Lorrie Moore, el sentimiento de una canción

La reconocida escritora estadounidense visita por primera vez Chile. Es la invitada a la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño, en alianza con FILBA. El martes 1 de octubre, en el Auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra, tendrá dos actividades: a las 11:30 dará la conferencia “¿Qué es una novela?” y a las 19:30 hará una lectura coral de su novela ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?

por Patricio Tapia I 27 Septiembre 2019

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Si Lorrie Moore fuera una canción, quizá sería como esos temas de música alegre y pegajosa que, sin embargo, encierran una letra inesperadamente más oscura —¿“Mamma mía” del grupo ABBA?, ¿“Mmmbop” de los hermanos Hanson?— que habla de la pérdida o de la soledad. Desde sus primeros cuentos, Moore ha dejado su marca como una observadora tan grácil como caústica, hábil en los juegos de palabras y en la ironía, bromista a la vez brillante y frágil, cuyas historias están atravesadas por el desconsuelo levemente oculto debajo de un humor extravagante.

Cuando se publicaron sus cuentos reunidos (The Collected Stories, 2008) ella misma señalaba, en la introducción al volumen, algunos de sus temas recurrentes: “Pájaros y lunas, y extraterrestres, y artistas luchadores de todo tipo, así como muchas enfermedades y divorcios y otros hechos tristes de la vida familiar y romántica”.

Por supuesto, es algo injusta con ella misma. Nacida en el estado de Nueva York, en 1957, Moore ha hecho muchas variaciones a lo largo de su carrera. En su primer libro de cuentos, el celebrado Autoayuda (1985), varios de ellos estaban escritos en segunda persona, como imitación irónica del tono de esos manuales de instrucciones para ser feliz, pensados para mujeres particularmente en temas amorosos. Anagramas (1986), su primera novela, trata de una pareja de amantes y está estructurada como un anagrama, en que las relaciones y algunas características esenciales de los personajes van cambiando capítulo a capítulo.

La infancia y la juventud le han preocupado bastante. En su segunda novela, ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (1994), tocó la adolescencia. Una mujer está en París con su esposo: las cosas no van muy bien entre ellos, pero allí recuerda a su amiga de los 15 años, en 1972, cuando trabajan en un parque de diversiones en que la amiga es un personaje de rol y la narradora la cajera. Fuman, beben con identificaciones falsas. La unión llega al punto que la narradora roba para pagar el aborto de la amiga. Los cuentos de Pájaros de América (1998) encierran muchas historias de niños en peligro o dañados, aunque la mayoría fueron escritos antes de que Moore se convirtiera en madre (hay un cuento de una joven soltera a quien los demás le repiten que, si tuviera hijos, sería una “madre estupenda”).

También edades mayores han sido objeto de su atención en los cuentos de Gracias por la compañía (2014), poblados por personajes que ya han dejado la juventud, cargando con sus relaciones sentimentales fracasadas, sus deseos frustrados y sus remordimientos. Cierto malestar político también recorre esos cuentos, como lo hizo antes en la novela Al pie de la escalera (2010), sobre la vida de una estudiante universitaria después del 11 de septiembre de 2001. Una pregunta habitual a Moore es acerca de cuán autobiográfica es su ficción. Para ella “invención y autobiografía se engañan mutuamente”, como escribe en un ensayo, pues también los escribe ocasionalmente.

Su libro más reciente es una selección realizada por la propia autora de sus artículos para distintas publicaciones (el más antiguo es de 1983) titulado A ver qué se puede hacer (2018), que era lo que le escribía Robert Silvers, editor de The New York Review of Books, cuando le enviaba libros o le proponía temas. Así, comenta libros, alguna película, unas cuantas crónicas políticas y series de televisión.

Lamentablemente, al parecer, no se ha animado a escribir mucho sobre música popular. Sus personajes tempranos cantan mucho (en Anagramas o en ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?). También algunos más tardíos pueden ser incluso cantantes de poco éxito (como la protagonista de “Alas”, un cuento de Gracias por la compañía). En uno de los ensayos de A ver qué se puede hacer, cuenta que cuando era niña estaba obsesionada con dos cosas: con las cartas, pues tenía una amiga por correspondencia en Canadá, y con las canciones. “A menudo pienso que eso es lo que intenté encontrar más adelante en la literatura: el sentimiento de una canción; la voz amigable y confidente de una carta, pero la cadencia y el sentimiento de una canción”. Cosa distinta es cantar: al escribir sobre Miranda July recuerda haber estado en un panel en un festival donde la misma July y luego Denis Johnson comenzaron a cantar. Moore no se sumó.

