Cuatro aproximaciones a la encrucijada del judaísmo

Este martes 11 de marzo, en la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP, se lanzó el libro Israel en Gaza: La encrucijada histórica del judaísmo, de Eduardo Sabrovsky. Reproducimos uno de los textos leídos en esa presentación, que aborda desde diversos ángulos la lectura de este libro “escrito en varias voces —como lo describe la académica de la Universidad de Chile—: parte hablando un judío, un judío aproblemado, de él se despliega un historiador que va en busca de entender cómo fue que llegamos aquí, y del historiador termina por aparecer el filósofo. Para cuando ya el filósofo ha llegado, por ahí por el capítulo III, la encrucijada empieza a dejar de ser solo judía”.

por Rocío Lorca Ferreccio I 13 Marzo 2025

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Primera aproximación al libro: Personalísima

Este es un libro cuya realización agradezco primeramente porque allí se encuentra un relato muy honesto sobre la situación que tiene lugar hoy en Gaza, y sobre la naturaleza y vocación que ha adquirido el Estado de Israel.

La descripción que Eduardo ofrece de la situación en Gaza, aunque no es parte central del libro, tiene especial valor porque, estando muy bien documentada, no le da tregua a la relativización de los males que siempre llevan consigo el colonialismo y las estructuras políticas organizadas en torno al apartheid y la dominación basada en datos étnicos o religiosos.

Y es especialmente valioso que esta descripción sin tregua venga de una persona judía, y que es judía no solo por descendencia sino porque, como se relata al inicio del libro, su historia y su vida le han llevado naturalmente a apropiarse de esa tradición.

Yo, como nieta de Palestina, tengo una visión bastante estanca sobre lo que ocurre en Israel, que se parece bastante a la de Eduardo. Como gentil, mi visión es mucho más fluida, en cambio, sobre el judaísmo: paso del interés a la perplejidad, y a veces a la indiferencia.

Mi interés surgió cuando estaba haciendo mis estudios de posgrado. Estudié en NYU, que muchos llama “NYJew” porque, por ponerlo en términos simples, hay muchos judíos, desde los más críticos de Israel hasta los principales fans. Si bien en más de una ocasión se percibía una que otra prioridad o trato privilegiado a mis compañeros israelíes que eran siempre más de la mitad del grupo de doctorandos en la Escuela de Derecho, las comodidades sobraban y alcanzaban para todos, así que no había razón para quejarse. Hice grandes amistades con israelíes y participé en varias fiestas y ritos judíos en las que siempre había mucha comida y muchas historias.

Desde el 7 de octubre del año pasado, y con más fuerza luego de leer este libro, me he dado cuenta de cuánta disonancia existe entre esas “historias” y el devenir “histórico” del pueblo judío. Hoy me doy cuenta de que en esas historias alegremente narradas en algún departamento de Nueva York, no existía el verdadero Estado de Israel: mis amigas y amigos no habían servido en el frente de la segunda intifada, ni habían visto como personas como yo eran sometidas al más brutal maltrato en su diario vivir. Yo y ellos nos hicimos los tontos, pero a partir del 7 de octubre eso ya no ha sido posible, y algunas de esas amistades se han debilitado.

Este libro representa a un judío que llama a sus fellow jewish a dejar de hacerse los tontos y hacerse en cambio algunas preguntas importantes. Porque luego de la constitución del Estado de Israel, esas historias y las identidades construidas bajo su alero no tienen ya un sentido profundo y verdadero, sino que son la cáscara de algo muy distinto. Este es un libro que se pregunta sobre lo que está bajo la cáscara: ¿Qué queda de esa identidad y de ese sentido que vivía en la cultura judía, sus ritos y sus historias?

Durante la lectura he pensado en cada una de mis amigas y he pensado también que el problema que revisa Eduardo, sobre el que antes podría haber dicho: “No es mi problema. ¿A mí qué me importa la identidad judía que tantos problemas le ha traído a mis antepasados?”. Pero este libro nos recuerda que no vale la pena quedarse en el propio espacio, que sumergirse en la profundidad de la encrucijada de otros no solo es intelectualmente interesante, sino que es también un lugar de acceso para pensar en las propias encrucijadas.

Segunda aproximación: La encrucijada

Este es un libro en el que, entre otras cosas, el autor promueve la necesidad de desligar “lo judío” de Israel, entendido como el Estado de Israel, es decir, aquella organización política real y concreta que, organizada sobre principios etno-teo-nacionalistas, hoy reclama soberanía política, legal y militar en parte importante de lo que hasta 1948 era Palestina.

