Presencia en la ausencia

Este texto fue leído por Diamela Eltit para la presentación de la nueva edición de Naciste pintada, de Carmen Berenguer. Se trata, a su juicio, de un libro poderoso, que se vuelca a las voces más silenciadas por la prensa, como las prostitutas y las presas políticas. Pero más que un texto de lanzamiento, es un recorrido cultural —un recorrido que ambas compartieron— y que tiene entre sus hitos el Congreso Internacional de Literatura de Mujeres que se hizo en Santiago en 1987 y el propio debut de Berenguer poco antes, con Bobby Sands desfallece en el muro.

por Diamela Eltit I 31 Julio 2024

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Resulta desolador presentar Naciste pintada, de Carmen Berenguer, sin ella, cuando han transcurrido solo meses desde su muerte. Ausente, viva en sus páginas, activa en sus libros. Lo digo porque no hablo únicamente de una amiga sino también de un recorrido cultural común que se interrumpe. Me refiero a un transcurso grupal donde su inicio puede ser definido como “ochenterismo” —lo pienso de manera positiva, quebrando la lógica desmanteladora del término octubrismo. Un “ochenterismo” que más allá e incluso más acá de la cercanía del fin generacional de las que fuimos sus integrantes, marcó un cierto desplazamiento literario, una búsqueda de inscripción en medio de una asombrosa y múltiple desigualdad en el acto de valorar, en la acción de incluir.

El Congreso Internacional de Literatura de Mujeres, pensado y diseñado el año 1986 y realizado en 1987, marcó y demarcó una de las instancias literarias más importantes o la más importante bajo dictadura, no solo por la recepción internacional que alcanzó su convocatoria sino porque puso de relieve una problemática en Chile basada en un autoritarismo literario condensado en autores. La literatura fue desplegada como un territorio invadido y colonizado por la escritura de los hombres. De alguna manera, el 87 hubo un impulso descolonizador en los territorios de la letra.

Así las escritoras ochenteras, pese a sus diferencias literarias, considerándolas, sin aplacarlas, más distantes o muy cercanas, pudimos coincidir y realizar, siempre antidictatoriales, un gran encuentro para pensar políticas, para emprender poéticas. Carmen Berenguer fue fundamental en ese recorrido, en las divergencias, en los acuerdos, en su inteligente mordacidad.

Recuerdo aquí La noche de los proletarios, de Jacques Rancière, y esas uniones nocturnas para desplazar, pensar, urdir. El tiempo del Congreso produjo una emancipación en la medida —y tal como lo señala el mismo Rancière— movió los límites de lo posible y de lo pensable en los modos de representación y de autorrepresentación. No quiero afirmar aquí que ese gesto y esa gesta consiguieran romper la férrea conformación de la dominación. No fue así. Ahora mismo no es, la asimetría persiste y abruma, pero en plena dictadura, bajo la violencia de su ejercicio, contamos con elementos para comprender, con una claridad indesmentible, las operaciones para naturalizar la exclusión a partir de cánones que enmascaraban la omisión y quizás una forma de menosprecio. Pero, ese congreso re-unió cuerpos, mostró y demostró la diversidad. Carmen Berenguer fue una de las gestoras y desde luego una de sus protagonistas más destacadas. Y ese protagonismo debe ingresar en la que será su memoria literaria.

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La autora publicó en 1983 su primer libro, Bobby Sands desfallece en el muro. Inició su recorrido poético evadiendo el yo, la búsqueda simplificada de sí y la fantasía amorosa del tú. Bobby Sands, el irlandés, miembro del IRA, que se entregó a la muerte de inanición en su celda, a los 28 años, como protesta ante las condiciones carcelarias: “Quiero a mi amada / como quiero mi cuerpo / como no quiero al gusano / que ocupará muy luego este ojo”. Bobby Sands re-nace y muere en la letra, atraviesa las fronteras y vuelve a protagonizar la escena esta vez literaria. Y apelando a ciertas imágenes que se conectan de manera paradójica en los tiempos, recuerdo ahora mismo al IRA que en 1996 facilitó la fuga de la cárcel de alta seguridad de los presos chilenos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez; sí, desde lejos y, a su vez, tan cerca. Fueron ellas, las mujeres del IRA, arriba de un helicóptero.

