Esos son mundos donde hay vida

por Sebastián Duarte Rojas I 10 Octubre 2025

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“Lo primero que se ve son cuerpos”, dice la frase abre La prostitución masculina (1993), el gran estudio antropológico de Néstor Perlongher, que a propósito dejaba a un lado el travestismo para enfocarse en esa otra performance de género que es la masculinidad miché. Tú no sabes si vas a volver, el libro de la antropóloga Lilith Kraushaar, editado por Cenfoto y premiado como Mejor Libro de Fotografía del Año, categoría Investigación, en el festival PHotoESPAÑA 2025, además de finalista del Premio Internacional FELIPA 2025 al mejor fotolibro publicado, constituye un archivo de la representación trans en Chile. Compuesto principalmente por fotografías, recortes de prensa y entrevistas a sus protagonistas, comparte con el libro de Perlongher el foco en el período de los 60 a los 80, y la exploración de la importancia del deseo en la construcción identitaria, además de un cierto aire fúnebre, que en el caso del poeta argentino se debía a que llevó a cabo su investigación cuando en Brasil empezaba a bullir la crisis del sida, que “amenaza tornar raudamente el presente texto en una pieza de arqueología”.

También hay algo arqueológico en Tú no sabes si vas a volver: es una exposición, una muestra. El libro se divide en tres partes o escenas, como las llama la autora: “Arte y sexo” trata sobre la vida nocturna, el comercio sexual y el mundo del espectáculo; la siguiente, “Narrativas del cuerpo”, gira en torno a cómo se construyó el imaginario de la transición de género, en especial de los “cambios de sexo”; la última, “Crimen y política”, recorre la historia de la legalidad y la condena de las personas trans y los ataques en su contra. Cada una va precedida de una introducción de carácter teórico, pero el valor del volumen reside más bien en la recopilación documental, testimonial y pictórica, que nos permite reconstruir muchas situaciones y vidas olvidadas o de plano borradas de la historia, para traer a la luz lo bueno y lo malo, desde el esplendor del espectáculo hasta los crímenes de odio. Lo que sigue son tres de esos relatos, provenientes de cada una de las tres escenas.

Cúlpale a la Bossa Nova

Su historia partió en la boîte Bossa Nova, más conocida como la casa de la Tía Carlina, en calle Vivaceta, frecuentada incluso por políticos. Este cabaré era un refugio para jóvenes como Mona Montecarlo, entrevistada en 2019 para el libro: “[La Carlina] era muy exigente. Había que estar bien vestida, muy limpia, hacer su show, no ser grosera. Ella no pagaba. (…) A nosotras con que ya nos dejaran vestirnos de mujer ya estábamos pagadas”. En ese entonces, la frontera entre homosexualidad y todo el espectro de lo trans (travestismo y transformismo incluidos) eran borrosas, por lo que el libro respeta el ambiguo uso que hacen sus protagonistas de nomenclaturas y pronombres. Lo que importa aquí es que “los chicos” de la tía Carlina, ya en los años 50, hacían espectáculos de baile en trajes femeninos en el afamado local.

Un pequeño grupo, cansado del constante acoso policial, partió hacia Arica, a la boîte Manhattan, y debutó en los 60 como un cuarteto de baile. El Blue Ballet actuó en distintos escenarios nacionales, como El Checo en Valparaíso, hasta su consagración en el teatro de revistas capitalino Bim Bam Bum (“The best show place of the city”, anunciaba en un tosco inglés el frontis del Teatro Ópera), con seis miembros: Candy, Solange, Caprice, Alexandra, Gigi y Monique o Mona, la entrevistada, que cuenta: “Fue después de cuatro años de luchar, de prepararse y todo eso. Los días de estreno, por ejemplo, mandaba el cura un representante de Investigaciones, Carabineros, de juntas de vecinos. Todos. Porque cómo era posible ver maricas vestidos de mujeres actuando en un lugar público. Pero como nosotras teníamos mucho cuidado en lo que hacíamos, por respeto al público y a nosotras mismas, no tuvimos mayores problemas”.

