Al igual que Nora Ephron, la celebrada autora de Se acabó el pastel y directora de la película Cuando Harry conoció a Sally, su hermana Delia fue diagnosticada con leucemia. En su reciente libro de memorias, Left on Tenth, se detiene en el impacto que le causó esta noticia y las dificultades del tratamiento, pero también en lo difícil que fue asumir la muerte de su esposo y en la sorprendente irrupción del amor cuando ya tenía más de 70 años. La vida, sugiere la autora en esta historia conmovedora y por momentos cruel, le estaba dando otra chance.
por Paula Escobar Chavarría I 26 Marzo 2025
El arte imita a la vida. Nada es más inverosímil y de apariencia improbable que lo que pasa en la realidad. La guionista, dramaturga y novelista Delia Ephron lo sabe bien. Y tal cual lo expresa en sus memorias Left on Tenth, que acaba, además, de estrenarse como obra de teatro en Broadway, con Julianna Margulies en el papel principal.
Delia, inevitable decirlo, es hermana de la famosa y connotada Nora Ephron, periodista, directora, guionista y dramaturga, directora del éxito Cuando Harry conoció a Sally y de las columnas reunidas en Ensalada loca. Delia trabajó con ella en Tienes un e-mail y en No nos dejes colgada, entre muchos otros proyectos. En 2012 Nora Ephron murió de leucemia, y ocultó la enfermedad por varios años, salvo a sus más cercanos. La sorpresa en quienes no sabían fue monumental. Nora dijo que no quería que en sus últimos años se la mirara principalmente bajo el foco de la enfermedad. Aunque los médicos le dijeron a Delia que si bien había algún componente genético, eso no significaba una condena para ella. De cualquier modo, se comenzó a hacer chequeos cada seis meses para detectar cualquier anomalía. Todos los exámenes salían bien.
Aunque la salud de Delia Ephron estaba bajo control, su vida personal no. A la dolorosa muerte de su hermana le sucedió la muerte de su esposo, con quien compartió décadas en un departamento en el Village neoyorquino en la calle 10 (de allí el título del libro). El duelo fue duro, pero Ephron siguió la máxima de que everything is copy. Todo lo vivido es material que luego será publicado: esta pena, esta caída, este fracaso. Siguiendo esa misma receta, Nora había contado, con pelos y señales, la infidelidad de su entonces marido, Carl Bernstein, uno de los capos del caso Watergate, en la novela Heartburn (1983), que luego se convirtió en la cinta El difícil arte de amar, con Meryl Streep y Jack Nicholson.
Como manera de ir avanzando en su duelo, Delia decidió dar de baja la línea telefónica personal de su marido: no necesitaba dos líneas telefónicas. Comenzó entonces un verdadero peregrinaje a través de call centers, e-mails, mensajes, en que la iban mandando de un lado al otro, sin lograr nunca dar de baja la línea. Al borde del ataque de nervios, escribió en The New York Times sobre la imposibilidad de cerrar su duelo por culpa de la compañía de teléfonos. Un artículo con todo su sello: humor, dolor, risas, lágrimas. Así partía: “Sé que no es buena idea odiar a nadie. Sé por un artículo que leí que las emociones negativas son malas para la salud. No me gustaría tener un ataque al corazón porque no me funciona internet. Pero odio a Verizon”.
Fue lo más leído del diario.
Delia se emocionó de sentir esa conexión —tan de las hermanas Ephron— con las experiencias cotidianas de tantas personas. Usar el humor es tan propio de ellas como ponerse en situaciones absurdas y vulnerables para comunicar fortaleza. Recibió centenares de mensajes que la reconfortaron.
Justo para esa época, Delia tenía que dar una conferencia para un grupo de seguidores de Jung, y estaba pensando en eso, en que debía acercarse a algún siquiatra jungueano para preparar su charla, cuando recibió un extraño e-mail: un psicoanalista de San Francisco con el que había salido 54 años antes, cuando era adolescente, le escribió diciéndole que había leído su artículo del New York Times y que se había conmovido mucho, pues su esposa había muerto recientemente. Peter Rutter —ese es su nombre— le recordó que fue su hermana Nora quien los había presentado, y que hasta había ido a su casa.
Delia no recordaba nada, pero no podía creer la sincronía de la vida. Siguió hablando con él por e-mail, luego por teléfono. Tenían tanto que conversar, atravesando situaciones similares. Fascinada y entusiasmada por este descubrimiento, decidieron encontrarse. Él llegó a su departamento en la calle 10; los dos estaban ansiosos como adolescentes. Pero fue una reunión magnífica. Estaban enamorados, a sus 70.
