Al filo de Europa y en el medio del mundo antiguo, Palermo es una mezcla bizantina de mosaicos, domos arabescos y cúpulas adornadas con frescos. En esa ciudad, en el suelo de la habitación 224 del Grand Hotel et des Palmes, fue encontrado muerto, a los 56 años, el escritor Raymond Roussel. A modo de homenaje, quise conocer el último lugar que vio.
por Matías Celedón I 26 Junio 2019
El 27 de febrero de 1926 se dio a conocer al mundo una invención maravillosa. A toda página en la revista francesa L’Illustration, era presentada la novedad del año en el salón del automóvil de París. “Se mandó a hacer un coche gigante, de 9 metros de largo por 2 metros 30 de ancho, que incluía, gracias a ingeniosos arreglos, una sala de estar, un estudio, un dormitorio, un baño e incluso un pequeño dormitorio para el personal de tres hombres: dos conductores y un estacionador”.
“La villa nómade” o casa rodante materializaba una precursora idea de turismo. Patentada por Raymond Roussel, permitía recorrer el mundo sin necesidad de salir de casa.
El refugio portátil de Roussel responde al perfil de un viajero radical y un escritor visionario. “En 1920-21 di la vuelta al mundo siguiendo la ruta de India, Australia, Nueva Zelanda, las islas del Pacífico, China, Japón y América (en el curso de este viaje me detuve en Tahití, donde hallé todavía a algunos personajes del admirable libro de Pierre Loti). Conocía ya los principales países de Europa, Egipto y todo el norte de África, y más tarde Constantinopla, Asia Menor y Persia. Se da el caso, sin embargo, de que ninguno de estos viajes me procuró el menor material para mis libros”, se lee en Cómo escribí algunos de mis libros, su breve y enigmático testamento literario, publicado un año después de su muerte.
Raymond Roussel fue encontrado muerto a los 56 años sobre un colchón, en el suelo de la habitación 224 del Grand Hotel et des Palmes, en Palermo, Sicilia. Sus últimas palabras fueron “no te preocupes”.
Al filo de Europa y en el medio del mundo antiguo, Palermo es una mezcla bizantina de mosaicos, domos arabescos y cúpulas adornadas con frescos. Por milenios en un cruce de civilizaciones, los monumentos forman el paisaje cotidiano. La Catedral, por ejemplo, da cuenta en las complejas capas arquitectónicas, de las dominaciones por las que ha pasado Sicilia desde los fenicios.
Antes de llegar a Italia había leído un ensayo de César Aira que menciona el particular procedimiento de escritura de Roussel, a propósito de las ilustraciones de dos latas de tabaco que había visto en la Casa Museo de Lezama Lima. “Un relato –escribe Aira– puede surgir no de la imaginación o la memoria o cualquier otro agente psicológico sino de la ordenación y organización narrativas de elementos o ‘figuras’ provenientes del mundo externo y reunidos por el azar”. En palabras del propio Roussel en su librito póstumo, su máquina funcionaba gracias a un sistema “emparentado con la rima”, impulsado por el “acoplamiento de dos palabras en acepciones distintas”, en donde “existe una creación imprevista debida a combinaciones fonéticas”. Por estos juegos de palabras, realizados a partir de obstrucciones o pies forzados, fue considerado un precursor del movimiento Oulipo y un artista valorado por Duchamp y Foucault, quien escribió un libro sobre él.
Roussel había elegido Palermo como punto de partida. A modo de homenaje, quise conocer el último lugar que vio. El Grand Hotel et des Palmes está a un par de cuadras del Teatro Politeama, cerca del departamento donde nos estábamos quedando. En otro tiempo estuvo frente a un gran invernadero que ocupaba tres manzanas –ambientado con altos cactus, hibiscos y otras plantas exóticas, sobre todo palmeras–, pero ahora está rodeado de tiendas y edificios modernos, en medio de una zona comercial.
La historia misma del hotel es parte de los últimos 150 años de Palermo. Entre sus huéspedes se han registrado desde Richard Wagner a Ray Charles. Sirvió como cuartel general de los militares norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial y era el centro de reunión de la mafia mientras estuvo al mando de Lucky Luciano. Francis Ford Coppola mandó a traer su cama desde Los Ángeles el mes que se hospedó mientras filmaban el dramático final de El Padrino III.
En Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel, Leonardo Sciascia, autor palermitano, observa que si Roussel hubiera querido matarse, habría aumentado la dosis hasta una cantidad nunca alcanzada hasta entonces, pero no fue el caso. También, que el hecho de haber bajado el colchón, ese miedo a caerse de la cama, “en la edad adulta es símbolo de otro miedo: el de caer a la muerte desde el sueño”. Sciascia sostiene que si Roussel hubiese decidido morir, ese miedo habría desaparecido.
Cuando llegué al hotel, sentí que iba a importunar a un fantasma importante, con las consecuencias que eso implica. Me acerqué al mesón de recepción y recibí el trato amable de Doménico –su nombre se leía en el uniforme–, quien estaba particularmente enterado de la historia. Desde hacía años, para calmar su neurastenia, Roussel tomaba diversas drogas y estimulantes que le daban una sensación de bienestar, por lo que poco a poco fue intoxicándose. Junto a él viajaba una amiga que se alojaba en la habitación de al lado. “¿Qué tal estás?”, le preguntó la señora Fredez desde su habitación la noche de la sobredosis. “No te preocupes”, le dijo Roussel desde el otro lado de la puerta.
–¿Puedo visitar la pieza? –le pregunté.
–No, señor. Ya no existe.
Doménico dibujó en un papel la planta anterior y la comparó con la actual. Al momento de su muerte, el hotel tenía tres pisos y las habitaciones tenían cuatro metros de alto. Hace ya varios años, habían hecho una ampliación: el hotel pasó a ser de cuatro pisos, y las habitaciones, de tres metros de alto. La maravillosa lógica de la ampliación escondía una precisión autodestructiva. El edificio no había crecido un centímetro, pero cada habitación se había visto reducida un metro y la habitación 224 había desaparecido.