Michel Foucault, genealogía de la libido

El último volumen de la Historia de la sexualidad de Foucault, inédito por más de 30 años, estudia los orígenes de la concepción del deseo (la “carne”) y su control por parte de los cristianos. La psicoanalista francesa, biógrafa de Freud y Lacan, comenta la publicación, recién traducida al castellano.

por Élisabeth Roudinesco I 2 Abril 2019

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Cuando, en 1976, Michel Foucault publicó el primer volumen de su Historia de la sexualidad (“La voluntad de saber”), que se presentó como un estudio general de las técnicas políticas de control y de normalización de la vida, él anunció la puesta en obra de otros cinco volúmenes: “La carne y el cuerpo”, “La cruzada de los niños”, “La mujer, la madre y la histérica”, “Los perversos” y “Población y raza”. Los temas serán retomados en sus cursos en el Collège de France, pero ninguno aparecerá.

En cuanto a su obra escrita, mientras tanto, ha dejado su reflexión inicial, la llamada “arqueología”, centrada en el siglo XIX, para interesarse en los maestros de la antigüedad griega y latina —Platón, Epicuro, Epicteto, Séneca, etc. — y en la manera en que ellos piensan la sexualidad como una experiencia de subjetivación basada en el dominio de los aphrodisia (“placeres”) y en la necesidad de la parrêsia (“valor para decir verdades que molestan”).

Es con san Agustín que se concretizan a la vez el gran dogma cristiano del pecado original como el rechazo de una sexualidad considerada vergonzosa.

Habiendo criticado ya la “hipótesis represiva”, según la cual el deseo había sido reprimido por la sociedad burguesa, Foucault optó por mostrar, de acuerdo con una perspectiva ahora “genealógica”, cómo se desarrolló, en los maestros grecolatinos y luego en el cristianismo primitivo, una técnica de vida que permite a la vez decir y controlar las prácticas del sexo. Dos volúmenes aparecen en la primavera de 1984 (El uso de los placeres y La inquietud de sí), mientras que el último (Las confesiones de la carne) queda sin acabar. Michel Foucault muere el 25 de junio de 1984, a la edad de 57 años.

Es este cuarto volumen el que se publica ahora, magníficamente presentado y editado por Frédéric Gros. Foucault explora de manera minuciosa los textos de los Padres de los primeros siglos cristianos, desde Justino Mártir (100-165) hasta Agustín de Hipona (354-430), pasando por Tertuliano de Cartago (160-220). Y destaca hasta qué punto ellos se inspiran en la ética sexual de los filósofos paganos, cuya herencia adoptan para cuestionar las diferentes maneras de procrear, ser bautizado, hacer penitencia, casarse, considerar la virginidad o la abstinencia, en el respeto a las reglas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Evitar la fornicación y la concupiscencia y promover el reinado del alma sobre el cuerpo: tales son los preceptos a los que debe someterse el sujeto cristiano, un sujeto caído desde que la primera pareja de la Biblia fue expulsada del paraíso. Antes de la “caída”, dicen ellos, Adán podía procrear sembrando semillas, mientras que Eva conservaba su virginidad. Pero, castigados por Dios, uno y otra fueron condenados a enfrentar la muerte y perder todo control sobre el fuego del deseo.

Hacer el amor con fines procreativos, sin placer ni goce: este será el credo del agustinismo posterior. Pero esta interpretación está bastante alejada de la complejidad del pensamiento agustiniano.

Es con san Agustín que se concretizan a la vez el gran dogma cristiano del pecado original como el rechazo de una sexualidad considerada vergonzosa. Golpeado por gracia a la edad de 33 años, Agustín tuvo, durante su juventud cartaginesa, una intensa vida sexual con una compañera amada. Pero después de llegar a la península italiana, su madre lo obligó a contraer matrimonio con una rica heredera de 12 años. Luego tuvo una amante: “No puedo prescindir de una mujer en mi cama y eso me avergüenza”. Su conversión lo llevó, desde su regreso a África, a amar a Dios hasta el punto del desprecio a sí mismo con el fin de redimir su pasado de “fornicador”.

Convertido en obispo de Hipona y doctor de la Iglesia, inventa una doctrina de la carne susceptible de combinar la procreación con la castidad: “Amad a vuestras esposas, pero amadlas castamente. Pedid el acto carnal solo en la medida necesaria para engendrar hijos…” (sermón 51). Hacer el amor con fines procreativos, sin placer ni goce: este será el credo del agustinismo posterior. Pero esta interpretación está bastante alejada de la complejidad del pensamiento agustiniano. Por supuesto, Foucault no pudo haber conocido las investigaciones recientes sobre esta cuestión.

Sin embargo, él destaca, con razón, que Agustín en realidad procede a una “libidinización del sexo” al introducir el concepto de deseo (libido) en la enunciación de la ética sexual. Es más parecido a un permanente examen de sí mismo que a un simple control del alma sobre el cuerpo. Según Foucault, la revolución agustiniana consiste, por lo tanto, en pensar al hombre caído como un sujeto de derecho para entregar “fundamento, a la vez, a una concepción general del hombre de deseo y a una jurisdicción elaborada de los actos sexuales que marcarán profundamente la moral del Occidente cristiano”.

En una conferencia de 1981 (recogida en Dits et écrits IV, 1994) Foucault evoca un diálogo que mantuvo con Peter Brown, quien sigue siendo el mejor biógrafo de san Agustín. Se preguntaba allí por qué la sexualidad se había convertido, en la cultura occidental, en el “sismógrafo” de nuestra subjetividad. Leyendo Las confesiones de la carne, uno piensa que el autor de la Historia de la sexualidad ha logrado responder, en gran parte, a esta pregunta que nunca se cerrará.

 

Traducción: Patricio Tapia.

 

Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne, Michel Foucault, Editorial Siglo XXI, 2019, 464 páginas.

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