por Aïcha Liviana Messina I 5 Julio 2023
Eres un joven muchacho, un personaje ficticio a quien Pasolini dirigió unas cartas en el diario en 1975, un año antes de que yo naciera. Probablemente Pasolini te inventó porque percibía que la sociedad de consumo que se estaba instalando en aquella época destruía una cierta concepción o imaginación de la infancia y de la juventud. La sociedad de consumo fragmenta, individualiza, remite a cálculos y vuelca al presente. Creo que Pasolini pensaba en una juventud más “inocente”, hecha de espera, de pasividad, de juegos con los límites. Una juventud que descubre la sexualidad, por ejemplo. Pero también una juventud que espera. Una juventud en la cual se concentra algo precioso e invisible: la esperanza. No la fantasía de un mundo o una vida mejor, sino la disposición hacia lo novedoso, lo inesperable.
Hay un escrito de Pasolini que habla de esto, de la esperanza de los (y las) jóvenes, que nunca volví a encontrar. Refiere a esa juventud romana que deambula en la calle sin hacer nada. Dice que en su no hacer nada, precisamente, hay espera. Me acuerdo de que Pasolini localizaba la esperanza en la mirada de esta juventud. Tal vez hablaba de una mirada que no está definida por la acción, por la rentabilidad presente, una mirada que por ende se dirigía más lejos. Habría un mirar más inocente, más vacío y, por ende, más abierto.
Esto, este “no hacer nada” de la juventud, yo lo recuerdo. Cuando jóvenes éramos pasivos, cuasi inmóviles. Nos sentábamos en las escaleras de los condominios, recapitulando las copuchas de la semana. No había casi nunca algo nuevo que contar. En el verano, en los balnearios cercanos a Roma (justo donde mataron a Pasolini), nos íbamos a la playa, nos echábamos en la arena. Tomar sol era nuestra actividad. No éramos plantas nutriéndonos de la energía solar. No, estábamos simplemente echados.
La juventud —mi juventud, o esta, la romana— fue pasiva. La niñez, por el contrario, es activa. Produce energía, alegría. Aunque pueden estar días y días sin otro con quien pasar el tiempo, los y las niñas juegan, se ocupan, sueñan, imaginan. Hablan solas, hablan a los objetos, a las paredes. A la inversa, los jóvenes —o la joven que me tocó ser en algunos momentos— no hacen magia con el lenguaje. Me acuerdo de que hablábamos para no decirnos nada. Nos quedábamos sin ocupación, sin rechazar este tiempo muerto. A lo sumo, caminábamos hacia la plaza y buscábamos algún lugar donde sentarnos, tomar un helado, alguna pared en la que apoyarnos. Quien tenía un moto-scooter, una “Vespa” (en mi grupo de amistades nadie), se sentaba en él.
Gennariello, hoy la juventud es distinta, pero en el fondo no lo sé. Yo solo puedo dirigirme a una cierta idea, imagen, proyección de la juventud. Leer a Pasolini, ver sus películas, construyó mi forma de recordar mi juventud. No podría decir nada de la pasividad de mi juventud, si no hubiese encontrado este texto fabuloso en el que Pasolini ve esperanza en la espera de la juventud romana. Hoy no veo espera, sino militancia. No veo esperanza, sino angustia.
Se me ocurre algo muy caricaturesco, y por esto me dirijo a ti, personaje ficticio. Se me ocurre que la juventud de ayer era inocente. Inventábamos juegos crueles como “damas y caballeros”. Era un juego en el que nos hacíamos piezas de un tablero de ajedrez. Las damas y los caballeros avanzaban y se emparejaban, hasta que quedara la solterona (o el solterón). Éramos la repetición de un modelo (¿uno patriarcal?), pero también una forma de jugar con él y entonces también de encontrar nuestra libertad dentro de él. Estábamos anclados en esta historia, pero no amarrados a ella. Estábamos enlazados al pasado, pero sin ser prisioneros de él. Me acuerdo de que las personas ancianas estaban ahí. Tenían un lugar en nuestro mundo, en nuestro paisaje. Ellos estaban sentados también, si no en las escalares del condominio, en algún banco.
En contraste con esta juventud “de ayer”, se me ocurre que la juventud de hoy es puro saber. Tiene una consciencia que nosotros y nosotras, los supuestos adultos, parecemos no tener. La juventud de hoy prevé el futuro. Conoce la tasa de CO2 que implica cada nuevo nacimiento. Puede decir que no dará más a luz, que no acogerá más nuevos nacimientos. ¿Hay algo ahí de desesperanza? ¿Hay ahí una simple, pero tremenda, inversión entre un sujeto pasivo y un sujeto activo, un sujeto inocente o vacío, y un sujeto consciente? ¿Hay ahí la inversión entre el pasado, las personas ancianas que pueblan los espacios de recreo o de espera de la juventud, y el futuro —un futuro que ya no le debe nada al pasado, sino su imposibilidad, su desastre, el calentamiento climático y la falta de agua? Pero si es así, ¿qué es esta inversión? ¿Es una escisión de la humanidad en dos, una que espera y tan solo por esto tiene horizontes, mientras la otra mide el tiempo y ya está bordeando el abismo? ¿Es solo una nueva época? ¿O es lo mismo de siempre? ¿Esperar es igual que habitar un presente vacío de sentido, y urgirse, ver el fin o pensar en él?
