A pesar de haber sido reconocida en su época, la escritora e intelectual no tiene la presencia en la historia ni en el canon proporcional a sus méritos. Porque además de fundar la Revista de Valparaíso, fue la primera mujer en ser miembro de la Academia Chilena de las Bellas Letras y, con Alberto, el jugador, fue pionera en la novela. Su mirada y sus escritos son como una botella arrojada al mar que, gracias a reediciones e investigaciones, las y los chilenos de hoy podemos leer y valorar.
por Paula Escobar Chavarría I 23 Septiembre 2021
Las imágenes de ella la retratan contenida, ni desafiante ni de avanzada, a la usanza de la época. Pero fue una pionera absoluta, y su obra la sitúa a la vanguardia de las letras y las humanidades. Rosario Orrego (1831-1879) es conocida como “la primera novelista, periodista y mujer académica del país”, como afirma el sitio Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional.
Orrego fue la primera mujer en fundar una revista en Chile, nada menos que la icónica Revista de Valparaíso, donde destacados y destacadas intelectuales pensaban el Chile de la segunda mitad de siglo, sus vicisitudes y ansiedades. Fue también la primera mujer en ser miembro de la Academia Chilena de las Bellas Letras, dirigida entonces por José Victorino Lastarria. Y, por si aquello ya no fuera suficiente, también fue pionera en la novela (algunos la han señalado como la primera escritora de una narración de ficción).
Pero la autora, a pesar de haber sido reconocida en su época, no tiene la presencia en la historia ni en el canon proporcional a sus hazañas. Ni en la historia de Chile ni en la de los medios de comunicación o en la literatura. En los últimos años, investigaciones académicas han sido clave para restaurar la importancia de su obra y su figura. Diversos autores y autoras han estudiado su obra y la de otras plumas invisibilizadas del siglo XIX, para resaltar la importancia de su trabajo, su mirada y su rol en la sociedad chilena decimonónica. Ahora viene el paso pendiente: volver a leer más masivamente esa obra y dialogar con ella desde el contexto actual. La Universidad Alberto Hurtado reeditó una de sus novelas, Los busca-vida, y con ello alienta el redescubrimiento —más allá de la academia— de Rosario Orrego.
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Esta mujer extraordinaria nació en Copiapó en 1831 y, aunque murió joven, vivió con intensidad notable. Su vida adulta partió a los 14 años, cuando se casó con Juan José Uribe. Tuvieron cinco hijos, muchos muy destacados. Regina, la menor, de hecho, fue la primera mujer en el país que recibió el grado de Bachiller en Humanidades.
En 1853, tras enviudar, Orrego se instaló en Valparaíso, donde inició su carrera literaria y periodística. Parte publicando en la revista La Semana (dirigida entonces por los hermanos Domingo y Justo Arteaga Alemparte) sus primeros poemas. Sigue colaborando en las revistas Del Pacífico y Sud-américa. También escribió en la Revista de Santiago (1872-73) y La Mujer, dirigida por Lucrecia Undurraga, periódico hecho por y para mujeres, y recientemente publicado en una edición de lujo por la Universidad Adolfo Ibáñez.
Paralelamente a su labor en la prensa, en 1860 publica su primera novela, Alberto, el jugador, por capítulos (o por “entregas”) en la Revista del Pacífico.
Incluso la mandó a un importante concurso, y le tocó competir con Alberto Blest Gana.
“El concurso de literatura chilena convocado en 1860 por la Universidad de Chile distinguió con el primer premio a la novela La aritmética del amor, de Alberto Blest Gana, quien inaugura así tanto la novela nacional como la tradición del realismo estético. Las referencias a este acontecimiento fundador aluden de paso a la segunda novela que iba a presentarse a ese concurso, y que al parecer la autora no alcanzó a terminar dentro del plazo previsto: Alberto, el jugador de Rosario Orrego. (…) Esta obra, casi ignorada por la crítica, sitúa a la autora como la primera novelista chilena, y su labor intelectual la destaca como la primera mujer periodista del país y la primera en ingresar a una academia literaria nacional”, escribe Juan Armando Epple, en Escritoras chilenas: novela y cuento. Tercer volumen (Patricia Rubio Editora).
