El límite

A partir de las reacciones suscitadas en redes sociales por la publicación del artículo “La violencia de Judith Butler”, su autora entrega ahora su respuesta.

por Aïcha Liviana Messina I 7 Enero 2025

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1. Lamento el daño provocado por el texto “La violencia de Judith Butler” ante el sufrimiento cotidiano que presenciamos o vivimos de cerca desde hace más de un año. Ese artículo era parte de un dossier. No era una columna de opinión. Procuraré dar cuenta de su contexto y analizar algunas de las reacciones que suscitó.

2. Este texto fue escrito en junio del 2024, luego de un semestre de movilización en distintas universidades del mundo. En algunos lugares se hizo un trabajo profundo para determinar de qué manera contribuimos a la destrucción sin límites que ocurre en Gaza. En otros, se organizaron bailes llamando a que se repitiera el 7 de octubre de 2023. Que se repita. Que nunca deje de repetirse. El escenario que ya no puede ser llamado guerra en Gaza, y no solo en Gaza, ha convocado no a la comunidad internacional (inerte), sino a la comunidad estudiantil a tomar acción. Algo que escribí en “La violencia de Judith Butler” puede invertirse: cuando la política gubernamental es inerte, complaciente o está paralizada, queda la acción civil. La acción civil y estudiantil ha mostrado de qué manera todos estamos implicados en lo que ocurre en lugares que podrían ser considerados ajenos. Esto es también la globalización: no hay guerras, masacres, genocidios y crímenes de lesa humanidad que estén restringidos a un límite territorial. En este contexto, las organizaciones estudiantiles han hecho un trabajo valioso y profundo. Debí haber reparado en ello. Pero me rehúso a que la universidad acoja bailes y eslóganes que apunten a celebrar una masacre, a llamar a una nueva o a dejarla posible o latente. He leído que “los eslóganes tienen una razón de ser”. Esto es insuficiente. Los eslóganes son parte de la guerra. Son un arma. Algunos lo saben y deciden utilizarlas.

3. “La violencia de Judith Butler” fue escrito cuando accedía a la información de los llamados a que se repitiera el 7 de octubre, cuando circulaba también la información sobre la marginación de colegas provenientes de universidades en Israel (por ejemplo, información sobre revistas que decidieron no evaluar sus artículos; peticiones para expulsar profesores o profesoras de origen israelita; llamados a romper convenios con universidades provenientes de un “Estado genocida”, utilizando el adjetivo genocida para caracterizar la naturaleza de un Estado y no la política de un gobierno determinado). Estas acciones presuponen que no hay diferencias entre la política de un gobierno, las instituciones y los civiles. Asimismo, los llamados a actuar para, concretamente, dejar de contribuir al avance ilimitado de la guerra, borran un límite que para mí es fundamental: el que distingue a la población civil de la política de un gobierno. Sobre este límite se requiere un posicionamiento. Yo sostengo que este límite no hay que cruzarlo.

4. “La violencia de Judith Butler” tiene varios contextos. El que acabo de mencionar, acerca de la necesidad imperiosa de actuar ante una situación de masacre que no termina, y las palabras que Judith Butler pronunció en una conferencia realizada en Pantin (Francia), el 3 de marzo de 2024. En esta conferencia no solo se habló de la masacre del 7 de octubre en términos de resistencia, sino que se puso en duda la posibilidad de que este día hayan ocurrido violaciones: “Esperaré por los informes [es decir las pruebas]. Si las violaciones han ocurrido, entonces lo deploro”. Cuando sabemos que negar o dudar de la violencia es ejercerla; que la negación de la violencia es parte de su proceso; que esto ha estructurado, entre otras, la violencia sexual (vuelta improbable, imposible de ser escuchada), esta decisión de Judith Butler de esperar las pruebas no denota solo una falta de sensibilidad respecto de quienes padecieron esta violencia horrorosa. Es violento en sí. Es violento de la misma manera en que lo es negar las atrocidades cometidas en Palestina, los crímenes impunes en Cisjordania, los llamados a matar “animales”.

5. Las palabras de Judith Butler en esta conferencia fueron, en mi opinión, violentas, porque exceptuaron las violaciones cometidas el 7 de octubre de lo que habíamos empezado a entender: la violencia se produce negándose a sí misma; se produce volviéndose sospechosa de no ser más que una mentira. Decir esto, en ningún momento deja abierta la posibilidad de que las violaciones de las mujeres en Palestina, las muertes de sus hijos e hijas, padres, sea tolerable. Insinuar esto es perverso.

