Blom retrocede cuatro siglos para demostrar que de una “amenaza existencial”, como ahora lo es el calentamiento global, solo se podrá salir con ideas nuevas. “Habrá que reinventar nuestras prácticas y metáforas económicas, políticas y culturales”, escribe alguien que hace rato viene llamando la atención sobre la inutilidad de seguir aferrados a esa teodicea del mercado y el crecimiento.
por Álvaro Matus I 20 Noviembre 2020
Dos Biblias antiguas, obras en griego y latín, una lámina de Rembrandt y una flauta traversa son algunos de los objetos que Philipp Blom conserva de su bisabuelo. “Todo lo maravilloso parecía provenir de él”, escribe en El coleccionista apasionado, el libro más personal de este historiador nacido en Hamburgo en 1970 y que de niño solía pasar las vacaciones en Ámsterdam, junto a Willem Eldert Blom. Aprendiz de carpintero, vendedor de galletas, cuidador de cisnes, corredor de bolsa y al final dueño de una tienda de antigüedades, su bisabuelo fue también un gran bibliófilo, alguien que llegó a dominar 17 idiomas y que, como muestra de su deseo inagotable de aprender, comenzó a estudiar chino a los 85 años. Su aspecto austero, con los cuellos de las camisas gastados, recuerdan el aforismo de Lichtenberg: “Quien tenga dos pantalones, que venda uno y compre este libro”.
Willem, efectivamente, llegó a tener una inmensa biblioteca que después de su muerte fue donada a la Universidad de Leiden. Era una figura tutelar para Philipp, quien no conoció a su padre y siempre se sintió orgulloso de la autoridad afectuosa que ejercía ese hombre que se había hecho a sí mismo: “Willem era Abraham, el patriarca mítico, o Moisés quizás, y suya era la Tierra Prometida”.
En este contexto, no es extraño que Philipp haya descubierto temprano su vocación por los libros y que, tras formarse en Viena y Oxford, se haya convertido en uno de los historiadores más innovadores de hoy. Posee una habilidad narrativa poco común en el gremio; sus textos están llenos de perfiles subyugantes, detalles reveladores, episodios aparentemente insignificantes y relaciones originales entre política, economía, religión y arte. La descripción de una pintura (su materialidad y significado) es suficiente para enganchar al lector y no soltarlo más. O una sinfonía, una novela: el arte como reflejo de los valores y las tensiones que agitan una sociedad.
Las ideas, para él, provienen de situaciones bien concretas: vínculos afectivos, transacciones comerciales o compromisos intelectuales. De ahí proviene su capacidad para narrar los orígenes de la Ilustración, la crisis de la modernidad o los tumultuosos años de entreguerras como si fueran una saga de relatos protagonizados por un sinnúmero de personajes, donde políticos y filósofos comparten tribuna con clérigos, escritores, arquitectos y hombres de negocios.
Se hizo conocido con Encyclopèdie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales (2007 en español), trepidante crónica de un grupo de amigos que partieron con la idea de traducir un diccionario inglés y terminaron, 25 años después, creando una de las obras más audaces de todos los tiempos: la Enciclopedia. En Gente peligrosa, Blom vuelve sobre los pasos de Diderot y compañía, para interpretar el culto a la razón como un gran sueño, es decir, como un relato que entrega sentido a la existencia. La Ilustración es “una forma secularizada del cristianismo”, plantea el autor. “La razón sustituye al alma: es la mejor parte del hombre, un elemento inmaterial. Uno debe resistir los impulsos eróticos porque ponen en peligro la razón. Es el catolicismo con otra capa de pintura”.
Así como cuestiona las bases mismas de la modernidad, en Años de vértigo y La fractura indaga en las heridas que esa promesa deja a medida que avanza el siglo XX. El colonialismo, la explotación de los recursos naturales, la esclavitud y el evangelio del progreso, recuerda Blom, son la otra cara de la modernidad.
A este tema vuelve en El motín de la naturaleza, que se concentra en la historia de la Pequeña Edad de Hielo, fenómeno que afectó a Europa entre 1570-1700, consistente en un descenso significativo de las temperaturas. “¿Qué cambia en una sociedad cuando cambia el clima?”, es la pregunta que atraviesa este libro que habla de cosechas perdidas, cambios en la alimentación, de lagos congelados por donde pasaban los ejércitos y se hacían ferias. Sin embargo, por sobre todo, El motín de la naturaleza habla de la transformación de un mundo: la pérdida de influencia de la religión (las plegarias eran menos eficaces que las nuevas técnicas agrícolas), el sorprendente avance de la ciencia y la filosofía, el reemplazo del orden feudal y agrario, por uno donde el comercio, la ciudad y una incipiente clase media comenzaron a desarrollar lo que podría definirse como el capitalismo temprano.
Los héroes de este libro son Montaigne, que creó un género literario donde las dudas eran más importantes que las certezas; Descartes, que murió en un invierno en que la temperatura bajó cinco grados; Diderot, de nuevo, ahora como pionero en la concepción de la igualdad étnica; y Spinoza, quien formuló las bases de una ética secular.
Blom retrocede cuatro siglos para demostrar que de una “amenaza existencial”, como ahora lo es el calentamiento global, solo se podrá salir con ideas nuevas. “Habrá que reinventar nuestras prácticas y metáforas económicas, políticas y culturales”, escribe alguien que hace rato viene llamando la atención sobre la inutilidad de seguir aferrados a esa teodicea que se llama mercado y crecimiento. ¿Qué es eso de que una mano invisible va a regular el intercambio entre fuertes y débiles, resguardar la libertad y a protegernos contra los monopolios?
Con su halo de neutralidad científica, la economía de mercado llenó en los últimos 30 años el espacio que antes tuvieron otras ideologías que aportaban trascendencia. Pero se trata de un “sueño liberal”, dice Blom, que perfectamente puede dar paso a un “sueño autoritario”, en la medida en que cunda la desconfianza en las élites y se incrementen las desigualdades. La historia ya ha dado muestras suficientes de lo que les sucede a quienes abrazan la fe y se niegan a abrir los ojos. “El sueño liberal”, concluye Blom, “corre el riesgo de ahogarse por el sobrecalentamiento de sus propias esperanzas”.
Lo sabemos: falta de aire, ahogo, asfixia. Palabras que este año dejaron de ser metáforas.