Aunque el camino tuvo baches. De hecho, cuando se anunció su debut en el Bim Bam Bum, fue la misma Carlina quien las denunció con la policía, por lo que tuvieron que volver a Arica, hasta que pudieron actuar en el escenario del Teatro Ópera en octubre de 1968: “Nosotras aterrorizadas —recuerda Mona—, porque ya veíamos que llegan los tiras (…). Nosotras actuamos, cierran la cortina y el teatro se vino abajo con el aplauso”. Las fotos muestran el detrás de escenas y distintos números con sus vestuarios correspondientes: tropical, espacial, geishas, mujeres célebres…, espectáculos que eran disfrutados por el público mixto que llenaba las butacas del Bim Bam Bum, como atestiguan las imágenes.

A partir de ellas, hubo una fiebre de cuerpos de baile similares (“ballet del vicio”, los llamó la prensa), incluido otro grupo que salió del Bossa Nova, y el Blue Ballet partió a Europa, donde sus integrantes se dividieron y triunfaron en diversos escenarios. Todas ellas transicionaron, como muchas de las bailarinas de estos grupos, y algunas alcanzaron gran fama, como Candy Dubois, que siguió actuando como vedette hasta poco antes de su muerte, a mediados de los 90. Mona la describe con afecto: “La Candy no dejaba que nadie la opacara. (…) Ella llamaba la atención de la gente, tenía como un imán”, y así la vemos en las fotos, elegante y llamativa hasta el final.

Ay, y tu mano tomará la mía

Una docena de fotografías de Julio Bustamante acompañan el reportaje de revista Vea en 1976. En primera plana aparecen las dos, de pie y tomadas de la mano, mirando a la cámara, junto al escandaloso titular en rojo: “Perversión o enfermedad psíquica”. El reportaje empieza en la página 8, con varias imágenes y el pie: “SON UN CASO CLÍNICO.— Estupor ha causado el caso de los gemelos Víctor Guillermo y Raúl Osorio Abarca Severino, de 16 años, que visten y actúan como mujeres”. Las páginas siguientes destacan otras frases: “El extraño caso de los gemelos que quieren cambiar de sexo”, en la 9, y al voltear hacia la 10, sobre las fotos individuales de ambas, una luciendo su cartera y la otra haciendo una reverencia con su vestido tomado: “Un buen tratamiento psiquiátrico podría devolverles la virilidad”.

El texto completo las trata así: en masculino, como enfermas, recalcando a cada paso su pobreza y ruralidad. Pero las fotos, las fotos son otra cosa. El lente de Bustamante las muestra alegres y coquetas, modelando ante la cámara, disfrutando de la atención. “En el interior de su modesta casa —dice otro pie—, posan con su madre, Sara Severino Aedo. Ella está angustiada y no sabe qué hacer con sus hijos”, pero en la imagen sonríen juntas, las dos menores sentadas alrededor de su mamá, las tres de piernas cruzadas en la misma dirección. Y aquella angustia, entendemos al leer las declaraciones, se debe al acoso que han sufrido. Un afuerino adulto, en la obra de agua potable donde trabajaba el papá (ausente en la nota), las amenazó de muerte. La única respuesta que Carabineros le dio a la madre fue “que no los dejara ir más hasta esa obra”.

Una de ellas, de quien solo aparecen nombres masculinos —sobre la otra, el periodista señala que “insiste en que la llamen Guillermina”—, comenta: “A mí no me importa lo que nos dice la gente. Claro que me molesta que no nos dejen vivir tranquilos”, con una preocupación similar a la de su mamá. Pero los comentarios del reportero van en otra dirección: “Afirma que le gustaría cambiar de sexo para poder trabajar en lo que le gusta: empleada doméstica”. Y sí, Guillermina habla de que le gustan las tareas del hogar, desde una noción de feminidad muy de la época, pero esas dos afirmaciones, tanto que quieren ser empleadas domésticas como que buscan un cambio de sexo, aparecen siempre en tercera persona. Lo que sí declara Guillermina es diferente: “A mí me gustaría que me viera un médico para que me sanara de los nervios”.

