por Álvaro Matus I 25 Agosto 2025
Fue Donald Trump quien, en la campaña presidencial del 2023, prometió llamar a un concurso para crear 10 “ciudades de la libertad” dentro de Estados Unidos. Antes ya habíamos escuchado utopías similares: “zonas de prosperidad” tecnologizadas, protegidas por guardias privados y habitadas por millonarios, como Próspera, la isla que se rige por un sistema jurídico y fiscal distinto al de Honduras, o el subterráneo de 467 metros cuadrados de Mark Zuckerberg en Hawái. También se puede pensar en su reverso: búnkeres donde viven encarcelados los asociales, los indeseados o los que no tienen dónde vivir. Son dos caras de una misma moneda: la utopía del refugio familiar, donde se vive solo con los iguales, sin noción de diversidad ni de comunidad, protegidos siempre del otro.
En los últimos años se ha sumado la fantasía de viajar a Marte e instalarse allí para capear las crisis climáticas, políticas y sociales que nos ha deparado este siglo. Una nueva etapa colonizadora, ahora interplanetaria, según dice el escritor Michel Nieva (Buenos Aires, 1988) en Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, un ensayo libre que establece un diálogo fluido entre literatura, economía, política y antropología, que logra que el lector interrumpa el uso acrítico de la tecnología. Por ejemplo, al subrayar que hasta los avances más revolucionarios (como el caso de la IA) son posibles, hasta ahora, solo gracias a la sobreexplotación de recursos naturales. Porque siempre hay que transmitir y enfriar, recuerda el autor. Por ejemplo, los autos eléctricos: si bien no emiten carbono, requieren baterías de litio que utilizan 2,2 millones de litros de agua potable por cada tonelada de mineral. Otro caso espeluznante: la necesidad de cobalto y coltán, minerales que se ocupan para computadoras y celulares, ha provocado que en el Congo se formen grupos paramilitares, financiados por empresas de Silicon Valley, para controlar la explotación de yacimientos.
Nieva, que también ha publicado la novela de ciencia ficción La infancia del mundo y el ensayo Tecnología y barbarie, es ingenioso, tiene filo y, aunque se le agradecería mayor precisión en las historias que cuenta, seduce con su capacidad para establecer cruces insospechados y su lenguaje tenso, sin grasa, que transmite urgencia.
La tesis del libro es que la utopía espacial liderada por Elon Musk (Space X), Jeff Bezos (Blue Origin), Eric Anderson (Space Adventures) y otros magnates de Silicon Valley responde a una lógica aceleracionista: como el capitalismo ha generado una crisis global (climática, migratoria, económica), se requiere aún más capitalismo para que se pueda conquistar Marte y, así, el 1% de la población mundial, los más ricos, puedan salvarse mientras la Tierra arde (cada viaje privado al espacio cuesta cerca de 20 millones de dólares). Es una idea en sintonía con lo que señalaron en The Guardian Naomi Klein y Astra Taylor: “¿Quién necesita un Estado-nación funcional cuando el espacio exterior —la singular obsesión de Musk— lo llama?”.
Entonces el ensayo se vincula directamente con la erosión de la democracia y la responsabilidad social y ecológica, porque la explotación del sur global no parece amainar y cualquier idea de una mejor distribución de la riqueza (mediante el alza de impuestos) tampoco surte efecto. Con todo, las partes más atractivas de Ciencia ficción capitalista son aquellas en las que Nieva logra vincular hitos tecnológicos o personajes de la ciencia ficción, desde Jules Verne al cyberpunk, con fenómenos actuales. “Escribe en papel lo que otros esculpirán en acero”, dijo Verne para señalar que el destino del género no era cambiar el rumbo de la literatura, sino devenir en objeto. Asimov caminaba por la misma cuerda: “Predecir el futuro” era el objetivo de la ciencia ficción. Hugo Gernsback, editor de la revista Amazing Stories y quien acuñó el término ciencia “facción”, escribió en 1930 que el destinatario natural de este tipo de historias era el hombre que en primera instancia menos tiempo dedica a las letras y el arte: el empresario. “El intrépido hombre de negocios —escribe Gernsback— obtendrá grandes beneficios de la ciencia facción, ya que le suministrará valiosísima y original información para sus negocios”.
El autor revela que Trilogía marciana, de Kim Stanley Robinson, tuvo una enorme influencia en Jeff Bezos, y que Fundación, de Asimov, fue tan importante para Elon Musk que, cuando en 2018 este lanzó el cohete Falcon, incluyó una copia encriptada de esa novela, con la esperanza de que en miles de años pueda ser encontrada por alguien en la galaxia. Para Paul Allen, fundador de Microsoft y lector de Robert Heinlein, “la ciencia ficción es la mayor inspiración para crear y pensar fuera del sentido común (…). Nos recuerda que la creatividad encuentra sus vehículos más potentes en la ciencia y la tecnología”.
Nieva, que da clases en la Universidad de Nueva York, pero que es argentino y borgeano, lanza una idea hermosa: de pronto estos lectores-empresarios son los nuevos Pierre Menard, los copistas que reescriben (o materializan) lo que alguna vez dijo la literatura. En este sentido, el héroe es Arthur C. Clark, el primero en concebir los satélites como medios capaces de transmitir información. Fue en un artículo publicado en 1945, tras volver del bombardeado Londres, donde trabajó en los sistemas de radares de la Royal Air Force. “El satélite —afirma Nieva— es el punto nodal entre ciencia ficción y capitalismo, ya que, debido a su potencial monetario en las industrias de comunicaciones y entretenimiento, fue la primera tecnología espacial que privatizó Estados Unidos y liberó al usufructo corporativo”.
Hoteles y bases militares lunares, fábricas orbitales de microchips… las quimeras de la ciencia ficción capitalista parecen multiplicarse sin control. Es difícil no recordar 2001: Odisea del espacio, la película de Kubrick basada en el cuento “El centinela”, que Clark publicó el 48. Allí se palpa la disolución de las fronteras entre lo que es humano y Hal-9000, el computador al mando de la misión (“es el corazón”) que llevará a la tripulación a Júpiter. Cuando los astronautas deciden desconectarlo, puesto que han perdido la confianza en él, Hal-9000 se defiende como humano: “¿Qué hace Dave?, merezco una respuesta”, dice una voz computacional llena de angustia, que asegura sentirse bien. “De verdad me siento mejor, de ahora en adelante todo estará bien conmigo, tengo gran entusiasmo y confianza en la misión”, razona, aunque ya es tarde, sabe que será desenchufado. “Tengo miedo, Dave, se me va la cabeza, lo estoy sintiendo, se me va la cabeza, tengo miedo”, confiesa.
La película se ambienta en el 2001. Ya pasamos con creces esa fecha y los paraísos artificiales de hoy, lo que ocupa la imaginación de los hombres más ricos y poderosos del planeta, parecen darle la razón a Kubrick, a Clark y, por cierto, a Mark Fisher, el crítico cultural que aseguró que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Imagen de portada: Captura de 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick.
Ciencia ficción capitalista, Michel Nieva, Anagrama, 2025, 144 paginas, $16.000.