Lazo

por Aïcha Liviana Messina I 9 Agosto 2023

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Inicialmente quería hablar del lenguaje. Esto, por una niña, M., que se mantenía muda. Quería contar cómo M. entró en el lenguaje, ya que un día M. entró. Se mantiene frágil en esta entrada, en este “hablar”, pero dio este paso. M. habla y no hay nada asegurado ahí.

Lazo” es algo que hacemos con el lenguaje. “Buen día, señora Matilde”. Esto es una cordialidad, pero es también una forma de activar las células, de producir irrigación cerebral, por ende, de facilitar la respiración, absorber luz, tener entonces una determinada piel. “Buen día”. Aunque a veces lo decimos de forma mecánica, sin intención específica hacia la señora Matilde, esta palabra —este compuesto de palabras— produce un contacto y una pequeña expectativa. Hablar es, justamente, hablarse, producir el hecho de que estamos en común. Es estar en contacto con personas desconocidas, donde todo tiembla y nada es dado; todo se construye. Cuando nos decimos “buen día”, hacemos del día un acontecimiento, algo nuevo que se da, pero también y sobre todo algo que se hace, entre otras cosas, con el lenguaje, y algo que se hace en común, porque el lenguaje es común —nos pone en común. “Buen día”: esto me desplaza livianamente de mi individualismo, de mi somnolencia. He visto a otra persona. Otra persona me ha visto. Mi cerebro debe trabajar para conformarse a la expectativa sin nombre a la que abre este hablarse. Con el lenguaje nos exigimos, nos trasformamos —aunque sea de forma invisible. Imaginamos, deseamos y respiramos, entre otras cosas, porque nuestras proyecciones y deseos nos inspiran. Con el lenguaje enlazamos el cuerpo a un ambiente, un mundo vital, producimos este ambiente, por ende, producimos vida. “Buen día” crea lazos, no solamente lazos humanos, sino lazos orgánicos, pero frágiles, subterráneos, sin que los podamos ver, tocar, sentir.

Lazo” es también una cuerda que usan los vaqueros para agarrar a los animales. El lazo liga, y para ligar hay que amarrar. Podemos encontrar violento el acto de amarrar a un ternero, pero dentro de esta violencia hay una expresión corporal muy peculiar, una que desliga a medida en que liga. Para amarrar al ternero hay que estirar el busto, lanzar los brazos al aire, dar vueltas específicas. Hay que subirse a un caballo también. Entonces hay que habitar un espacio, domar a un animal y, de alguna forma, iniciar un baile o, más precisamente, una metamorfosis, porque al lanzarse el vaquero ya adquiere otro cuerpo y otra percepción de sí mismo y del mundo. De este uso lingüístico del “lazo”, viene, en francés, la palabra lasso (lasò). La palabra francesa olvida la idea de lazo, la finalidad especifica de la cuerda. Retiene ante todo la materialidad de la cuerda y la asocia a los “gauchos”, a los “vaqueros de América Latina”. Mientras el español retiene la finalidad de la cuerda (enlazar con la cuerda), la palabra francesa trasmite algo exótico. Los diccionarios de hecho refieren lasso a gauchos o cowboys.

Con el lenguaje, podemos formar amarres fuertes, potentes, o hasta violentos, como ocurre, a veces, con las palabras de amor. Te amo: a veces te doy, estoy. A veces te ahogo, no te dejo salir. Te he ligado a mí y te he desligado de otras personas o de tus quehaceres. A veces el amor aísla y sin que nos demos cuenta, sin que esto parezca violento. Pero, con estas mismas palabras, u otras, podemos producir libertad. Te amo: te doy, y estoy, para que tú crezcas, para tu libertad, es decir tu otredad, tu destino impredecible. Hay parientes o amistades que nos ahogan, y otros que saben dirigir sus palabras, sus saludos, sus miradas, a la libertad que hay en cada uno, a esto que se escapa, pero también que obra, persevera, que exige. El lenguaje enlaza de distintas maneras. Ahoga, amarra, inmoviliza. Se puede entonces confundir con una cuerda. O bien el lenguaje teje, compone, espacia, incluso toca vibraciones. Enlaza de tal suerte que permite el crecimiento, el paso del aire y por ende la posibilidad de los encuentros, el despliegue de raíces, las metamorfosis.

