Agustín Squella: “Hay ciertos bienes básicos sin los cuales nadie puede llevar una existencia digna, responsable y autónoma”

El jurista y actual candidato a la Convención por el distrito 7 acaba de publicar Dignidad, un pequeño libro (o manifiesto) en el que intenta esclarecer un término que tendrá especial importancia en el próximo debate constitucional. Pese a estar presente cada vez más en la discusión política, “dignidad” es cuando menos, en palabras del propio Squella, “una expresión fofa, vaga, vaporosa, de contornos más bien imprecisos, que se resiste a ser enmarcada”.

por Matías Hinojosa I 29 Abril 2021

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Agustín Squella afirma que es “la palabra del momento, (…) un término que ha vuelto para imponerse y desplegar toda su potencia. Una palabra poderosa que traerá consigo efectos importantes y duraderos, o eso esperamos al menos”.

En todo el mundo la palabra “dignidad” está hoy en el centro del debate político. Y en su nombre se defienden las más diversas causas. Jubilados, estudiantes, trabajadores, grupos LGBT y feministas la invocan. Y por ese motivo, bajo el paraguas de este reclamo compartido, se han reunido una multiplicidad de movimientos sociales actualmente activos en el espacio público. No por nada el lugar emblema de la protesta social en nuestro país fue rebautizado por los manifestantes como Plaza Dignidad.

Sin embargo, es una palabra problemática: comprendida por cada sujeto de manera distinta, se defienden, basándose en ella, puntos de vista contradictorios entre sí. Tanto los activistas que apoyan el aborto libre como sus opositores, aducen la dignidad humana en su favor. Lo mismo ocurre en otros debates, como los que enfrentan a partidarios y detractores de la eutanasia o la manipulación de embriones humanos.

En Dignidad, Agustín Squella intenta aclarar el término, como lo ha venido haciendo con otros conceptos en una serie de libros breves publicados por la Editorial Universidad de Valparaíso. Si antes enfrentó la tarea de dilucidar palabras como “igualdad”, “libertad”, “fraternidad”, “democracia”, “derechos humanos” y “desobediencia”, ahora asume el desafío de encarar un término que, como él mismo afirma, “es cuando menos una expresión fofa, vaga, vaporosa, de contornos más bien imprecisos, que se resiste a ser enmarcada, si bien sirve de fundamento a algo tan importante como los derechos humanos”.

Especialmente en el caso de Chile, la violencia de los últimos años es de varios tipos y tiene también muy diferentes motivaciones. No es igual la violencia propia del narcotráfico que la que puede haber ejercido un joven, esporádicamente, que siente tener un presente miserable y ninguna esperanza de cambiar su situación en el futuro próximo.

La idea de abordar la palabra, reconoce el jurista, fue una desviación en el plan original de su proyecto. Tras la publicación de Desobediencia, en noviembre del año pasado, Squella tenía programado continuar con los conceptos de “justicia” y “filosofía”. No obstante, por sugerencia de sus editores, y atendiendo la importancia que el término tendrá en el próximo debate constitucional, puso en paréntesis el trabajo que venía desarrollando. “No es que en el Chile de nuestros días no resulte pertinente hablar de justicia o de filosofía —de hecho, es todo lo contrario—, pero ninguno de estos dos términos estarán en el artí­culo primero de una nueva Constitución”, explica el autor en las primeras páginas de su libro, quien por estos días además se enfoca en su candidatura por el distrito 7, como independiente pero dentro de la lista del Partido Liberal de Chile, para ocupar una de las plazas en la Convención Constituyente.

 

¿Por qué definir la palabra “dignidad” resulta tan difícil?
Porque suena como una expresión vaga, líquida, difusa, quizás incluso grandilocuente, pero lo que queremos decir con dignidad humana es esto: se trata del especialísimo, irrenunciable y parejo valor que nos reconocemos unos a otros sin excepción después de un muy extenso proceso civilizatorio que antes de nuestro tiempo estuvo siempre marcado por una muy desigual consideración y respeto dados a las personas, por un trato extremadamente diferenciado, e incluso por la dominación de unos sobre otros. Si “dignidad” remite a jerarquía, pues nos hemos llegado a convencer, o por lo menos a ponernos de acuerdo, en que todos tenemos la misma en cuanto individuos y de que nadie es más que nadie.

 

Actualmente hay una amplia gama de demandas sociales en circulación y la mayoría encuentra su fundamento en la dignidad humana. ¿Qué hay en esa palabra capaz de aglutinar tantos deseos y reclamos?
Hay el valor que acabamos de señalar que todos nos reconocemos intersubjetivamente y con entera independencia de nuestras biografías, de nuestros éxitos o fracasos, de nuestras virtudes o defectos. A la hora de hablar de derechos fundamentales alguien podría preguntar por qué todos tenemos que ser titulares de las mismas libertades, de los mismos derechos políticos, de los mismos derechos sociales, de los mismos derechos culturales, de los mismos derechos medioambientales, y la respuesta sería esta: porque compartimos una pareja y común dignidad.

