
Cero neto, huella de carbono, bonos de carbono, son conceptos rimbombantes para encubrir que el petróleo y el gas siguen moviendo al mundo, asegura el investigador español Miguel Pajares en Bla-bla-bla. El mito del capitalismo ecológico, un libro que indaga en la perenne contradicción entre ecología y crecimiento infinito.
por Marcela Fuentealba I 12 Noviembre 2025
Olas de calor, incendios, temperaturas récord, lluvias torrenciales, tormentas, tornados, huracanes. Los mares se calientan y se vuelven ácidos: sus corrientes, que enfrían el planeta, se deshacen. Los polos se derriten. La biodiversidad, desde las abejas hasta las ballenas, está en peligro de extinción. Los climatólogos del IPCC (Panel Internacional sobre el Clima) lloran al advertir que vamos a pasar el límite de 1,5 grados de aumento de calentamiento, y que por eso pueden ocurrir catástrofes impensadas. El naturalista David Attenborough, exaltado, repite y repite a sus 99 años cómo ha visto la devastación y asegura que hay que parar para evitar el colapso, o ya no habrá tiempo para arrepentirse. Mientras tanto, los gobiernos y corporaciones suman esfuerzos retóricos para avanzar en compromisos de emisiones de carbono cero para el año 2030, o el 2050. Y los activistas de grupos como Extinction Rebellion, acusan su insólita hipocresía. Bla, bla, bla, dijo Greta Thunberg en la COP de Glasgow en 2021.
Este es un muy sucinto resumen de la avalancha de información, y la consiguiente desinformación, sobre la crisis climática y la conciencia sobre ella que ha explotado desde 2019, y que explica con precisión, exhaustividad y ecuanimidad el investigador español Miguel Pajares, miembro del grupo Ecologistas en Acción. Alarmado pero no fatalista, podría decir que el “capitalismo ecológico” no es un mito sino una gran mentira, pues sus términos se contradicen: el capitalismo supone siempre el crecimiento económico, mientras la ecología necesita del decrecimiento (palabra que es tabú para los economistas). Ya en 1972 se generó el famoso documento del Club de Roma, Los límites del crecimiento, y por él sabemos “a ciencia cierta que no puede haber un crecimiento económico infinito en un mundo de recursos finitos”, escribe Pajares. Esa es, a su juicio, la legítima “verdad incómoda” de la que hablaba Al Gore, más bien insoportable para un mundo que no sabe detenerse. Ahora ya se vuelve evidente que los recursos comienzan a agotarse; que, por ejemplo, los minerales necesarios para producir tecnologías no contaminantes son escasos —sin siquiera pensar en los muchos daños ambientales que produce la minería—, o que los fertilizantes químicos pueden tranquilamente faltar en la agricultura industrial de monocultivos, que a su vez es la que más erosiona el suelo y, paradójicamente, crea el mayor peligro alimentario del futuro.
Hombre de ciencia y a la vez activista, Pajares expone sin agitarse —y sin dudar— por qué los términos de los acuerdos son ficción, pues siempre prima lo económico, y por eso la primera preocupación mundial, por la energía que se necesita, es una encrucijada llena de encubrimientos o derechamente mentiras. Seguimos quemando combustibles fósiles y la solución, electrificar todo, es bastante imposible (no hay de dónde sacar esa electricidad). Cero neto, huella de carbono, bonos de carbono, son conceptos rimbombantes para encubrir que el petróleo y el gas siguen moviendo al mundo. Sí, tenemos parques eólicos y paneles solares, pero son difíciles de reciclar y requieren más y más metales (como litio y los más escasos de las llamadas “tierras raras”) y más territorio. No hay soluciones fáciles, ni tecnológicas ni geográficas.
Pongamos de ejemplo al hidrógeno verde, una industria que se anunció como la salvación energética limpia, apoyada por muchos gobiernos —Chile se presentó como su gran espacio de producción y ha recibido grandes inversiones de empresas europeas—, aunque buscar información certera sobre su proceso no es nada fácil: puro blablá y jerga técnica (esa es otra virtud del libro: devela procesos complejos que puede entender cualquier lector concentrado). Pajares lo explica perfectamente: el hidrógeno es el elemento químico más abundante del universo, y en nuestro planeta abunda en el agua, junto al oxígeno. En estado molecular es un combustible limpio: al quemarlo solo produce vapor de agua, que es también un gas de efecto invernadero, pero la naturaleza se encarga de regularlo en el ciclo del agua. El pequeño problema es que en la Tierra no tenemos hidrógeno en estado molecular (abunda en Júpiter); hay que fabricarlo, cosa que se ha hecho desde hace tiempo a partir de hidrocarburos para fabricar amoniaco, vidro o acero, y refinar petróleo; es decir, no es un combustible limpio y, en general, producirlo resulta hasta seis veces más caro que el gas. Entonces la solución es producirlo mediante la electrólisis del agua, para separarlo del oxígeno, proceso que necesita de bastante electricidad.
Si esa electricidad se produce “limpiamente”, es hidrógeno verde. Suena muy bien, dice Pajares, pero es una pena que sea falso: producir hidrógeno usando electricidad es altamente ineficiente, porque la energía obtenida es mucho menor que la que se gasta para producirlo (se pierde el 70 %).
A esto pueden sumárseles los problemas de almacenamiento y transporte para utilizarlo como combustible (hasta ahora se produce en el mismo lugar donde se consume): los depósitos y canalización son complejos y muy caros, porque el hidrógeno es una molécula muy pequeña; ocho veces más chica que el metano, desaparecería en los gasoductos, y su contacto con el ambiente es peligroso, porque potencia la acción de otros químicos y aumenta el CO2. En otras palabras, es muy ineficiente y por eso es casi imposible que el hidrógeno se vuelva un combustible de reemplazo.
¿Por qué entonces la “Estrategia de Hidrógeno de la UE” (Dinamarca se salió) podría cambiar la matriz energética?
Por un enorme lobby hecho por las grandes petroleras (Aramco, Total, BP), a cargo de consultoras de gran poder, que pretenden hacer un greenwash al gas inyectándole un poco de hidrógeno y decir que es verde, y así obtener los cuantiosos fondos para la transición energética, lo cual no solo significa plata, sino credibilidad a sus proyectos de cero neto planificados de aquí al 2050.
¿Y qué es el cero neto? Decir que sigo quemando ahora, pero no lo haré en el futuro.
¿Reforestar?
Para paliar los efectos del calentamiento, se necesitarían más terrenos que los de la misma Tierra. Sí, reforestar, con árboles adecuados para crear bosques, que demoran años, décadas o siglos, pero no cortar un árbol más.
Según Pajares, el único camino posible es el decrecimiento, cambiar nuestro orden cultural y social, es decir, económico; crear comunidades más pequeñas de autosustento, reparar, reciclar, consumir cada vez menos. Ya hay muchas comunidades, destaca el autor, que están intentando ese camino. Pero mientras la minoría más rica siga contaminando hasta mil veces más que la masa pobre, el petróleo seguirá siendo la fuente de energía más consumida en el mundo. Habría que cambiar la economía del beneficio empresarial por una pública y cooperativa, orientada a la búsqueda del bien común. Ya lo dijo Mark Fisher: es más simple pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo.

Bla-bla-bla. El mito del capitalismo ecológico, Miguel Pajares, Ediciones UACh, 2025, 258 páginas, $13.900.