Un corazón narco

por Javier Meneses Bassi I 26 Diciembre 2024

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Poseo la inútil habilidad de juzgar constantemente mi inteligencia. Me analizo todos los días para identificar cualquier retroceso que implique la propagación de la tontera en mi vida. Busco síntomas. En los peores días me saboteo. Desde los 15 años que mi peor miedo es volverme un imbécil, como Immanuel Kant en sus últimos años. Digo esto porque justo anoche me desvelé criticándome, lo que hoy en la mañana me llevó a concluir que tenía que volver a los clásicos: mucha lectura contemporánea me estaba poniendo tonto.

Corrí a mi biblioteca y tomé los Tres cuentos, de Flaubert. El libro había acumulado polvo debido a mi indiferencia lectora, generada por la edición del texto que cuenta con una cantidad excesiva de notas al pie. El ejemplar me trae recuerdos de mi amigo Álvaro D. quien, en un acto de amistad incondicional, accedió a robar por mí el libro de una librería santiaguina de la cual prefiero guardar el nombre.

Dejé la mañana para deleitarme con la desgraciada vida de la criada Félicité y su loro Loulou, descrita en “Un coeur simple”, el primero de los Tres cuentos. Estaba disfrutando las últimas páginas con la descripción de la muerte de Félicité cuando me di cuenta de que el tiempo, como siempre, me había aplastado. Ya no eran las 10 de la mañana y tenía que ir a buscar a mi hermana al colegio. Me calcé unas zapatillas roñosas, un buzo, una polera sucia y partí. En la calle Plaza de Armas los hoyos son cada vez más grandes. No se ve ningún angustiado rellenando los forados por unos cuantos pesos. Ahora la mayoría de los pasteros se hicieron cristianos y venden pan amasado en la esquina de Capitán Layseca. Me ofrecen uno y lo rechazo con el poco de amabilidad que me queda. Sigo derecho hasta llegar a Batallón Chacabuco, donde miro a la izquierda con la esperanza de que la micro aparezca y me salve de mi impuntualidad, pero no pasa. Al contrario de lo que necesito, veo como de uno de los pasajes sale una carroza fúnebre. Un escuálido vecino con los pantalones abajo de la línea del culo lo sigue y empuña en su mano derecha lo que creo que es una mini uzi. Veo el rafagazo que pega al aire. Me detengo. Espero el segundo. Cuando sucede me impresiona la rapidez con la que el arma escupe los casquillos de bala por uno de los costados. El periodista que llevo dentro me dura poco y mis pies comienzan a escapar solos. Los sigo sin mirar atrás y escucho una nueva serie de tiros, esta vez mucho más pausada. Llego al colegio de mi hermana y ella me cuenta que no hicieron mucho en clases. Que tenía que leer El niño con el pijama de rayas, pero prefirió estudiar un resumen en internet. Igual me saqué un siete, me dice. La felicito y evitamos volver por Batallón Chacabuco para no toparnos con el funeral. Al parecer, el cuerpo del finado recién venía llegando.

En mi casa, mamá no sabe nada. Ni siquiera escuchó los balazos. Dejo que pasen las horas y me ofrezco a comprar el pan con el único fin de sapear lo que está pasando en el funeral narco. Me doy la vuelta del perro y logro ver lo que pasa en el pasaje del muerto. El féretro está en la calle. Globos blancos adornan todas las casas del pasaje. La música revienta por medio de unos parlantes gigantes. Fuegos artificiales estallan de vez en cuando y el olor a pólvora en el aire es repugnante. Un lienzo gigante y mal editado deja ver la silueta de un tipo de unos 30 años en lo que parecen ser las puertas del cielo. No logro ver las inscripciones. Una paloma pixelada se aloja en la esquina superior del lienzo. Miro a la pasada. Algunos se dan cuenta de mi presencia y puedo sentir un par de ojos mirándome fijamente. Vuelvo a mi casa. Me reclaman la demora. Respondo que había mucha fila.

Quiero terminar el cuento: Félicité se ha enfermado, su loro, muerto páginas atrás, está embalsamado en un rincón. Un cura viene a darle la extremaunción y poco después sucede la muerte acompañada de una epifanía gloriosa. Desde el cielo, un loro gigante viene a buscar a su dueña para llevársela con él. Me pregunto qué habrá visto el tipo que se murió en el otro pasaje y al que ahora mismo están velando. Un cielo lleno de joyas, casas gigantes, autos y mujeres moviendo el culo a diestra y siniestra. Todos esos ideales ahora se vulgarizaron gracias a los videoclips de los cantantes de reggaeton, pero para ser sincero, no se alejan para nada de lo que deseábamos los niñitos de El Castillo mientras jugábamos a la pelota en canchas de cemento y nos peleábamos por ver quién era el mejor. No queríamos otra cosa que experimentar los placeres de la carne y no tener que mascar lauchas todos los días.

Pienso en los mejores versos que escribió Raekwon en una de mis canciones favoritas, me refiero a “Heaven & Hell”, de 1995. Traduzco: “¿Qué es en lo que crees, en el cielo o en el infierno? Tú no crees en el cielo porque vivimos en el infierno”. Lo que me recuerda el dicho que mi abuelo Luis tiene para referirse al inevitable poderío de la muerte: “Así es la vida: unos p’arriba y otros p’abajo”.

La Pintana, octubre 2024

 

Imagen: El loro de la señorita Chichester, “Polly”, frente a un espejo (1906), de Rosalie Chichester.

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