En esta novela se retrata el mundo del juego, dominado por los hombres, la cual “presenta una curiosa homología con el asunto central de La aritmética del amor, de Alberto Blest Gana: en ambas obras, el universo narrado y su dilema argumental se estructuran en torno a la relación problemática entre el amor y el dinero”, dice Epple en la citada obra. Las palabras del intelectual Ricardo Palma en el prólogo dan cuenta tanto de la calidad de la escritura como del clima de época, toda vez que un hombre debía dar el salvoconducto para que una mujer ingrese a la ciudad letrada: “En cuanto a nosotros, felicitamos muy cordialmente a la joven escritora que despreciando las mezquinas prevenciones con que el egoísmo del hombre ha pretendido cerrar al bello sexo el templo de las letras, se arroja con la confianza del verdadero talento en un campo donde hay tantas espinas punzadoras y tan escasas flores”.
Muy prolífica, su segunda novela, Los busca-vida, también se publicó por entregas en la Revista Sud-américa, entre 1862 y 1863. Podrían llamarse frescos de distintos personajes en el norte, con la minería como telón de fondo y definida como “novela de costumbres”.
Teresa, su tercera novela, la escribió en 1870, pero según consta en los estudios de Juan Poblete, la novela Teresa apareció primero como folletín en Revista de Valparaíso y, al menos parcialmente, en La Mariposa. En ella, la autora indaga en la coyuntura chilena durante la Reconquista y también sobre la identidad femenina. La novela parte con la felicidad de Teresa, pues se va a casar con su novio, Jenaro, a la vez que está muy angustiada porque su hermano Luis debe participar en la liberación de un barco patriota. Cuando la protagonista se da cuenta de que su novio es realista y no patriota como ella y su familia, debe decidir entre el amor y la lealtad a la causa y a su familia. La manera cómo se van desarrollando las disquisiciones de Teresa muestran a esta joven heroína como un espejo de su autora: activa y valiente, pero todavía subordinada a su familia y sus afectos.
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La carrera periodística de Orrego no para: en 1873 tiene su mayor hito, pues lanza la Revista de Valparaíso, la que dirigió y editó por 22 números. “La particularidad de la Revista de Valparaíso —sostiene Claudia Montero en su libro Y también hicieron periódicos— es que fue una empresa personal de una mujer de letras que en algún momento decidió asumir la defensa de la educación de las mujeres. Además, el momento vital en el que ella inicia esta publicación coincide con su consagración en el mundo de las letras, lo que la ubicaba en un lugar de vanguardia, abriendo camino a otras”.
En el “Prospecto” de la revista, la directora entrega las razones e inspiraciones de esta publicación, un espacio de reflexión sobre la sociedad y, en especial, la educación de las mujeres.
“Valparaíso ha llegado por su progreso material a ser uno de los puertos más hermosos y ricos del Pacífico, y debe esforzarse para llegar a ser uno de los pueblos más cultos e ilustrados.
Si a una hermosa mujer dotada por la naturaleza de todas las perfecciones físicas no la adornan las bellezas del alma, los encantos de la intelijencia (sic), seria (sic) una bella estatua, pero sin calor, sin alma. Una estatua sin alma: eso seria (sic) un pueblo que ha llegado al apogeo (sic) de su desarrollo material sin mas (sic) aspiraciones que el lucro, sin mas (sic) placer que el que proporciona el buen éxito de empresas mercantiles”.
Para Verónica Ramírez, Manuel Romo y Carla Ulloa, autores del libro Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo XIX, “la preocupación de la directora respecto al tipo de educación que recibían las mujeres más jóvenes no deja de ser constante en las páginas del periódico. Le angustiaba que la sociedad promoviera la construcción de un estereotipo de mujer cuyo fin fuese convertirse en objeto de placer para el hombre (que luzca perfecta, que sepa cantar, adular, etc.). De allí que abunden sus advertencias sobre la importancia de la instrucción femenina, fundamentada en su desarrollo intelectual”.
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En 1874, Orrego se casó, por segunda vez, con Jacinto Chacón, tío de Arturo Prat. Tuvieron un hijo, Luis Uribe, quien murió en el Combate Naval de Iquique. Ese 21 de mayo de 1879 a ella le da un infarto al corazón en Valparaíso, y no sobrevive. Tenía menos de 50 años.