6. Desde el 7 de octubre han circulado palabras que, al menos a mí, no me han permitido hablar, sino que me han encerrado en el silencio. Tras el 7 de octubre, circuló la palabra “pogrom”. El hecho de que las viviendas y habitantes de varios kibutz hayan sido calcinados, que no se haya podido identificar a los muertos porque sus rostros eran irreconocibles, ha despertado un trauma, ha tomado lugar al interior de un trauma, uno que encarna la palabra “pogrom” (pillaje, matanza, destrucción del hogar y de los lazos). Tras ese mismo día ha circulado la palabra “nakba”, la devastación radical, la expulsión de los palestinos de su territorio, el abandono a la condición de refugiado (esto además en un mundo que cierra todas las fronteras y se consolida construyendo muros). Hemos estado supeditados a la palabra “genocidio”, es decir, el acto intencional de erradicar a un grupo humano o de destruir sus condiciones de existencia. He escuchado hablar también de una “situación apocalíptica”, una en la que todo podría echarse a perder: el sentido de las reglas, los marcos que dan legitimidad y sentido a nuestras acciones. ¿Estamos en condiciones de usar estos términos, de sancionarlos, de obviarlos? ¿Se está repitiendo lo mismo y, en este sentido, las palabras nos sirven para comprender lo que ocurre? ¿O se está produciendo algo inaudito que nos obliga a otra forma de usar el lenguaje?

Pienso que el trabajo más grande y, tal vez, más esperanzador que estamos llamados a hacer, consiste en abrir el espacio a cada palabra que circula para reconstruir su historia de múltiples maneras. No están una contra la otra. No creo que haya que elegir entre dos relatos que conllevan una borradura. Hay que encontrar otro espacio para las palabras. El espacio universitario sigue siendo uno en el cual estudiamos, nos desplazamos, encontramos los límites de nuestras posiciones discursivas (los límites, pero no la redención).

7. La nominación de lo que ocurre es parte de la violencia de lo que vivimos. El problema de las narrativas es crucial, porque determina la posibilidad que tenemos de usarlas, de adherir a ellas o ser impactado por ellas. Debemos esforzarnos en profundizar en todos los nombres que hemos escuchado, su historia, su dolor, su dimensión traumática, es decir repetible al infinito: nakba, pogrom, genocidio, crímenes contra la humanidad, situación apocalíptica. Creo que no somos detentores de estas palabras y que si queremos hablarnos y escucharnos, es fundamental no privilegiar un relato por sobre otro.

8. La necesidad de impulsar nuevos relatos es crucial en el momento que vivimos. Es aquí donde la cuestión del límite debe interpelarnos de forma clara y consciente. Es aquí donde tenemos probablemente diferencias cruciales los unos y los otros. Dentro de las críticas que he recibido, una tiene que ver con la incorporación, en mi texto, de la palabra “Israel” (el “distrito sur de Israel” donde ocurrió una “explosión de violencia”). Ante la violencia intrínseca de referirse a Israel, existe la posibilidad de borrar el nombre de Israel y de referirse a Palestina ocupada. Entiendo que este marco lingüístico quiere combatir de raíz la violencia implicada en la creación del Estado de Israel. Pero esta decisión de borrar el nombre de Israel significa ipso facto exponer a más violencia, una que se pretende redentora, pura, necesaria —una ilimitada, porque la violencia redentora aspira a redimir toda violencia. Este no es mi marco de enunciación: soy partidaria de la creación de dos Estados, de hacer historias, narrativas, que no obvien nuestras violencias, sino, al contrario, que nos permitan cuestionarlas. Me sitúo en este límite.

9. En este momento, el lenguaje es nuestra mayor dificultad y un arma siempre a disposición. No me exceptúo de la violencia del lenguaje, de su uso o de su no uso. He visto por un tuit que me mandaron (he leído solo dos) que, además de ser violenta y conservadora, yo estudio a este gran sionista que es Emmanuel Levinas. Si las palabras nos sirven para clasificar tan fácilmente a los autores que estudiamos, entonces nosotras y nosotros, que estamos lejos de los bombardeos (pero no de los duelos y las pérdidas de amigos/as y familiares), alimentamos una guerra destinada a destruirnos como colegas, académicos, amigos y amigas. Se ha hablado de Judith Butler como de una autora cancelada. Una cosa es criticarla (justa o injustamente); otra cosa es invalidar un pensamiento por sionista o antisionista. Mi texto en ningún momento busca invalidar el pensamiento de Judith Butler. Ni siquiera critica a Butler por ser una filósofa con una actividad política (al contrario, rescato esta dimensión en el texto y lo desarrollo en una versión más larga). Lo que cuestiona es la relación entre crítica y política, y el momento en el cual la acción militante arriesga abandonarse a un uso acrítico de las palabras. El peligro de la cancelación no está en la posibilidad de criticar a un autor, sino en la imposición de palabras que buscan crear repudio. Hablar de “Emmanuel, el gran sionista” o de “Messina la sionista”, además de dejar impensada la palabra sionista, y de llegar a esta categorización por un mero juego retórico (Messina habla de Israel entonces Messina es sionista… o, peor aún: no habla de Palestina, entonces es sionista), es el inicio de una era de cancelación de autores y de marginación de académicos por los autores que estudian. Es muy triste y peligroso que esto ocurra. Aquí pienso que se debería poner un límite.

