.
Hoy mismo, en el año 2025, carecemos de suplementos literarios y solo el diario El Mercurio mantiene un espacio (acotado) para críticas de libros donde tengo que destacar la solidez de Pedro Gandolfo. Aunque existen numerosos diarios digitales, por ahora no cuentan con análisis literarios. Entonces solo operan pódscast y otras diversas redes. Veloces, fragmentarias, intensas, inteligentes, ciertas e inciertas.
Aleida Assmann afirma en su libro Espacios de la memoria: “La memoria cultural no está fijada de una vez por todas, sino que se reactualiza en cada presente que la convoca”; así, Javier Edwards “reactualiza” su trabajo mediante un doble movimiento, un pliegue y un despliegue en la medida en que es él mismo el que define, selecciona, reteje y organiza una memoria, la suya y, a partir de su crítica periodística la actualiza, la repiensa y la publica, esta vez en el formato libro.
El libro está estructurado a partir de cuatro secciones. En cada una de ellas se especifica el sentido del reordenamiento. Las obras leídas viajan al presente o, dicho de otra manera, se hacen presentes en un tiempo circular que las envuelve para protagonizar una nueva lectura desde un distinto soporte. Cada sección está determinada por diversas relaciones internas que permiten diálogos generacionales o irrupciones o cruces de sentido o coincidencia en una diversidad de prácticas.
Me quiero detener en el primer capítulo. Un escrito actual, 2025, que se detiene en la producción literaria de mujeres, la mayoría de ellas emergentes y que publicaron en ese preciso tiempo en que Javier Edwards trabajaba como crítico. Recordé al poderoso crítico literario Alone, que fue proclive a resaltar a autoras, especialmente la obra de María Luisa Bombal y Marta Brunet. Resulta interesante que el valor que le adjudicó a Brunet fue porque habló de ella como un “escritor” y en algunos trabajos se señala que Alone afirmó que ella escribía como “hombre”, una afirmación compleja pero resonante.
En el orden de este libro comparecen una serie de escritoras. Sin embargo, lo que me parece importante destacar es cómo a la lo largo de su ejercicio periodístico, el autor configuró una geografía literaria de escrituras emergentes y que hoy ya forman parte de un canon literario. Sin duda, su recorrido crítico contribuyó a democratizar el campo y a romper la excepcionalidad de las autoras en la trama literaria.
Desde otra perspectiva, el libro recoge autores que han muerto en las décadas recientes. Es precisamente esa condición, la muerte, lo que la literatura pone en jaque. Ya Roland Barthes pensó no la muerte física sino en el concepto literario de la muerte del autor —y yo a nivel personal agregaría autora. El pensador francés aseguraba: “Un texto está hecho de múltiples escrituras, procedentes de varias culturas y que entran unas con otras en diálogo, en parodia, en contestación; pero hay un lugar donde esa multiplicidad se recoge, y este lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector.” En este sentido, este libro tiene una relación con la afirmación de Barthes, porque ya sabemos, de manera indiscutible, que la muerte del autor no es la muerte del texto, pero de manera todavía más radical me parece que el crítico francés es certero, exacto, cuando afirma: “El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”. Eso hizo y rehízo Javier Edwards de manera estimulante y necesaria.
Y habría que agregar —y esta será una tarea crítica— que en este año, el 2025, estamos obligados a pensar en un inédito autor o en un coautor generado a partir de micro fragmentos, un autor Frankenstein que protagonizará múltiples, constantes y complejos escenarios: la inteligencia artificial.
Imagen: Diamela Eltit, Javier Edwards y Alberto Fuguet en el lanzamiento del libro en la UAH.
El tejido de la crítica, Javier Edwards Renard, Ediciones UAH, 2025, 226 páginas, $15.000.