Raquel Robles: “La soledad de las infancias no es una cosa privativa de las catástrofes”

En la novela Pequeños combatientes, la dictadura cívico-militar argentina es narrada desde el mundo de una niña de siete años cuyos padres son desaparecidos. “Los niños tienen hipótesis sobre todo —dice la autora en esta entrevista—. Están en una traducción permanente y, si además su mundo se rompe y tienen que ir y vivir en otro, están híper alertas. En la clandestinidad, eso se multiplica todavía más”.

por Javiera Tapia I 3 Junio 2024

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Las personas adultas tienen una tendencia a pensar que los niños son como los grandes, pero medio estúpidos. Siempre existe una cierta subestimación sobre lo que están pensando”, dice la escritora, docente y periodista argentina Raquel Robles. “Yo, que trabajo con infancias de toda la vida, puedo dar fe de que no existen los pelotudos en las infancias, o sí, pero como también entre los adultos. No es una característica de la infancia ser estúpido”.

Es la voz de una niña de siete años la que está a cargo de narrar la historia en Pequeños combatientes. La protagonista y su hermano pequeño son hijos de desaparecidos durante la dictadura cívico-militar argentina y la historia brilla en la voz de quienes, generalmente, no son escuchados.

Robles cree que las voces de las infancias, sus testimonios en primera persona, acostumbran a estar ausentes. También dice que, a la hora de narrar desde la voz de una niña de siete años, la historia cambia, en primer lugar, “desde el punto de vista de la herramienta más técnica. La voz de una niña me permitió desnaturalizar todo. Saber por primera vez. Yo creo que la escritura debiera siempre ir por ahí, o sea, ver por primera vez todo lo que estás describiendo, al menos. Y, por otro lado, me permitió contar cosas desde un mundo, no contar el mundo, sino narrar desde un estado de cosas que para esa niña componían su mundo. Un adulto hubiera utilizado categorías para juzgarlo y ella no tiene opinión. Su mundo es así”.

Para la escritora, una premisa importante a la hora de construir esta voz era no estupidizarla. “Los niños son todo lo contrario a eso te diría, porque están con toda la energía puesta en comprender el mundo. Tienen hipótesis sobre todo lo que ven, lo que hacen. Están en una traducción permanente y, si además su mundo se rompe y tienen que ir y vivir en otro, están híper alertas. En la clandestinidad, eso se multiplica todavía más”, dice.

Flora Celia Pasatir y Gastón Robles desaparecieron el 5 de abril de 1976, en una detención presenciada por sus dos hijos. Raquel Robles era la mayor, de cinco años. Su hermano tenía tres. Y aunque esta novela es de ficción, existen elementos autobiográficos desde la perspectiva de las sensaciones más que de los hechos, y sobre todo en la creación de la voz de la niña. “La construí con mi propia memoria. Digamos que me convertí en una niña muy silenciosa y de poco movimiento. Me volví una niña callada, quieta y observadora. De hecho, me decían ‘ay, no se nota que estás’. Desde ahí creo que comencé a construir una voz interior, muy narrativa. Tenía una conversación permanente conmigo misma”.

Raquel cuenta que ha trabajado este libro con niños y niñas [la primera edición es de 2013], y algo que ve en esa mediación es mucha identificación. “Porque la soledad de las infancias no es una cosa privativa de las catástrofes. Esa sensación de que hay un río lleno de cocodrilos entre adultos y niños es una cosa que pasa. El no saber cómo armar un puente”.

Flora Celia Pasatir y Gastón Robles desaparecieron el 5 de abril de 1976, en una detención presenciada por sus dos hijos. Raquel Robles era la mayor, de cinco años. Su hermano tenía tres. Y aunque esta novela es de ficción, existen elementos autobiográficos desde la perspectiva de las sensaciones más que de los hechos, y sobre todo en la creación de la voz de la niña.

“Esa euforia duró años”

Raquel tenía 24 años cuando entró a militar a Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), agrupación formada por descendientes de desaparecidos. “Estuve durante 10 años de una manera muy intensa, no hubo ni un solo día en que no estuviera militando”, dice. Allí, lo primero que aprendió, explica, es que no era la única. “Que no sos tan especial y que lo que te pasó a vos, le pasó a un montón de gente. Y eso, ya si tenés con qué, te ubica”.