10. En el conversatorio que tuvo lugar en marzo del 2024, Judith Butler escogió la palabra “resistencia” para dar cuenta del contexto en el cual se produjo la masacre del 7 de octubre del año anterior. Afirmó que “no le gustó este acto”, que le resultó “angustiante”, pero que hay que explicarlo. Reafirmo mi posición al respecto: la violencia no es un medio; es una producción de sentido. Debe ser leída en la singularidad de su proceso. Quemar vivas a las personas, hacer imposible reconocer los rostros y nombrar a los muertos, afecta nuestro uso del lenguaje, que consiste ante todo en nombrar, en reconocer, en poder conmemorar a los muertos. Esto vale para cada persona, de cada lugar. No subsumo la destrucción de un rostro, de un nombre, al concepto de resistencia. Tampoco lo inscribo en su horizonte.

11. Me han señalado en los comentarios a mi texto que no pronuncio la palabra Palestina. De ahí se ha concluido que soy sionista y ejerzo una “nakba filósofica”, tal como lo haría el conjunto de la filosofía europea y occidental. Todo esto es dicho desde la misma tradición europea denunciada, y con algunos matices lingüísticos que esta misma tradición permitió pensar. “La violencia de Judith Butler” no tenía como propósito hablar de Palestina. Habla del límite entre academia y política, y de la tergiversación del concepto de resistencia, que pasó a significar lo contrario de lo que se teorizó. Es deshonesto clasificar como sionista a quien no pretende hablar de Palestina, pero siempre es posible abusar de las palabras, imponer su sentido, ganar audiencia con ellas, usarlas para crear repudio y hacerse pasar por puro. Aun así, pienso que la circulación en las redes sociales de un texto titulado “La violencia de Judith Butler”, ante la gravedad de lo que está ocurriendo en Medio Oriente conlleva violencia. Es algo que lamento profundamente. Pero sacar como conclusión de que soy una sionista que ejerce la borradura, para avalar la nakba, cruza el límite de la honestidad intelectual, lo mínimo esperable de parte de cualquier colega y académico. Hay algo más grave, sin embargo, en el texto al que me estoy refiriendo. Si bien este me acusa de borrar a los palestinos, hace del 7 de octubre una construcción sionista, una que no merece nombre, condena, duelo. Esta columna de opinión que me acusa de borrar al pueblo palestino encuentra como solución borrar el nombre de Israel y hacer del 7 de octubre un golpe de los sionistas contra ellos mismos. Este texto ejemplifica lo que pretende criticar: la lógica de la borradura.

12. Al recibir estas críticas he aprendido que las organizaciones universitarias buscan ir en contra de la parálisis de las políticas de gobierno. He aprendido que la reflexión crítica sobre los marcos teóricos es necesariamente una acción. Me ha quedado más claro aún que cambiar de relato es una operación necesaria y peligrosa, si este cambio busca remplazar una borradura por otra. Pienso que el trabajo más grande y, tal vez, más esperanzador que estamos llamados a hacer, consiste en abrir el espacio a cada palabra que circula para reconstruir su historia de múltiples maneras. No están una contra la otra. No creo que haya que elegir entre dos relatos que conllevan una borradura. Hay que encontrar otro espacio para las palabras. El espacio universitario sigue siendo uno en el cual estudiamos, nos desplazamos, encontramos los límites de nuestras posiciones discursivas (los límites, pero no la redención). Lo que no dejo de pensar es que el espacio universitario no puede ser el que acoja llamados a la erradicación (de un pueblo o de otro) porque es con las palabras, su despliegue, la creencia en su inocencia, que se instala la violencia radical, total. La gravedad de lo que ocurre hoy en Palestina no crea en mí menos repudio que aquellos y aquellas que asumen un lugar de pureza (de clase, de ideología, de relato). No apaga la inquietud (el terror) que me provocan los discursos negacionistas, los relatos que aspiran a la pureza enunciativa.

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