Bruno Latour: sherpa del antropoceno

En páginas llenas de ingenio, el filósofo fallecido este sábado llamó a despojarse de aquello que nunca hemos sido y a atreverse a abandonar el cortocircuito fundante que separa a la naturaleza de las gentes y a la política de la ciencia. En su lugar, Latour parece estar siempre llamando a reconocer la hibridez que nos constituye y a escarbar en nuevos pactos de sentido entre la naturaleza y lo que se proyecta en el vivir; ya no un nuevo pacto social sino un pacto natural, que permita asumir nuestras fragilidades, porosidades y nuestra ontológica inhumanidad.

por Yuri Carvajal y Tuillang Yuing I 12 Octubre 2022

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El domingo 9 de noviembre del 2014 Bruno Latour habló a mediodía, a una concurrida audiencia en el Teatro Municipal de Valparaíso, en el marco del Festival Puerto de Ideas. Su ponencia se concentró en cómo incrementar la sensibilidad para entender la época contemporánea. Palabras inéditas de un intelectual que nunca repetía su conferencia. Cada vez desarrollaba un punto de vista distinto, un enfoque alternativo, una distinción oportuna, sobre lo previamente propuesto. Estaba en marcha en el pensamiento. Nunca fuimos modernos, Frente a Gaia o Antropoceno, son expresiones que usó para ayudarnos a comprender este momento en que ciencias y técnicas pueblan de agentes animados una Tierra cuyas dificultades se multiplican, a causa precisamente de la ceguera respecto de las connotaciones políticas de esas mismas ciencias y técnicas.

Latour publicó en enero pasado Memorándum, que promovía la construcción de una nueva clase ecológica. El prestigiado filósofo, laureado con el premio Holberg (2012) y Kioto (2021), junto a un tesista de doctorado, Nikolaj Schultz, buscaba reflexiva y apasionadamente contribuir a constituir un sujeto político capaz de recuperar la capacidad de agencia de las personas comunes. Retomando un diálogo con las ideas de Edward Thompson y Antonio Gramsci, Latour ha hecho hincapié desde el 2018 en la fenomenal fuerza creativa y creadora de lo viviente como alternativa a los miedos y las destrucciones de lo económico y lo productivo. Llevaba años buscando un movimiento político ecologista que no fuera presa de la distinción entre naturaleza y sociedad, y que tuviera la fuerza organizativa y la capacidad de reconfigurar lo político del extinto movimiento socialista.

Terráneo, zonista crítico, lector oráculo, ha muerto este sábado 8 de octubre. Intelectual tan fecundo y generoso que una pléyade de investigadores jóvenes y no tan jóvenes han vivido en la animación provocada por sus ideas, proyectos, escritos. Un autor viejo, paradójicamente usado por los novatos, que han asimilado en sus tesis e investigaciones sus ideas, sorprendiendo a los profesores, que más de una vez se negaron a leer proyectos de tesis que citaran tanto texto jovial y desconocido.

En la frescura del análisis de Latour, la cuestión tiene un estatus diferente: sin reconocimiento del fracaso de la modernidad es poco lo que podemos hacer. De la construcción de un recetario de especialistas bajo el manto protector de la ciencia tampoco podemos esperar mucho, pues son la negligencia misma, la negación del vínculo.

Sin esa máscara de ceño fruncido que a veces se hace pasar por seriedad, Latour parecía oportuno y fresco para nuestras discusiones locales recientes. Ofreciendo siempre una sonrisa junto a la dificultad, su pluma resultaba especialmente interesante cuando reflexionaba sobre el lugar de una Constitución para la arquitectura del orden moderno. En páginas llenas de ingenio, llama a despojarse de aquello que nunca hemos sido y a atreverse a abandonar el cortocircuito fundante que separa a la naturaleza de las gentes y a la política de la ciencia. En su lugar, Latour parece estar siempre llamando a reconocer la hibridez que nos constituye y a escarbar en nuevos pactos de sentido entre la naturaleza y lo que se proyecta en el vivir; ya no un nuevo pacto social sino un pacto natural, que permita asumir nuestras fragilidades, porosidades y nuestra ontológica inhumanidad.

La hoy rechazada propuesta constitucional no tuvo nada de latouriana y de ahí su desdicha. En el lenguaje del texto convencional, la cuestión ambiental era un pequeño ingrediente para sazonar sus virtudes: una base de género, una pizca de interculturalidad, unos gramos de ambientalismo y buenas intenciones ecológicas.

En la frescura del análisis de Latour, la cuestión tiene un estatus diferente: sin reconocimiento del fracaso de la modernidad es poco lo que podemos hacer. De la construcción de un recetario de especialistas bajo el manto protector de la ciencia tampoco podemos esperar mucho, pues son la negligencia misma, la negación del vínculo. En un Antropoceno ruinoso, su invitación a constituirnos en agentes políticos ecológicos es la pregunta de nuestro tiempo, una cuestión con la que también nos interrogan una pensadora como Isabelle Stengers o el octogenario José Mujica (“No soy otra cosa que un anciano con consciencia de que se va, pertenezco a un tiempo que se va”, dijo en su discurso del foro El reto social de América Latina).

Entre los legados que Latour nos deja está la urgencia por inventar categorías que permitan capturar la gravedad de nuestra relación tóxica con la Tierra, los salvajes, los no-modernos, todo aquello que hemos relegado al mundo de lo “no-humano”, pero que resulta vital para nuestros destinos, para mirar lo que hay de engañoso en nuestros marcos comprensivos y a lo que nos debemos como integrantes de este mundo.

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