Ese fue el brillante punto de partida literario de Carmen Berenguer, la prisión política, el hambre, la muerte.

Y desde ese libro, a partir de Bobby Sands, el preso ya histórico, desde el IRA hasta llegar a la ira que sentimos a menudo, Carmen Berenguer, emprendió un libro centrado en nudos de mujeres habitantes de espacios sociales oprimidos por las normativas más convencionales. Un conjunto de voces que llegan al libro y lo habitan para conformar un sitio plural, inusual y necesario.

Naciste pintada es un título polisémico, que apunta a un destino en el sentido de los designios del Oráculo, pero también apunta al arte del maquillaje. El libro mismo entonces despliegas vidas pintadas y a la vez opera como un deliberado maquillaje desde la letra que lo compone.

Naciste pintada hace de la mujer su eje. Un eje que recorre diversos textos narrativos que transitan la autobiografía, testimonio, biografías, ficción, crónica y poesía. Se vuelca a escenarios nocturnos, diversos. Transita por los cuerpos en venta, circula por las noches de la poesía, se dedica a la letra carcelaria. Y en un espacio intermedio el puerto llega para quedarse. Me refiero a Valparaíso, donde Brenda y Carmen se unen, donde la poeta Berenguer baila la noche porteña con otras y otros sumidos en unas horas enclavadas en un puerto que es necesariamente riesgoso, laberíntico y poético.

Es un libro poderoso, poblado, extremadamente corporal. Se vuelca a las voces más silenciadas o reducidas por la crónica roja, las prostitutas, la asesina protectora de mujeres. O silenciadas por la prensa oficial: las presas políticas de los 80. Recorre los detalles estéticos que pueblan los espacios, piensa a Brenda su protagonista o quizás su alter ego, y la dispone en un tiempo pormenorizado con una impecable descripción del flujo de los detalles que la rodean. Recoge testimonios de prostitutas; se establece así un coro griego otro, ausente de dioses, que en este libro porta el protagonismo escénico-social. O como lo señala Julieta Kirkwood en el libro Feminaria: “El coro está saliendo del lugar que le corresponde y plantea nuevas dimensiones. Y no solo se toma la palabra; también se toma la conciencia de sus propias versiones, se toma la acción”.

Desde otra perspectiva, pienso que este libro opera como documento, como sede para pensar la relación poesía, cuerpos y territorios, y ensayar, desde estos textos, analíticas que apunten a esbozar identidades. Analíticas que consideren desde dentro, desde los cuerpos mismos y sus culturas, tránsitos e historias, los bordes y desbordes de los cuerpos periféricos. Analíticas que se parapeten en un puerto como lugar simbólico, sitio móvil y fijo a la vez, que recibe “cargas” pero también “descargas”, pues exportan tránsitos cruzados por la violencia y la resistencia.

Carmen Berenguer nos propone cruzar las fronteras asignadas al género (femenino) que tanto cohíben y encarcelan, ensayar teorías, esta vez sudacas, escuchar las voces locales, examinar una y otra vez el fondo de los ojos, su vía al centro del cerebro para producir esa palabra que se incrustó en la poética de la mirada: “En la mañana húmeda se encontró un cadáver en la escalera del metro. El. cuerpo estaba desnudo con heridas cortopunzantes. Las gentes al pasar decían: Se parece a Cristo posmoderno, se parece a San Sebastián de la Legua”.

 


Naciste pintada, Carmen Berenguer, FCE, 2024, 326 páginas, $13.180.

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