Una razón de este proyecto de desligamiento de “lo judío” del Estado de Israel es que, según el autor, el Estado de Israel es enemigo de lo judío, es contrario a lo judío, y sería el principal precursor de lo que él denomina antijudaísmo, dada su política de expansión territorial y exterminio del pueblo palestino.

Pero ¿qué es “lo judío” de lo cual el Estado de Israel sería enemigo? Tendría que ser una identidad de lo judío independiente del Estado. Pero si esto puede ser algo más o menos sencillo para “lo judío” como identidad religiosa, no lo es tanto para “lo judío” en cuanto identidad secular.

Esa identidad judía secular es la que se describe y defiende este libro. Y no es una identidad abstracta sino que tiene una larga historia en la realidad concreta, ejemplo de la cual es la introducción biográfica en la que el autor comparte “los hechos indiscutibles” de su vida como judío secular.

Este proyecto de desligamiento y recuperación de esa identidad judía secular tiene como propósito no solo cuestionar la legitimidad del Estado Israel como representante de “lo judío”, sino también comprender cómo pudo ser que un pueblo que ha conocido históricamente la persecución y luego el genocidio se transforme él mismo en verdugo.

Con esto se va formando la encrucijada que formula este libro, pero todavía no está completa. La encrucijada se completa cuando uno contempla el predicamento del pueblo judío como el de alguien que ha definido su identidad por la espera de algo que no llega y de pronto, de un momento a otro, eso que añora aparece. Y con ello aparece también inevitablemente el problema de “quién se es ahora que eso parece haber llegado”. ¿Quizás no debía llegar? ¿Quizás no es verdad que haya llegado?

Los judíos, en palabras de Eduardo, son “una nación que, a diferencia de casi cualquier otra, durante la casi totalidad de su existencia ha derivado su identidad de su carencia de Estado y territorio”. Y de pronto, aparece el Estado de Israel, con un territorio, y no cualquier Estado, sino un Estado judío, para todos los judíos y, seamos sinceros, solo para ellos.

Volvamos a la encrucijada: para los judíos religiosos, ¿en qué consiste el judaísmo si las historias sobre las andanzas de su pueblo por todo el mundo, a la espera del mesías que le permitiría retornar a Israel, la tierra prometida, ya no tienen sentido?, ¿o es que el mesías era Europa y Estados Unidos?; para los judíos seculares, ¿en qué consiste el judaísmo si ya no es un pueblo desperdigado por todo el mundo, cuyo territorio es cualquier parte de la Tierra a la que están llamados a iluminar?

Ahora que Israel existe de una manera muy distinta a la imaginada y profetizada por judíos religiosos y seculares, ¿qué resta de la identidad judía? En las opciones para responder esta pregunta se completa la encrucijada.

Aquel sionismo que basa su reclamo en la Biblia y que singulariza al extremo el exterminio judío llevado a cabo por la Alemania nazi, es más capaz que el otro de llevar a la acción de ocupación territorial, pues puede ocultar la existencia de Palestina y su gente, puede ocultar también el carácter injusto de la ocupación, del saqueo y la expulsión, pero sobre todo puede justificar la formación de un Estado étnico-religioso altamente militarizado y, hoy, bastante autoritario.

Tercera aproximación: Las opciones

Una opción para la identidad judía es la que ofrece el sionismo contemporáneo, que Eduardo denomina sionismo revisionista y que rechaza con total claridad. Esta es la versión del sionismo que, Eduardo relata, logró imponerse en la batalla ideológica que se libró dentro del judaísmo secular antes y después de la Segunda Guerra Mundial, entendida como una ideología nacionalista que basa su reclamo de soberanía territorial en la Biblia hebrea concebida no como fuente de un saber religioso, sino de una verdad histórica. Un sionismo que, a propósito o no, ha sido además nutrido en buena parte por algunas teorías filosóficas que proponen lo que Eduardo denomina “la singularidad del holocausto judío”, una singularidad que él cuestiona.

¿Por qué triunfa esta ideología frente a un sionismo original que no basaba el anhelo de un Estado en la verdad histórica de la Biblia, sino en el valor y la necesidad práctica para judíos y para otros de un lugar seguro? Triunfa, pareciera, porque aquel sionismo que basa su reclamo en la Biblia y que singulariza al extremo el exterminio judío llevado a cabo por la Alemania nazi, es más capaz que el otro de llevar a la acción de ocupación territorial, pues puede ocultar la existencia de Palestina y su gente, puede ocultar también el carácter injusto de la ocupación, del saqueo y la expulsión, pero sobre todo puede justificar la formación de un Estado étnico-religioso altamente militarizado y, hoy, bastante autoritario.