Isaac Grez Silva realizó la primera antología de su obra 50 años después, en 1931. Incluyó una biografía suya y también la novela Teresa. Casi 100 años después de ese trabajo, Rosario Orrego no figura en los planes de lectura escolares y, salvo en círculos académicos, tampoco es conocida.
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¿Por qué ha sido invisibilizada Rosario Orrego, al menos no representada o recordada acorde a su aporte nacional? Primero, como sostienen varios autores y autoras, su “estrategia de legitimación” o “autorización” tiene mucho que ver. Romper el estereotipo tradicional de que las mujeres deben dominar y habitar el espacio de lo privado, lo doméstico y lo familiar, implicaba pagar altos costos en la época. Si no, es cosa de ver el caso de Martina Barros, quien por el hecho de traducir La esclavitud de la mujer, de John Stuart Mill, fue descalificada y hasta excluida de su círculo social.
Orrego, junto a otras escritoras chilenas destacadas, habría elaborado una estrategia distinta. No confrontar ni desafiar directamente el status quo, sino introducirse en la arena del debate público desde una rendija “autorizada”, cual es la de ser una “madre de la República”, figura utilizada para poder poner un pie en el territorio masculino vedado.
Es así como firmó varias de sus columnas como “Una madre”, levantó la voz para evitar los cambios de conducta o liberalización de estas que podrían ser perniciosos para la juventud, y evitó la lucha confrontacional contra la inequidad de género. No hay en sus discursos ni rebeldía ni denuncia. Al revés: agradecimiento y humildad frente a los espacios simbólicos tan importantes que se le abrieron.
“En 1860 Rosario Orrego se cree obligada a firmar su texto con el seudónimo de ‘Una madre’. (…) Entre la madre del seudónimo y la madre, mujer y esposa de sus múltiples escritos, Orrego desplegó lo que podríamos llamar una estrategia de autorización… el seudónimo de ‘Una madre’ protegió inicialmente a Orrego de la censura que caía presurosa sobre la mujer híper discursiva”, escribe Juan Poblete en Literatura chilena del siglo XIX: entre públicos lectores y figuras autoriales.
Pero esa misma “estrategia” de “bajarse el perfil” intelectual finalmente fue complicando su ingreso al canon. Al examinar su discurso-poema de ingreso a la Academia, salta a la vista esta estrategia a la que alude Poblete:
“Nada sé de artes ni de ciencias graves,
yo levanto la voz a la ventura
como en el bosque las canoras aves,
como ese mar que a su pesar murmura.
No he arrancado a los libros su secreto,
no he estudiado del orbe la armonía;
mi pensamiento soñador, inquieto,
las cuerdas de mi lira solo oía.
Hoy solo os llevo a la común arena
de inculta inspiración, pobre destello,
una alma que lo grande lo imagina
y un corazón para admirar lo bello”.
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De las estatuas, bronces y placas recordatorias que hay en Chile, solo un 4,7% corresponde a homenajes a mujeres. Y más de la mitad de ellas son en homenaje a Gabriela Mistral. En medio de debates sobre la pertinencia de las estatuas que ya existen, cabe también empezar a pensar en las estatuas y bustos que faltan. Pensar en aquellos, especialmente en aquellas, que han quedado excluidos de la representación simbólica en el espacio público. Y las heroínas de la prensa del siglo XIX en Chile, y principios del siglo XX, merecen más de un reconocimiento social.
Como ha establecido Claudia Montero en Y también hicieron periódicos, no solo fueron redactoras, sino fundadoras de revistas y medios impresos. Estas plumas extraviadas del canon y de los programas de lectura de los colegios contaron sus historias y, a su vez, relataron las de su género. Ellas son, en cuanto productoras de contenido, un testimonio ineludible del viaje hacia los derechos plenos de las mujeres, y de los múltiples escollos que se han debido sortear. En el caso de Orrego, su obra novelística y periodística posee un valor en sí misma, como reflejo de la época, pero también de la necesidad de cambios que ella avizora. Sus retratos de mundos en tensión en las primeras décadas de la República son valiosos en sí mismos. Y sin ser una vanguardista en cuanto a su discurso —pues la conciliación y la humildad eran constantes orientaciones y límites— fue en los hechos una mujer que abrió caminos inéditos para las demás, como fundadora de revistas, como intelectual preocupada de la educación femenina y como escritora de obras de ficción. Estos aportes, sin duda, merecen más de una estatua.
por Javier García Bustos