El costo de nuestra libertad

La ciudad del hombre, del filósofo francés Pierre Manent, busca reflejar el mundo, no transformarlo. Sin las ataduras del pasado, sugiere el autor en estas páginas, nos deslizamos hacia el nihilismo y es posible que ya no seamos capaces ni siquiera de mantener nuestras libertades modernas.

por Brian C. Anderson I 7 Agosto 2024

Compartir:

¿Qué significa ser moderno? Como muestra el filósofo francés Pierre Manent en este importante libro, el solo hecho de hacer la pregunta revela que uno está en las garras de lo moderno, que se es consciente de que somos a la vez humanos (lo que implica una naturaleza humana universal) y modernos (lo que implica una aguda conciencia de la contingencia histórica y de la maleabilidad de la naturaleza humana). Manent persigue la fuente histórica de esta autoconciencia y reflexiona sobre su sentido y destino.

Ser moderno es estar libre de las limitaciones de la naturaleza y de la gracia, huir de los dos modelos ejemplares de ordenación del alma de la tradición occidental: el hombre magnánimo de Atenas, orgulloso de sus responsabilidades cívicas, y el humilde monje, dedicado a Dios. La profunda tensión entre magnanimidad y humildad reside, en opinión de Manent, en el corazón del dinamismo cultural y político de Occidente. Pero debido a que ambos modelos entendían la virtud sustancialmente como algo real —lo que implicaba una gama de excelencias y bienes que los humanos descubrían en lugar de crear— y veían la naturaleza humana como orientada hacia el bien, las dos tradiciones podían comunicarse entre sí, de manera muy poderosa en el gran esfuerzo de santo Tomás de Aquino por sintetizar la filosofía griega y la revelación cristiana. Sin embargo, tanto la magnanimidad como la humildad se fueron desgastando con el tiempo debido a su crítica recíproca (cada una veía el bien de la otra como algo ilusorio) y sus contradicciones internas (la lucha política de las ciudades griegas y las guerras de religión cristianas). Y lo que finalmente las reemplazó, a partir del siglo XVIII, es la “ciudad del hombre” de la modernidad democrática liberal, una construcción artificial —un proyecto humano— basado en el individuo antes de cualquier exigencia sobre su lealtad.

Ser moderno es estar libre de las limitaciones de la naturaleza y de la gracia, huir de los dos modelos ejemplares de ordenación del alma de la tradición occidental: el hombre magnánimo de Atenas, orgulloso de sus responsabilidades cívicas, y el humilde monje, dedicado a Dios. La profunda tensión entre magnanimidad y humildad reside, en opinión de Manent, en el corazón del dinamismo cultural y político de Occidente.

En la primera mitad de La ciudad del hombre, Manent explora tres de las principales dimensiones de la comprensión moderna: la historia, la sociología y la economía. La autoridad de la historia relativiza la idea de fines humanos permanentes; el punto de vista sociológico reemplaza la perspectiva del actor humano situado dentro del mundo humano común por la del observador imparcial, un “científico” de los asuntos humanos; la idea del sistema económico reduce la motivación del ser humano al deseo de adquisición, truncando toda la gama de excelencias humanas. Manent reconstruye cuidadosamente el surgimiento de estas nuevas autoridades en los escritos de Montesquieu, Adam Smith, Rousseau, Nietzsche y otros grandes pensadores, señalando que a pesar de toda la atención que nos dedican las ciencias humanas, los modernos seguimos siendo un poco un misterio cifrado.

Como subraya Manent en la segunda mitad de su libro, este hecho tiene consecuencias preocupantes. A partir de Montesquieu, la virtud, ya sea pagana o cristiana, ha sido reinterpretada como represiva. Los modernos consideran que las obligaciones del ciudadano o el cilicio del monje limitan la naturaleza humana en lugar de hacerla avanzar hacia su pleno potencial. La neutralidad de la ley respecto de las concepciones del bien se convierte en un mandato: uno debe ser libre de elegir su propio “estilo de vida”, libre de deshacerse del pasado como si fuera un bulto más. Sin embargo, ¿para qué sirve la libertad? El individuo moderno, nos dice Manent, corre y corre sin un destino. El costo de nuestra libertad ha sido una profunda desarticulación acerca de los fines de la vida.

¿Para qué sirve la libertad? El individuo moderno, nos dice Manent, corre y corre sin un destino. El costo de nuestra libertad ha sido una profunda desarticulación acerca de los fines de la vida.

Manent no propone ninguna solución. La ciudad del hombre busca reflejar el mundo, no transformarlo. Pero de todos modos conlleva una lección: sin las ataduras del pasado, nos deslizamos hacia el nihilismo y es posible que ya no seamos capaces ni siquiera de mantener nuestras libertades modernas. Atenas, Jerusalén, Roma —las raíces de nuestra civilización, ricas en enseñanzas sobre la naturaleza y el destino humanos— todavía claman hacia nosotros, los modernos desencantados. Pero a nosotros nos resulta cada vez más difícil escuchar.

 

————
Artículo aparecido originalmente en The Wilson Quarterly 22-3 (1998). Se traduce con autorización de su autor. Traducción de Patricio Tapia.

 


La ciudad del hombre, Pierre Manent, traducción de C. Jordana, IES, Santiago, 2022, 358 páginas, $23.000.

Relacionados