 

Y si todos somos poseedores de una común dignidad, ¿por qué muchas personas la reclaman? ¿acaso se equivocan en su demanda o, más allá de que declaremos reconocérnosla mutuamente, el problema está en que la sociedad no actúa en consecuencia?
La reclaman porque la sienten vulnerada. Tienen conciencia de su dignidad, pero, a la vez, tienen experiencias, a veces cotidianas e incluso permanentes, de que no son tratados como seres dignos, como personas que comparten un mismo valor con todos sus semejantes. El desigual trato que se da a las personas según su etnia, su condición social, su grado de educación, el establecimiento donde estudiaron, o el tipo de trabajo que realizan, es habitual en Chile, y de ahí una de las causas del malestar que se mostró claramente a partir de octubre de 2019, pero que, viniendo de mucho antes, simplemente no lo queríamos ver, hasta que se transformó en indignación e incluso en violencia.

 

¿Y a qué nos referimos con esta palabra cuando, por ejemplo, la usamos como adjetivo en las expresiones “vida digna” o “vivienda digna”?
Vida digna es aquella acorde con el valor de la dignidad humana, y lo mismo pasa cuando hablamos de vivienda digna o de previsión digna. Hay ciertos bienes básicos o primordiales sin los cuales nadie puede llevar una existencia digna, responsable y autónoma. Las condiciones materiales en que viven las personas pueden ser tan precarias como para que pueda afirmarse no solo que ellas viven en situación de desigualdad, sino que ven obstaculizada y hasta impedido el ejercicio de sus libertades.

 

A uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, entre los que había de muy distintas ideologías, le preguntaron cómo se habían puesto de acuerdo en un texto, y su sincera respuesta fue más o menos esta: ‘No lo sé. No sé cómo nos hemos puesto de acuerdo. Solo sé que nos pusimos de acuerdo’.

 

¿Hay una contradicción en aquellos que reclaman dignidad y usan la violencia (o la justifican)?
Hay que valorar el título que Judith Butler dio a uno de sus libros —La fuerza de la no violencia— y recordar algo que Freud escribió a Einstein en 1932: “El impulso destructivo tiene una popularidad que no es ni por asomo igual a su importancia”. Nadie pierde su dignidad, ni siquiera aquel que utiliza la violencia. Así, por ejemplo, un delincuente violento que acaba de ser detenido no puede ser linchado por una turba ni tampoco torturado por la policía. Otra cosa es que aquel que utiliza la violencia contra sus semejantes pueda alcanzar a ver, con sus propios ojos, que ha dañado su dignidad. La violencia, en todas las sociedades, grupos e individuos, es siempre una gran tentación, pero a diferencia de lo que hay que hacer con el común de las tentaciones, a esta no hay que ceder.

 

¿El que cede actúa indignamente?
La cosa es más compleja. Aquel que cede a la tentación de la violencia puede sentir que la ejerce en nombre de su dignidad. Especialmente en el caso de Chile, la violencia de los últimos años es de varios tipos y tiene también muy diferentes motivaciones. No es igual la violencia propia del narcotráfico que la que puede haber ejercido un joven, esporádicamente, que siente tener un presente miserable y ninguna esperanza de cambiar su situación en el futuro próximo.

 

¿Podrían haber discrepancias importantes en torno al concepto de dignidad en la próxima discusión constitucional?
No creo que las haya al momento de reconocerla como el valor superior del nuevo orden constitucional de nuestro país, aunque podrá haberlas a la hora de definirla y al momento de ofrecer una fundamentación para ella. Pero fíjese usted: también hay distintas maneras de fundamentar la democracia, es decir, diferentes tipos de razones para preferir esa forma de gobierno, como hay también diferentes maneras de justificar la existencia de los derechos humanos, pero lo que interesa es que, por las razones que sea, todos sigamos siendo demócratas y comportándonos con estricto respeto a los derechos humanos. A uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, entre los que había de muy distintas ideologías, le preguntaron cómo se habían puesto de acuerdo en un texto, y su sincera respuesta fue más o menos esta: “No lo sé. No sé cómo nos hemos puesto de acuerdo. Solo sé que nos pusimos de acuerdo”.

 

En la última parte del libro reflexiona sobre los riegos relacionados a la investigación neurocientífica ¿Qué situaciones intuye que pueden abrirse y que valdría la pena estar alerta en resguardo de la dignidad humana?
El impresionante desarrollo de las neurociencias y de las neurotecnologías es algo tan fascinante como aterrador. Se podrán prevenir y evitar enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer, pero, y tal como se pregunta el investigador Rafael Yuste, ¿cuáles podrían ser los Hiroshima y Nagasaki que produjeran las neurotecnologías en el futuro por la vía de afectar la integridad mental y el carácter de los individuos? El cerebro humano es ya casi un libro abierto para las neurociencias, pero en un libro abierto, que puede ser leído, también es posible escribir en él, subrayar determinadas partes, tarjar otras, hacer anotaciones en los márgenes. ¿Y quién hará todo eso y a petición de quién? ¿Del Estado, de los padres de una criatura, de cada persona que sea ya un adulto?

 

Dignidad, Agustín Squella, Editorial Universidad de Valparaíso, 82 páginas, $7.000.

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