En otro ensayo informa que cuando su hijo tenía cuatro años, consideraba América del Sur un lugar tan lejano como el espacio exterior.

—¿Le pone nerviosa este “viaje espacial” al cono sur?
—Sí, no soy en absoluto una valiente viajera. Y parece que tengo más miedo a medida que envejezco. Además, no hablar castellano es una gran desventaja. Bueno, ahí está: soy una cobarde.

—¿Cómo es su reacción respecto de las cosas que ha escrito hace muchos años: vergüenza, orgullo, extrañeza?
—Algunas de mis obras antiguas me parecen más vivas de lo que deberían. No todas, pero algunas. Tengo tres novelas y dos de ellas todavía me parecen vivas.

—“La gente hará cualquier cosa, cualquier cosa, por una risa realmente linda”, dice un personaje en uno de sus relatos tempranos, “Cómo ser otra mujer”. ¿Suscribiría esa apreciación?
—Oh, creo que eso es solo la desesperación de ese personaje en particular. Pero la risa apreciativa de los demás es una cosa embriagadora.

—Supongo que está harta de que le pregunten sobre el humor en la literatura, pero ¿cree que ha cambiado su sentido del humor, que se ha vuelto más sombría?
—Eso, efectivamente, se ha dicho sobre Gracias por la compañía, pero no creo que sea verdad. Quizá el humor de los jóvenes suena más alegre que el humor de los de más edad.

—Uno o quizá dos relatos allí están basados en clásicos. Me imagino que la palabra intertextualidad no es de su agrado.
—Supongo que “Referencial” es intertextual en el sentido de que está en conversación cercana con un cuento de Nabokov. Los otros solo están vagamente relacionados.

—En A ver qué se puede hacer, afirma que un escritor de ficción que reseña está realizando una tarea esencial. ¿Por qué?
—Creo que dije que un escritor de ficción que reseña está haciendo una tarea esencial. Es una especie de servicio de jurado. Una contribución a la conversación, que en realidad no debería ser hecha completamente por los críticos profesionales.

—Desde su título, ese libro rinde homenaje al editor Robert Silvers. Sin él, ¿su trabajo en crítica o reseña hubiera sido diferente?
—No hubiera escrito sobre muchas de las cosas sobre las que escribí. Me guió un poco, pero también fue de lo más acogedor con mis propias sugerencias, algo que no todo editor hace.

—¿Cree que alguna vez escribirá una memoria o una autobiografía?
—Nunca lo pensé así. Y aún lo dudo. Pero últimamente he estado pensando en mi madre que murió el año pasado.

—¿Por qué no se atrevió a tocar la puerta de Eudora Welty?
—¡Demasiado tímida! Además, realmente no creía que ella quisiera que una extraña llegara al lado de su puerta.

—Comenta varios libros de Alice Munro. Probablemente es la única autora cuyos libros reseña ​​regularmente.
—Es que me encanta su trabajo.

—En ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? se enfoca en la amistad femenina adolescente de principios de los 70.
—Había estado pensando en la adolescencia femenina como una época que generalmente se ignoraba como algo vergonzoso. Decidí tomarla en serio, ya que ese tiempo puede ser muy poderoso. Muchos libros desde entonces —la serie Ferrante, por ejemplo— han hecho algo similar con esa época de la vida.

—Buscando la mejor canción de amor del milenio, elige el trío final de “Der Rosenkavalier” de Richard Strauss; la única que se le acercaría sería “I Will Always Love You” de Dolly Parton. Es una elección bastante ecléctica…
—Bueno, creo que deberían incluirse “Shenandoah” y “Danny Boy”. Tenía una fecha límite muy ajustada para ese artículo.

—¿Es usted una madre estupenda?
—No creo en el culto de la “buena madre”. Los niños son quienes son: no son configurados por los adultos, solo tal vez un poco influenciados. Pero luego también son influenciados por muchas otras cosas. Mi propio hijo me enseñó eso.

 

A ver qué se puede hacer, Lorrie Moore, Eterna Cadencia, 2019, 512 páginas. Llega a Chile en diciembre.

 

¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, Lorrie Moore, Eterna Cadencia, 2019, 176 páginas, $16.000.

 

Gracias por la compañía, Lorrie Moore, Seix Barral, 2015, 208 páginas, $17.900.

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