El triunfo de este sionismo ha logrado acallar una parte importante del relato judío religioso y secular. En el primer caso, que solo el retorno del mesías habría de dar paso al retorno del exilio. En el segundo caso, se ha sacrificado el relato de un pueblo que vive desperdigado por la Tierra para iluminar donde sea que esté.

¿Qué otras opciones tienen los judíos? Regresar atrás es imposible. ¿Hacer caso omiso de la existencia de Israel? Difícil, pero no imposible. Existen comunidades de judíos que eso han hecho y que siguen esperando la llegada del mesías.

Pero la cuestión no es tan fácil para los judíos seculares. Si bien ellos pueden no aceptar a Israel y su reclamo de legitimidad, una identidad no puede basarse solo en la negación de algo que le hace daño. ¿Cuál es la propuesta positiva que aparece en este libro como opción para estos judíos seculares?

La opción que propone Eduardo, y aquí puede que mi interpretación no sea la más correcta, es que o bien presenciamos el ocaso de una cultura y una identidad, o bien recuperamos el valor del judaísmo de la diáspora.

Me atrevo a especular que la preferencia del autor y el objetivo de este libro es contribuir a lo segundo, o sea, a recuperar la presencia del judaísmo de la diáspora alrededor del mundo. Recuperar el valor de “lo judío” como un pueblo sin territorio llamado a iluminar los distintos lugares del planeta en los que habita. Parece que a esto último se refiere el autor cuando se pregunta quién cuidará la Tierra como un lugar de todos. Y ve allí un espacio de noble posibilidad para el judaísmo secular.

Pero en esta reflexión, me parece, hay también un llamado más amplio, a despertar la agencia política de las capas medias, a cuidar nuestra libertad y nuestro planeta, y ponerle un límite al poder de las oligarquías que se consolida con una velocidad bastante abrumadora.

Cuarta y última aproximación: La desmitificación como estrategia argumentativa

Para sostener los argumentos de este libro y las opciones que presenta para “lo judío”, parte importante de sus páginas se dedican a contar la historia del surgimiento del sionismo revisionista, una historia que está contada de manera entretenida y muy bien documentada, que se lee fácil, casi como una crónica policial.

Para poder reactivar una alternativa a este sionismo revisionista, uno de los proyectos más entretenidos del libro, para una gentil como yo, es la deconstrucción del fundamento bíblico-mítico que sustenta la actual configuración del Estado de Israel. Este mito es descompuesto en tres partes.

En primer lugar, cuestionando la verdad histórica de la expulsión del pueblo judío por parte de las tropas romanas hace un poco menos de dos mil años. Aquí el pueblo judío es presentado de manera, a mi parecer, mucho más interesante y multidimensional, no solo como la víctima que es expulsada, sino como un grupo que se dispersa por más de una razón, no solo porque otros lo han decidido por él. Esto alimenta también el valor que Eduardo quiere darle al judaísmo en la diáspora, no como un pueblo tristemente errante, sino también inquieto, explorador y flexible.

El segundo mito dice relación con la idea de que los judíos actuales serían descendientes de los mismos que fueron expulsados, pues el judaísmo no es proselitista. Eduardo nos muestra que esto no es tan así, que los judíos en su historia han acogido y animado la transformación del judaísmo.

El tercer mito es el de la existencia de una supuesta raza judía, una vinculación genética que determinaría la pertenencia a este grupo. Eduardo nos muestra que esta supuesta identidad racial y fenotípica no tiene sustento en la realidad histórica y presente.

En fin. Este es un libro escrito en varias voces: parte hablando un judío, un judío aproblemado, de él se despliega un historiador que va en busca de entender cómo fue que llegamos aquí, y del historiador termina por aparecer el filósofo. Para cuando ya el filósofo ha llegado, por ahí por el capítulo III, la encrucijada empieza a dejar de ser solo judía. Para Eduardo, el filósofo, la supervivencia del judaísmo a la secularización y al Estado de Israel depende de recuperar su conexión diaspórica a la Tierra y de rescatar la pregunta por el sentido de la vida humana, del espacio de irrelevancia y liviandad al que ha sido arrojada. Pero un lector gentil como yo no puede sino preguntarse: ¿no depende de eso mismo la supervivencia de todos quienes nos identificamos como seculares, sea cual sea nuestra cultura? Yo creo que sí.

 


Israel en Gaza: La encrucijada histórica del judaísmo, Eduardo Sabrovsky, Paidós, 2025, 208 páginas, $18.900.

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