En francés se usa la expresión “tejer lazos” (tisser des liens) para referirse a los lazos sociales, es decir, a los lazos que abren mundos en vez de solo amarrar. La metáfora del tejido es interesante. La cuerda también está compuesta de hilos. De alguna manera, una cuerda es un trenzado. Hay un enredo de hilos ahí. La cuerda además está hecha con un material bruto, pero se puede hacer una cuerda con cualquier cosa; con una sábana, por ejemplo. Lo importante, en el caso de una cuerda, es que no se rompa. En cambio, en un tejido importa cómo se enlazan los hilos, la lana, las partículas. Importa qué colores cruzaremos, qué tipo de nudos se harán, con qué intensidad. El tejido puede ser a la vez más frágil y más resistente. Por esto disponemos aún de tejidos muy antiguos. A pesar de usar hilos muy finos, la elaboración los hace resistente. En la expresión “tejer lazos”, la metáfora del tejido indica sobre todo que los lazos se hacen. Somos artesanos de nuestras relaciones, de nuestras amistades, hasta de los vínculos familiares, de nuestra forma de ser madre, padre, hijo o hija. Aunque a veces ahí puede haber una guerra o una miseria, un ahogo o seguridad y afecto, tejemos siempre algo, con gritos, con silencios, con palabras bondadosas, con gestos o parálisis.

En Echar raíces, Simone Weil habla dos veces del tejido, o más bien, habla de dos experiencias distintas del tejer. Primero se refiere a “una muchacha joven, feliz, encinta por primera vez, que cose una canastilla, piensa en coser como es debido”, y enfatiza que esta muchacha, “no olvida ni por un momento al niño que lleva dentro de sí”. En el mismo párrafo, se refiere a otra mujer, a otra experiencia del tejer: “Al mismo tiempo, en algún rincón de un taller carcelario, una condenada también cose pensando en hacerlo como es debido, pero por miedo a ser castigada”. Simone Weil se refiere a la mujer libre que teje y espera. Teje esperando. La mujer encinta ya lleva el porvenir en ella. Su espera ya es esperanza. Lo que teje ya se vincula al porvenir. El trabajo enlaza a otro, a otra persona, pero también al tiempo —al tiempo en cuanto apertura, promesa. Simone Weil también se ha preocupado de los trabajos que, al revés, nos destituyen de toda esperanza, incluso de nuestras almas, es decir lo que nos hace pensar y nos singulariza. Es el caso del trabajo mecánico. En el trabajo en cadena, la persona está aislada de otra persona, se trasforma en un agente subordinado a lo que exige la máquina. En el caso del trabajo carcelario, al que refiere en Echar raíces, el trabajo no crearía vínculos humanos o temporales, solo resultados. Asimismo, los lazos se crean, no están dados, y dependen también de los contextos. Los lazos son una problemática política. Desvincular, aislar, impedir la producción de lazos, es confinar en un tiempo sin esperanza. Conduce a una sequedad de la vida, pues se paraliza así su producción.

La metáfora del tejido indica que los lazos toman tiempo. “Tejer lazos”: los lazos se crean con el tiempo. Con los múltiples intercambios de palabras, incluso tan solo con la repetición de un “Buen día”, se llega a tejer un ambiente, un cierto mundo de recuerdos y de percepciones. Pero la idea del tejido no es solo una metáfora. Los lazos se tejen con tiempo, y con ellos también se teje el tiempo. La muchacha encinta por primera vez se vincula a la vida que lleva en ella tejiendo. En la cárcel se escriben a veces mensajes secretos, en las paredes o donde sea posible hacerlo. Estos crean, tejen, lazos con el porvenir, con un lector desconocido, pero ya presente —ya inscrito, deseado o esperado, en la piedra. Tejiendo lazos, tejemos el tiempo. Esto es “echar raíces”: ramificarnos más allá de lo que creíamos alcanzable, abrirse sin quererlo y descubrir una vitalidad que se nos escapa; pero al mismo tiempo crear el tejido de esta vitalidad, del mismo modo que creamos, tejemos el tiempo, la espera, la expectativa, la esperanza —algo para respirar.

M. se demoró en hablar. A veces siento que aún no lo hace y yo tampoco. Es que hablar es enlazarse, confiar en un mundo posible y crearlo. El lenguaje no es una mera herramienta que nos permite dominar el mundo. Hablando, nos colocamos en el lugar de una expectativa, de una espera. Hay una intensidad ahí. Hay miedo al abandono y hay una alegría loca de quizás entrar en un mundo, avanzar y crecer. Pertenecer a la metamorfosis. Ser obrero del porvenir. Hablando no sabemos qué animales seremos y por cuánto tiempo. Pero hablar no es un mero salto. Si hablamos es que ya confiamos, ya estamos enlazados, aunque frágilmente, ya ha habido un abrazo y una posibilidad de desligarse. Hablamos porque el mundo ya se ha creado y ya se ha abierto, y ahí estamos, recreando lo creado, tejiendo lazos que ya nos abrazan o nos ahogan, tejiendo el tiempo y buscando la apertura, el aire entre los hilos, para sobrevivir la condena.

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