Otro pie de foto: “POBRES SERES HUMANOS.— Raúl Octavio y Víctor Guillermo, tomados de la mano, pasean por el paisaje cordillerano de Las Vertientes, en donde viven”. Las dos, nuevamente de manos tomadas, avanzan y sonríen.

Qué fantástica, fantástica esta fiesta

Otra vez portadas, esta vez más de una, en más de un medio: “Grupo de homosexuales convierten Antofagasta en ‘caldera del diablo’”, afirma Aquí; “Los verdes embarraron una fiesta loca, loca: Dos bailaban piluchitos y nueve vestían como mujeres”, dice La Estrella del Norte. Estamos en junio de 1969. ¿Y qué es esta “¡Escandalosa bacanal!”? Un cumpleaños. Candy, entrevistada para el libro en 2011, es la anfitriona: “Yo en Huanchaca tenía una amiga y nosotros invitamos como a 50 personas (…). La casa tenía dos puertas, entrábamos por una, pasábamos, saludábamos dando unos besos a los invitados y salíamos por la otra que daba al patio; salíamos por la calle, nos dábamos la vuelta y nos cambiábamos de chaqueta, un echarpe, cualquier cosa, y volvíamos a pasar de nuevo para lucirnos”.

El equipo de música recién comprado está a todo volumen. Se oyen golpes en la puerta. Candy abre, se espanta y grita: “¡Los pacos!”. Los invitados, por supuesto, tratan de huir. “De 25 que andaban vestidas de mujer —sigue Candy—, pillaron a nueve; los demás eran hombres y una mujer, la Rita, que yo contraté para que peinaran a todas (…) y los carabineros vieron que nos asustaron e hicieron tira todo, el equipo lo pescaron y lo tiraron al suelo, la torta que había la llenaron con champaña y la pescaban y la tiraban al techo y las paredes como diciendo que era una orgía. (…) Inventaron todo. Todo lo de los homosexuales en ese tiempo era muy tapado, y en el grupo de nosotros había hijos de médicos, de la Corte de Apelaciones… Había milicos de la Fach, de los regimientos, el hijo del regidor”.

Varias imágenes muestran al grupo arrestado, con pelucas y trajes sesenteros; una y otra captura más en el centro de detención vuelto zoológico humano. “Locas surtidas”, dice un pie de foto. ¿Sus delitos? Según La Estrella del Norte, serían tres: “Ultraje a las buenas costumbres, tráfico ilegal de estupefacientes y atentado contra la Ley de Seguridad del Estado”. Al día siguiente, las 24 personas detenidas salen del tribunal y se encuentran con una multitud. “Acordonaron así como que iba a pasar el papa. La gente decía ‘mátenlos, mátenlos, línchenlos, línchenlos’”, recuerda Candy.

Y para terminar, la escena del crimen según la prensa: “En la sala de baño se podía leer un cartelito que decía: ‘Señoras, caballeros, ¡ay, nosotras!’. Las paredes vistosamente adornadas lucían ‘posters’ (carteles o afiches) en los que se leían frases tales como ‘A la lucha: No somos hombres pero somos muchas’, ‘Te encuentro como de pueblo’ y ‘Del hecho al lecho hay poco trecho’. Sobre la torta había una tarjetita de cumpleaños caligrafiada: ‘Twiggie: Que esta fiesta sea la más ¡zas! de tu vida, son los deseos de Manola’”.

 

Imagen de portada: “En camarín de Sirena, ‘Una americana en París’, Blue Ballet”, fotografía de Julio Bustamante, en marzo de 1972. Cortesía de Cenfoto-UDP.

 


Tú no sabes si vas a volver, Lilith Kraushaar, Cenfoto, 2024, 372 páginas, $35.000.
Se encuentra a la venta en las librerías Ediciones UDP y Metales Pesados (José Miguel de La Barra).

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