Es una caricatura esta, Gennariello. Lo sé. Pasolini también hace una caricatura de ti. Si no recuerdo mal, eres un joven napolitano. Perteneces a un mundo popular, lleno de poesía, tal como es Nápoles, también de emboscadas, lo cual es tal vez parte de la poesía. Algunos dicen que Pasolini te crea para enseñarte, abrirte los ojos sobre este mundo nuevo, un mundo de consumo que, por varias razones, Pasolini emparenta con el fascismo. A mí me parece que, al contrario, Pasolini no te enseña, te necesita, necesita tu escucha ficticia, o incluso tu distracción ficticia, tus ganas de llevarte una Vespa y saborear un helado. Necesita hacerse una imagen ficticia de ti, para hacerse una idea del presente y narrarlo. La comprensión que tiene Pasolini de la sociedad de consumo no escapa a la caricatura, pero tampoco se reduce a ella. Tu eres una caricatura, la caricatura de la juventud, una que Pasolini añora y que probablemente nunca existió. Pasolini puede hablarte de su presente porque te ve a ti, te imagina, imagina que tú lo escuchas, y entonces también se proyecta, fantasea, piensa. Tú, en la ficción que Pasolini hace de ti, lo inspiras: das inicio a su palabra. Hay algo cerrado en el discurso de Pasolini, pero tú lo abres, tú eres el sujeto de las Cartas luteranas. Tú eres quien abre el discurso, para que le demos otra vuelta. La caricatura no es solo algo fijo. Un discurso caricaturesco puede ser abierto o cerrado. Todo depende de su montaje y de su destinario. Quizás, dirigiéndose a ti, Pasolini quiso encontrar para su discurso un destinatario que no fuera la burguesía, la élite intelectual, la cual no escapa a la descripción que hace Pasolini del progresismo como conformismo. O quizás tú eres el personaje añorado de cada uno de nosotros y nosotras, seamos lo que seamos. Eres quien nos promete más allá de la burguesía en la cual podemos estar instalados. Eres la parte ficticia de cada uno de nosotros y nosotras. Un ser que no nos deja exactamente en nuestro lugar y que, por ende, nos permite pensar. Tal como le permites, a Pasolini, pensar.
No sé cómo salir de las caricaturas que hice de mi juventud, la que podía permitirse pasar los días sin hacer nada, y la de hoy, cuya inquietud por el futuro nos pide hacer un esfuerzo cotidiano. De hecho, es mentira que no hacíamos nada. Hacíamos un montón, sin que fuera parte de ningún relato y de ningún discurso militante. Quien asimilaba sin saberlo el discurso de su abuelo sobre los campos, ahí en Alemania, quien acompañaba a su madre al mercado y tenía permiso para salir solo los días que no había que ayudarla en varias tareas de las que simplemente no hablábamos; quien buscaba su lugar en estos departamentos donde convivían a veces varias familias… Lo que hace Pasolini contigo, Gennariello, es volcarnos hacia atrás. Pero cada vez que vuelvo atrás, veo algo nuevo. La caricatura me permite salir de la caricatura. La fantasía de un joven inocente, inocente tal vez porque malvado (es también una caricatura), de un joven que sabe más que yo porque no está tan enredado en categorías de pensamiento que lo mantienen en el pasado, hace que yo siempre vuelva atrás, a este lugar imaginario, añorado en gran parte porque imaginario. La fantasía de este joven hace que cuando vuelva atrás, vuelva con los relatos del presente, los míos. Esos me permiten ver otra cosa ahí, en la playa, en las casas, en nuestro deseo de salir a toda costa del ámbito familiar para habitar las plazas, la orilla del mar, para hablar de nada con los amigos, con las amigas.
¿Es entonces la misma juventud, la de ayer y la de hoy? ¿La que espera y la que sabe que ya no hay tiempo? ¿La que tenía o habría tenido el lujo de la inocencia, y la que no la tendría?
Por supuesto que no tengo respuesta. Creo, simplemente, que cuando Pasolini te inventa, Gennariello, inventa la inocencia como algo que todos y todas tenemos. Podemos localizar y buscar conocer un cierto fin —de época, de mundo, de sustentabilidad del planeta— pero este conocimiento es siempre nuestro máximo desconocimiento. El fin está siempre desconocido. Por esto seguimos esperando, relatando, luchando.