Pero la vida de Delia iba a correr peligro muy pronto.
El romance progresaba, con visitas prolongadas de cada uno a la costa contraria, y la vida profesional de Delia también iba viento en popa. Su novela Siracuse tuvo buenas críticas, estaba trabajando en varios proyectos; el dolor y el duelo comenzaron a convivir con las nuevas alegrías y comienzos. La vitalidad volvía a ella.
Pero entonces, en un examen rutinario de sangre, salió la marca indefectible de que algo no estaba bien. Tenía leucemia, aunque no del mismo tipo de su hermana. Y los mismos lugares donde acompañó a su hermana, la misma pieza donde ella estuvo meses y murió, empezaron a ser parte de su propia rutina.
Casémonos, le dijo Peter, y en el mismo hospital invitaron a algunos amigos y amigas para la boda.
Feliz, pero aterrada por el diagnóstico, vieron todas las alternativas y logró acceder a un tratamiento experimental, que resultó, y el horizonte volvió a despejarse. Partieron de viaje y ella escribió de nuevo en el diario, esta vez sobre este nuevo fármaco. Disfrutó muchísimo estar fuera del ciclo del hospital. Sin embargo, otro examen de rutina cayó como un balde de agua fría: el cáncer había vuelto.
Las quimios no resultaron, y la única alternativa era un trasplante de médula, algo a lo que su hermana Nora no estuvo dispuesta, pues pensó que por la edad no era recomendable. Había mucho que poner sobre la balanza. La doctora de Delia le repetía una y otra vez: tú no eres tu hermana, este cáncer no es el de ella. Finalmente, se decidió. Y entonces, dice Delia, todo lo que hasta ahí había vivido se hizo poco y nada al lado de lo que vino después.
Peter se abocó solo a sacarla adelante. Dejó su práctica psicoanalítica y se instaló en el hospital, donde dormía donde pudiera (en todo caso, Delia siempre habla de lo privilegiada que fue de poder ir a un hospital así y tener todo tipo de cuidados a su disposición). Pero incluso en el privilegio neoyorquino, tenía que esperar por una pieza donde él pudiera dormir con ella. Al ser psiquiatra, él se convirtió en el interlocutor de doctores y enfermeras. Exámenes, riesgos, rutinas: todo pasaba por él. Delia no quería saber nada más.
En Left on Tenth hay conmovedores y crudos pasajes acerca del dolor de Delia y de la entrega serena de su marido. La contención que él le brindó, incluso en momentos en que Delia solo quería morir. Y le rogaba a su doctora que la ayudara a morir, de una vez. Ella le dijo: dame 48 horas, y si hay mejora, otras 48 horas más. Delia dijo que sí.
El trasplante resultó, y Delia ya lleva varios años en remisión. Pero al principio, cuando salió del hospital, dijo que no podía escribir nada. Pensó que una parte tan importante de su vida la había abandonado tras la enfermedad, hasta que de pronto se encontró con los e-mails y mensajes de WhatsApp que envió durante todo el proceso. Una amiga los ordenó cronológicamente. Y delante de ella se dio cuenta de que tenía una historia, una que se había escrito casi sola.
Left on Tenth se transformó entonces en una memoria, bajo el subtítulo de “una segunda oportunidad en la vida”. La crítica la trató muy bien, al punto de que comenzó a rondarle la idea de transformarla en una obra de teatro. Delia y Nora ya habían incursionado en cine, escribieron Tienes un e-mail, y también en el teatro, con Love, Loss, and What I Wore, que se presentó en decenas de países.
Un día, paseando a su perro, Delia se encontró en la calle 10 y la Quinta Avenida con Julianna Margulies, la protagonista de The Good Wife. Dice la actriz que una mujer con mascarilla le dijo que le había gustado mucho una memoria que Margulies escribió. Y le dijo: soy Delia Ephron, te quiero dar mi memoria: Left on Tenth. Después de compartir un capuccino, quedaron de acuerdo en que se la enviara. Dice la actriz: “Me senté, la leí de punta a cabo en una hora, me puse a sollozar, me reí y le envié un correo electrónico: ‘Esta es la obra que estaba esperando’”.
Tal cual: se enamoró del texto, y con Patrick Gallagher, famoso actor de cine, TV y teatro, abrieron la cortina de Broadway por primera vez el 26 de septiembre recién pasado.
La vida de Delia Ephron es la mejor de las comedias y tragedias románticas que ella y su hermana imaginaron.