por Milagros Abalo I 6 Marzo 2025
Tocaron el timbre un domingo a mediodía, una voz callada, doliente, pedía un vaso de agua. En su tono no había amenaza, era frágil como la voz de un niño recién abandonado o abandonado desde siempre. Cómo negarle el agua a alguien, más encima si es verano. Pensar en la sed, en la desesperación de la sed y en el cuerpo que la padece. Y en que no todo es delincuencia; la intuición puede abrir una puerta a lo desconocido.
La señora llenó una botella con agua y salió a dársela, era un joven vagabundo de short negro y zapatillas sin cordones, su cara parecía la de un Cristo millennial que viene de un lejano desierto, real. Sus piernas eran de una madera recién barnizada. En el cuello llevaba un cordel. Sus ojos emitían un brillo pacífico, manso, de agua cristalina. El cuerpo estaba opaco y sucio, el pelo: oscuras greñas disparatadas. La belleza de una ruina.
Qué será de su madre, de su padre, de sus hermanos, amigos. A quiénes renunció, de qué hogar salió. Quiénes renunciaron a él, quizás ya hartos de un caso perdido. La poeta norteamericana Sharon Olds tiene un poema que se llama “Las víctimas”, en el que describe la visión de unos vagabundos que le recuerdan a su padre y se termina preguntando “quién los aguantó y los aguantó en silencio, / hasta que entregaron todo, y no les quedó más que eso”. Del momento en que alguien se entrega a la pérdida de sí solo surgen preguntas, sobre todo si es joven. Inevitable que resuene el decir de una señora al pasar: “Tanta vida por delante”.
Podría fantasearse con el hinduismo y su camino espiritual de la renuncia, aunque en este caso lo más probable y cierto es que una adicción haya pulverizado y eyectado su cuerpo y su alma a la calle. Si lo viera pasar alguien que viene de la iglesia podría pensar que en otra vida fue un Caín que mató a un Abel y Dios le lanzó la maldición de andar fugitivo y vagabundo por la Tierra.
De un tiempo a esta parte se divisan muchos jóvenes en esa, dando vueltas sin dirección, en la inercia de sus pasos abatidos y fantasmas. No caminan en línea recta. Quizás se ven tan jóvenes porque la mirada de quienes observan ya ha envejecido; como sea, van delgados como espigas o nerviosos suspiros, con sus pómulos chupados por la no-hambre de la pasta. Y algunos con los ojos nómades en sus cuencas. Aunque este no era el caso, todavía.
En la calle sin domicilio nunca se ve a uno saludar a otro, no se miran, como si quisieran evitar en su errancia el efecto de verse reflejados, huyen de ese reflejo, huyen de sí. Repartidos en los parques, un domingo toman sol igual a peregrinos que guardan calor para la noche. ¿Cómo será su sueño, a plena luz del día, en esa breve siesta? ¿Tendrán sueños en los que vagan hacia el corazón de un encuentro fugaz y profundo, como un gemido?
Casi no se les escucha decir palabra, salvo las tres o cuatro de la sobrevivencia, avergonzados extranjeros, van siempre mudos, como si además de todo lo perdido, también hubiesen perdido la lengua, aunque lo más probable es que ellos se exiliaran al silencio.
¿Tendrá algo para comer? Pan, pensó ella, ya nadie pasa pidiendo pan. Volvió al departamento a buscar un pan al que le puso mantequilla y queso, y sacó un par de plátanos para llevárselos. Él la miró, sintió suerte quizás, le brillaron más los ojos, se le marcó en la frente el surco de una vena, haber tocado el número correcto alguna vez.
Basta un pequeño gesto para dar vuelta la desesperación. Su mano le pasó la comida a través de la reja. Él le pasó, también a través de la reja, un colet blanco para el pelo, casi una coquetería, podría haber sido una flor. Seguramente era lo que mejor encontró adentro de su mochila, en la que había buscado mientras ella iba por comida, y se lo ofreció en ese intercambio amistoso. Ella pensó que esa mochila era su casa, como un caracol, y también en decirle que no se preocupara, que no era necesario, pero pensó rápidamente sobre ese pensamiento que aceptar su regalo era parte de un pacto en el que, de alguna forma silenciosa, se restituía una antigua dignidad, y en ese gesto una fe se recuperaba.