¿Nunca antes tuviste esa conciencia?
Me acuerdo de que a los nueve años una chica en la fila del colegio me dijo “mi papá o mi tío” —no me acuerdo— “dijo que lo que le pasó a tu papá y a tu mamá fue por razones políticas”. Y eso me partió la cabeza, no porque nadie me hubiera explicado lo contrario, pero que alguien más supiera algo así de mí me parecía muy raro. Esa experiencia solo la tuve después en HIJOS y me marcó a fuego también la experiencia de una fraternidad más allá de mi hermano. Eso fue tremendamente formativo, además de dimensionar la historia y de salir de la clandestinidad, porque no solamente me encontré con otros, sino que además saltamos a la escena política. Pasé de una cosa que se contaba en una intimidad a que lo supiera mucha gente.

De esos momentos de militancia inicial, también recuerda que, colectivamente, hubo una recuperación de la infancia y la adolescencia que muchos y muchas habían perdido. “Estábamos de fiesta permanentemente. Yo nunca había ido a una fiesta, siempre había estado muy separada de mi medio, digamos. Recuerdo quizás haber ido a bailar, pero siempre por alguna razón, para juntar plata, no sé, nunca al pedo. Nuestra asamblea en capital era los jueves y había tantas cosas para compartir, tanta necesidad de estar, que volvía a mi casa el domingo y en medio iba al trabajo sin dormir. Esa euforia duró años”.

Su propia relación con este libro ha cambiado desde su publicación en 2013. En ese entonces, dice, que tuvo “mucho miedo de escribirlo y publicarlo, porque no quería ser asociada a una literatura de hijos y quedar ahí trabada. Y bueno, pasó un montón, porque si vos googleás este libro tiene una infinidad de papers sobre infancia y dictadura, como una cosa más social que literaria. Como si desde él pudieras averiguar cómo se sentía una niña en la dictadura, como si fuera un libro de historia, que no lo es”.

¿Eso no confirma el hecho de la falta de testimonios de niños en este contexto?
Claro que sí. Esto no es un testimonio. Yo era muy grande cuando lo escribí, tenía 41 años. Y con el tiempo dejé de temer. Pero además mi relación con él cambió porque en el camino me permitió conectar con un montón de gente por fuera de Argentina. Pasó de ser un libro que medio me molestaba, a ser un libro que quiero un montón.

Además, Robles cuenta que trabajó en la versión de audiolibro en donde tuvo la oportunidad de dirigir a una actriz y esa oportunidad le permitió conectar con sus propios hijos. “En definitiva, me permitió construir una cierta narración posible acerca de mi infancia. No es mi infancia. Pero la infancia… ¿de quién es la infancia? Quiero decir ¿qué madre le cuenta la verdadera historia de su infancia a sus hijos? Siempre se construye una narración”.

‘En definitiva, me permitió construir una cierta narración posible acerca de mi infancia. No es mi infancia. Pero la infancia… ¿de quién es la infancia? Quiero decir ¿qué madre le cuenta la verdadera historia de su infancia a sus hijos? Siempre se construye una narración’.

Recuperar una lengua

Pequeños combatientes vuelve a circular en un contexto diferente al de 2013, en el que en “Argentina estamos viviendo un momento bastante particular”, dice Raquel. “Cosas que parecía que ya no se iban a escuchar, las estamos escuchando. Te diría que después de la dictadura, inclusive durante los primeros años de democracia y después del menemismo, el negacionismo no era tan explícito, más bien tomaba la forma de un silencio”.

Once años atrás, dice ella que estaba en plena construcción lo que ahora se entiende por memoria. “Durante esos años se instaló mucho la memoria desde la perspectiva de voces que decían qué fue lo que nos hicieron, que los desaparecidos existieron, o sea, todo lo que la dictadura hizo de forma clandestina y se puso en valor, se puso en palabras”, recuerda. “A mí me parece que ahora tal vez sea un momento para pensar la memoria no solo como lo que ellos nos hicieron, sino también y, sobre todo, sobre las construcciones de nuestro lado, por decirlo de algún modo. Las construcciones del campo popular. No de una manera etérea, sino concretamente. Experiencias de comunidad, de organización, experiencias políticas. Eso aún no está dentro de la memoria con mayúscula y me parece que el libro puede aportar a recuperar esa lengua perdida. Recuperar una lengua te permite saber dónde podés encontrarte”.

 


Pequeños combatientes, Raquel Robles, FCE, 2023, 149 páginas, $14.000.

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