por Milagros Abalo I 16 Abril 2020
Hola – buen día – disculpe – le han dado la información sobre el seguro de la clínica – gracias; la respuesta a la aparición de la ejecutiva de los seguros complementarios es variable, algunos la dejan terminar, otros la interrumpen con una sonrisa y un no gracias ya tengo, otros no esperan que comience, ni la miran, y así va de puesto en puesto, donde todo es murmullo de timbres y llamados por el primer nombre, con su baraja de flyers y su lápiz como una especie de amable robot de pelo liso que se inclina con su frase ante la humanidad: Hola – buen día – disculpe – le han dado la información sobre el seguro de la clínica – gracias.
Nunca he visto a nadie acercarse o mostrar un mínimo interés, salvo para preguntar dónde queda el laboratorio o dónde la oficina de presupuestos, pero por algo existirá esa forma de venta, quizás con una persona que pique basta, cómo no picará una, tan solo una de las infinitas veces pronunciada la frase. Habría que sacar el cálculo de cuántas frases serán al día, o pensar que gana por frase pronunciada, ya que por insistencia la frase queda dando vueltas (como los virus en la sala de espera) y se mete en el inconsciente: seguro, seguro, tengo que contratar un seguro, se dirá más de alguien después y puede que vuelva. Pero en general la gente no pesca porque, o ya tiene uno, o no quiere ni puede sumar más gastos a su gran lista de gastos y tener un seguro no es de primera necesidad, se puede vivir sin ellos, apostando a que la ruleta del desastre no se mueva todavía. Queremos creer estar siempre sanos, a nadie le gusta imaginar un futuro en el que no estará sino enfermo haciendo uso de ese seguro complementario o arrepintiéndose de no haberlo tomado a tiempo.
Su puerto base está ubicado al final de los pasillos o al lado de los ascensores: una mesa sobre la que están desplegados los mismos trípticos de porcentajes y valores, la silla está vacía y en el frasco de vidrio en el que había dulces con el nombre de la empresa, solo queda un papel arrugado.
Pienso en otras formas de captar clientes y reboto: Mail: Spam. Mensaje: Eliminar. Redes: demasiada información e imágenes. Llamado: Cortar. Atacar por todos los flancos parece ser la consigna, pero también parece que lo más efectivo sigue siendo la mujer con el traje de dos piezas que va de puesto en puesto, pacientemente. El trato humano, directo, quién sabe si alguien contrata el seguro por simpatía o porque le recordó a una vieja amiga de la madre que llegaba a casa con la maleta de productos Avon. Una vez intenté ser vendedora de perfumes y terminé echando las muestras como desodorante ambiental en el baño o usándolas para activar el fuego de un asado vespertino en el Parque Intercomunal. Hay que tener talento para vender, y para cobrar todavía más; estar familiarizado desde la infancia con ese intercambio, de lo contrario se da bote.
Hice la prueba de moverme de lugar para ver si me volvía a ofrecer el seguro, dos veces cambié de puesto (la espera para sacarse sangre siempre es larga y hay que entretener al ayuno) y dos veces se me acercó Hola – buen día – disculpe – le han dado la información sobre el seguro de la clínica – gracias; es un trabajo, pienso, que es posible llevar a cabo borrando caras, viendo a los interlocutores como un gran mar por el que se navega con la premisa de avanzar, avanzar hacia el final de la jornada. De tanta gente que se ve y circula las caras se borran, una se traga a la otra, mientras se mira el reloj o el teléfono a la espera del turno, y vuelve a entrar la oferta del seguro y vuelve a salir la misma respuesta, como el sonido de un mecanismo, o un juego de espejos en el gran capital que neutraliza la temperatura de la sangre.