Mariana Enriquez: “La ficción convierte ciertas cosas en inolvidables”

Invitada por Santiago en 100 Palabras y ante un auditorio repleto de lectores-fans, la narradora argentina dictó una conferencia sobre la ciudad y el horror, deteniéndose en pasajes de su obra e iluminando aspectos desconocidos de su escritura. “Uno se va acostumbrando al horror”, afirmó quien ha sido considerada una maestra del gótico latinoamericano, pero al mismo tiempo subrayó que la literatura puede ser una salida a esa apatía o indiferencia que provoca el bombardeo permanente de información cada vez más violenta.

por Sebastián Duarte Rojas I 6 Abril 2023

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Aunque ha venido varias veces a nuestro país y en esas ocasiones pudimos verla en otros eventos de menor escala, la reciente visita de Mariana Enriquez causó furor desde su anuncio a fines del año pasado, lo que provocó que los 800 cupos para asistir a su charla magistral de ayer en el Salón Fresno del Centro de Extensión de la Universidad Católica se acabaran en apenas seis minutos, como si se tratara de un concierto. Esto se debe a que es su primer encuentro con el público chileno tras la publicación de Nuestra parte de noche, el clásico instantáneo con que la escritora argentina ganó el Premio Herralde de Novela 2019, se instaló como una figura central de la literatura latinoamericana y ganó un enorme reconocimiento entre los lectores de diversos lugares e idiomas del mundo.

Pese a que afirmó que no le gustan los microrrelatos, esta visita se dio en el marco de Santiago en 100 Palabras, concurso de cuentos brevísimos fundado en 2001 y presentado por Minera Escondida y Fundación Plagio, del que Enriquez fue la primera invitada internacional. Debido a eso, aunque también habló sobre muchos otros temas y se dio el tiempo de leer varios fragmentos de su obra, la charla se enfocó en el tema de las ciudades y el modo en que estas se vinculan con su propio proceso creativo.

Basta con mirar cualquiera de sus libros para reconocer la importancia de las ciudades, sin importar el género en que trabaje. Sobre su primera novela, Bajar es lo peor, que escribió con solo 19 años, Enriquez ha dicho que “fue una especie de reescritura de Mi mundo privado de Gus Van Sant y Entrevista con el vampiro de Anne Rice, pero ubicada en Buenos Aires”; un dato no menor en una novela en que, como en esas dos fuentes de inspiración, la ciudad —aquella capital a la que viajaba desde La Plata los fines de semana para disfrutar de la bohemia y la vida nocturna— es un personaje más. Su libro Las cosas que perdimos en el fuego, compuesto por varios cuentos inolvidables y organizados con gran acierto, empieza y termina con relatos en que las protagonistas se obsesionan con personas que piden dinero en el subte bonaerense: un niño de la calle y una mujer quemada por su pareja, respectivamente. Y en Alguien camina sobre tu tumba, sus crónicas de viajes a cementerios de muchos países, siempre deja ver cómo esas necrópolis reproducen en miniatura —y, paradójicamente, amplifican— la cultura, la estética y las formas de segregación social de las poblaciones en que se enclavan. Una de esas crónicas se llama justamente “Ciudades de los muertos” y se enfoca Nueva Orleans, la cuna de Anne Rice —a quien Enriquez dedicó un hermoso perfil incluido en El otro lado—, esa zona marcada por el vudú que, debido a lo pantanoso del suelo que impide enterrar los ataúdes, tiene 42 camposantos.

El Cementerio General (…) es uno de los pocos lugares de esta ciudad que conozco bien”, dijo Enriquez en la primera parte de su conferencia de ayer, en que relató sus experiencias en Chile, leyó el capítulo que abre la novela Este es el mar, ambientado en Santiago, y se refirió a su fascinación por la brujería chilota, que juega un papel importante en Nuestra parte de noche. Todo esto se conecta con uno de los ejes de su obra, una pregunta que declaró haberse hecho en cuanto decidió escribir en el género por el que ahora es más reconocida, el gótico: “¿Cómo se hace una novela de terror que sea de acá, que sea de este continente?”, lo que implica “tener en cuenta los personajes de la ciudad, pensar en la historia de la ciudad y en cómo hacemos para llevar eso hacia el horror”.

Lo hago para recordarme a mí que eso es un horror y que es una cosa que no tiene que ser olvidada, e indefectiblemente la voy a olvidar, porque nadie puede empatizar tanto. Para vivir en una sociedad tenemos que tener cierto grado de indiferencia a lo espantoso que pasa alrededor nuestro, porque de lo contrario no podemos vivir, y esto es un horror en sí mismo.

La exploración de estas cuestiones derivó en un método que la autora explicó en detalle, específicamente en relación a la escritura de cuentos. Para ella sus relatos tienen tres niveles: uno que llama la metáfora general, un tema que puede ser, por ejemplo, la memoria y la identidad; otro que se relaciona con la inspiración y que a veces es un mito, un suceso de la vida real o una psicogeografía (“la idea de que un lugar tiene memoria”); y, por último, los tropos propios y ya muy codificados del género de terror. A todo lo anterior añade: “Cuando voy a elegir una zona, pienso en cómo fue, en la historia de esa zona; la pienso igual que un personaje”.

A modo de ejemplo, se refirió al proceso de escritura de varios relatos. Uno que permite ver todos estos elementos es “Bajo el agua negra”, de Las cosas que perdimos en el fuego, basado en un caso de abuso policiaco de 2002 que resultó en la muerte de Ezequiel Demonty, de 19 años, por haber sido forzado a nadar en el Matanza-Riachuelo, un cauce extremadamente contaminado en el barrio de Constitución, en Buenos Aires. En manos de Enriquez, esta historia se convirtió en un cuento lovecraftiano, en que el sacrificio se conecta con un mal de dimensiones cósmicas, por lo que desata fuerzas oscuras y mutaciones en el barrio.

Yo soy una perversa por hacer eso, porque no me impresiona nada y, es más, le cambio detalles para que quede más espantoso —dijo refiriéndose a por qué no narra los hechos de este tipo tal como ocurrieron—. Pero el punto es que también lo hago para recordarme a mí que eso es un horror y que es una cosa que no tiene que ser olvidada, e indefectiblemente la voy a olvidar, porque nadie puede empatizar tanto. Para vivir en una sociedad tenemos que tener cierto grado de indiferencia a lo espantoso que pasa alrededor nuestro, porque de lo contrario no podemos vivir, y esto es un horror en sí mismo”.

Uno se va acostumbrando al horror”, afirmó respecto a nuestra relación con la información que recibimos de la realidad y, sobre todo, de los medios, la que con el tiempo solo refuerza la indiferencia. Frente a esa apatía, sin embargo, Enriquez ve una salida posible en la literatura: “La ficción tiene una verdad —dijo frente a un auditorio lleno, atento a cada una de sus palabras—. Y la ficción convierte ciertas cosas en inolvidables”.

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